La escucha telefónica puede sustituirse por métodos más sofisticados
Las escuchas telefónicas ilegales, de las que últimamente tanto se habla en nuestro país, no se limitan al ámbito de los servicios especiales estatales, como en principio podría parecer. Existe otro amplio campo donde se aplica la técnica, que podríamos llamar particular, y que incluye, por un lado, las intervenciones telefónicas de servicios de inteligencia extranjeros, mafia, traficantes de drogas, espionaje industrial, etcétera, y, por otro, las de las organizaciones políticas clandestinas y las de cierta clase de detectives privados.No obstante, el Estado posee medios privilegiados de intervención, tales como la posibilidad de adosar en cada central telefónica un potente ordenador electrónico que permite un control automático y masivo. Los sistemas particulares, en cambio, tienen que recurrir a procedimientos más sencillos, tales como los micrófonos ocultos o los microteléfonos.
Un aparato del tamaño de una almendra
El microteléfono es un pequeño aparato que cabe perfectamente dentro del teléfono, que se sirve de la misma línea telefónica como antena y se alimenta de la propia red transmisora. Una vez instalado, el espía marca el número del teléfono que quiere intervenir, y antes de que suene, oprime un botón, que pone en funcionamiento un mecanismo que evita que suene el teléfono y, al mismo tiempo, pone en funcionamiento el aparato espía.Otro medio de escucha puede ser el teléfono portátil, empleado normalmente por la policía, algunos taxis o constructores de grandes obras de ingeniería. Tales comunicaciones pueden ser intervenidas por cualquiera que se halle en la misma área con un teléfono similar. Otro método es el telenógrafo, usado normalmente para dictar correspondencia, pero que para el espionaje se ha reducido a un tamaño adaptable al espacio de una cartera de mano.
El espionaje de las conversaciones ajenas tiene considerables años de historia, aunque se ha ido multiplicando su uso -y con él los escándalos- conforme la técnica ha ido creando aparatos supersofisticados. Hay que aclarar que, a nivel estatal, no es un recurso limitado a los países occidentales, sino extendido a toda clase de sistemas políticos de cualquiera de las ideologías. Es un método de actuación del Estado, no un producto ideológico. No obstante, hay muy pocos datos sobre el espionaje de este tipo en los países del Este. En la zona occidental, los casos más espectaculares han sido descubiertos en Estados Unidos, aunque hoy día el país que sufre con más intensidad el fenómeno es la República Federal de Alemania.
Aparte del archicomentado caso Watergate, que le costó el declive político al Partido Republicano USA, la compañía telefónica de Nueva York descubrió hace diez años, por ejemplo, que un cable tendido desde su central a una pequeña habitación permitía la escucha de 50.000 teléfonos de la zona. El espía John G. Broady fue condenado a tres años de prisión.
La American Telephone Telegrahp & Co. no niega que todos los años escucha entre treinta y cuarenta millones de conversaciones. Ante las protestas de algunos políticos, se adujo en principio que estas escuchas se limitaban a pocas personas, sospechosas de actividades delictivas, pero la realidad es que la escucha telefónica se utiliza con bastantes personas, y muy comúnmente por razones políticas, sin ninguna clase de autorización legal. La Federal Bureau of Investigation (FBI) y la Central Intelligence Agency (CIA) tienen un puesto destacado en esta labor. Las diversas Administraciones norteamericanas se acusan, por si fuera poco, unas a otras: Nixon tuvo a bien declarar que bajo el mandato de John Kennedy el control telefónico era el doble que bajo el suyo.
En Inglaterra, a juicio de Jacques Bergier, funcionan unos 12.000 teléfonos intervenidos. En Francia, el director del contraespionaje galo (DST) afirmó, en 1970, que sus servicios habían llegado a intervenir 70.000 comunicaciones procedentes del extranjero y destinadas a miembros de redes clandestinas que operaban en el país. En Italia, en 1913, estalló un considerable escándalo cuando la policía romana descubrió que habían sido objeto de constante vigilancia teléfonos de la Presidencia de la República, ministros, banqueros, periodistas, sindicalistas y un largo etcétera.
Razones de Estado
Los Estados acusados de espiar a sus súbditos o a personajes extranjeros suelen aducir razones de Estado para justificar el uso de tan poco éticos procedimientos. Cuando el ministro del Interior de la República Federal de Alemania, Maihofer, fue violentamente criticado por los micrófonos ocultos colocados bajo su mandato, contestó sirviéndose de estadísticas: 51 espías atrapados en el país en 1976 y más de veinticinco en lo que va de 1977 gracias a la escucha.Un responsable gubernamental razonaría seguramente que, a pesar de las críticas, la escucha telefónica es un medio eficacísimo para la seguridad nacional, y que lo utilizan, al fin, todos los servicios secretos del mundo. No podríamos renunciar a estos medios, según este razonamiento, como no se puede renunciar a los misiles. Tampoco es un problema de corte político del Estado: como decimos, se ha usado en la España franquista, pero es habitual también en países de inequívoca trayectoria demócrata-liberal o de ideología comunista.
Frente a este razonamiento se pueden oponer argumentos éticos, jurídicos, políticos o de otra clase, pero las mejores razones para rechazar estos usos tal vez pueden ser técnicas. Fundamentalmente, las escuchas telefónicas sirven para controlar los movimientos, actitudes o proyectos de unos cuantos cientos o miles de individuos claves para la seguridad del Estado. Pues bien, la escucha telefónica puede ser sustituida por otros métodos mucho más perfeccionados, e incluso, tal vez, menos sucios. Así, por ejemplo, un equipo de expertos asesores en materias tales como sicología, caracteriología, grafología, técnicas de subversión y espionaje, prospectología, etcétera, bien dirigido por un especialista de seguridad nacional puede saber las intenciones, las actitudes y las pautas de actuación lógicas del individuo a espiar, sin necesidad, por otra parte, de violar su conversación particular.
Además, contra las escuchas telefónicas se han creado los lógicos antídotos, tales como el llamado teléfono del maletín, que convierte la voz de los conversadores en un galimatías ininteligible para el espía, aunque la conversación sigue siendo perfectamente fluida y audible para los interlocutores. Su funcionamiento es muy simple: se descuelga el teléfono cuando se nos llama y se deposita en el maletín, del que se toma, a su vez, otro auricular. El aparato convierte la conversación en incomprensible para el espía, y permite una comprensión perfecta tanto para el que llamó como para el propietario del teléfono intervenido. El sistema es semejante al utilizado por algunas emisoras de la policía u otras fuerzas de seguridad.
Por último, el uso de la escucha telefónica se va haciendo de tal forma tan frecuente, la red se va estrechando tan fuertemente, que nadie puede estar seguro de que no es espiado por la misma persona u organización a quien se espía, o por sus propios servicios, incluso.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.