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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

El canal de Panamá

LAS CALENDAS griegas podrán sustituirse en el futuro lenguaje coloquial por'los plazos panameños, que miden en milenios las etapas de una negociación. El presidente de Panamá, general Torrijos, se compromete con el presidente Carter, compensación económica por medio, a congelar el contencioso entre Norteamérica y Panamá, hasta el año 2000. Con toda razón, el presidente Carter pensará que ha ganado, por lo pronto, veintitrés años: luego ya se verá.El carácter hegemónico del poderío norteamericano requiere un alto nivel de control en los enclaves geográficos, pasos marítimos, espacio aéreo, redes de telecomunicación y tecnología defensiva. Mientras el equilibrio económico y estratégico no sufra alteraciones apreciables es inútil discutir unos hechos que condicionan la conducta de soviéticos y norteamericanos, y determinan los grandes compromisos de su diplomacia global. Pero de lo que se trata, de nuevo, es del importantísimo mundo de las formas.

El presidente Carter empezó su mandato con una, entre otras, doble afirmación: la condición de USA como primera potencia mun dial no justificará un comportamiento colonialista, ni le hará posponer a sus intereses la defensa de los derechos humanos. Hoy el presidente recibe en la Casa Blanca a los dictadores del continente e impone un acuerdo leonino a la minirrepública del canal, que sigue con su soberanía popular amputada.

Los hechos, sin embargo, no dan la razón a la actitud prepotente de Washington. El canal perdió, tras la segunda guerra mundial, buena parte de su interés estratégico. Construido por Norteamérica, y cedida a perpetuidad una franja de 1.600 kilómetros cuadrados, por el tratado de 1903, el enclave representa hoy la más visible de las interrogaciopes al derecho de soberanía. Porque ello es así, la Administración Carter ha accedido a discutir el principio. Pero en él terreno de la realidad se muestra intransigente, y así lo prueba este primer plazo de veintitrés años. Lo malo es que ni las inversiones norteamericanas ni las trece bases establecidas en la franja justifican esa política que, además de atentar a un derecho inviolable de los pueblos, fomenta en el área del Caribe la guerrilla- castrista. El pacto que ahora se firma contiene, además, una cláusula que mantiene de hecho el dominio norteamericano sobre la zona, del siglo XXI en adelante: Washington podrá intervenir siempre que considere amenazada la neutralidad del canal.

Carter no puede airear demasiado este aspecto, por temor a la reacción de la opinión internacional, aunque si le interesa para apaciguar a la fuerte reacción interior contra la firmadel tratado. Más de la mitad de la población USA, según encuestas, está en contra de la restitución del canal. En el Senado se prevén dificultades para la ratificación del acuerdo. Hoy pueden faltar unos diez o doce votos de los 63 necesarios. Pero lo que las encuestas no dicen es que el pueblo panameño ha cruzado en más de una ocasión masivamente las alambradas, en la reivindicación de sus derechos violados.

Para dar carácter «histórico» a la cerenlonia de la firma y vencer la oposición ciudadana y la del Congreso, Carter invita a líderes suramericanos, entre ellos media docena de dictadores, con los que había enfriado sus relaciones. Y los dictadores, aunque algunos déellos habían renunciado a la ayuda, militar USA, como protesta por las críticas a la situación de los derechos humanos en sus países, se apresuran a ir a Washington.

Que Carter reciba en la Casa Blanca a Videla y Pinochet, para asegurar una vía marítima, carece de justificación. El hecho es impresentable para la comunidad internacional, aunque Carter asegure que les llama para exigirles un cambio. Entretanto en Argentina han desaparecido 12.000 ciudadanos y en Chile se ensayan torturas eléctricas o químicascada vez más sofisticadas. La defensa de los derechos humanos anunciada por Carter es cada día más sólo una promesa.

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