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La prensa del Estado

Con sospechosa frecuencia, y como un canto rodado, aparecen aquí y allá, en los mismos términos, afirmaciones y noticias laterales que se relacionan con aspectos de la prensa del Estado. Insistentemente se producen referencias escuetas a la elevada cifra económica -cuyo origen y fundamento desconocemos y que desde luego, no se corresponde con la realidad- que el funcionamiento de la actual prensa del Estado supone al erario público. Para nosotros éste es un tema que la autoridad competente de la Administración está en condiciones, cuando así se crea conveniente, de desmentir, ilustrando, a su vez, sobre las cifras y condiciones verdaderas.Cuando se trata de una problemática tan delicada como la que concierne a la comunicación social, no puede ni eludirse ni rebajarse ninguno de los términos del problema. Es de todo punto obligado hacerse mientes y exponer con transparencia una concepción válida -necesariamente polémica- de la naturaleza y perfil del Estado en nuestro tiempo, de su función y conexión con el sistema político y social y con la vida y desenvolvimiento de la comunidad nacional. Después, es preciso distinguir, conceptual e instrumentalmente, entre Estado y Gobierno, y ponderar las funciones sociales -como la comunicación e información-, con la que los poderes públicos, institucionales y sociales tienen, ineluctablemente, contraídos compromisos de comportamiento y actividad, bien sea jurídica, económica o política. Y, desde luego, resúltará de evidente interés para el problema conocer las circunstancias técnicas, económicas y empresariales que condicionan hoy, y mucho más en el futuro, a los medios de comunicación social, particularmente la prensa.

Nosotros pensamos -comunistas, liberales, socialistas, conservadores, falangistas, franquistas y gente sin confesión ideológica- que la prensa del Estado en este país y para este país puede cumplir una tarea de normalización política y difusión cultural popular de interés vertebral para toda la comunidad y que en esa tarea y en esa dimensión no sobra ni estorba la concurrencia, porque el trabajo es ingente y crucial para nuestro porvenir.

Pensamos igualmente que una prensa del Estado -no del Gobierno-, independiente de cualquier concreto, catecismo ideológico, es ya una de las grandes demandas que se encuentran perentoriamente inscritas en las necesidades de la convivencia social para el de sarrollo de la comunidad. Una prensa de este carácter, viva y activa, es un expediente más de la imaginación democrática para cortocircuitar la constante erosión y penetración en el poder de los grupos de presión que defienden sus intereses particulares, con menoscabo de los generales.

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14 agosto

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