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Reportaje:

Muere en Brasil "el salvador" del patrimomo artístico español

Es costumbre, mala o injusta costumbre, cargar sobre las espaldas de la Segunda República los avatares del llamado oro de Moscú, sin tener muy en cuenta las complejas circunstancias políticas del caso avalado por una guerra civil, y con palmario olvido de la salvaguarda que el Gobierno republicano y sus más directos responsables ejercieron sobre otros valores, dicho con Homero, más perennes que el oro: las medidas precautorias que, de cara a los bombardeos, se tomaron en torno al patrimonio monumental de Madrid, y la ejemplar custodia en el traslado a Ginebra, y posterior devolución, de buena parte de nuestro tesoro artístico.La defensa de Madrid no sólo se ciñó a parapetos y fortificaciones bélicas; abarcó también, y de forma ejemplar, ese legado monumental que desde el siglo XVII constituye honra de la capital de España y en el que, junto al de Carlos III, figuran nombres como los de Juvara, Sachetti, Sabatini, Juan de Villanueva, Ventura Rodríguez... Al cuidado del recién retornado Josep Renau, director general, a la sazón, de Bellas Artes, las estatuas y monumentos públicos de la villa fueron minuciosamente recubiertos para quedar a salvo, como quedaron, de los desastres de la guerra. El testimonio gráfico de aquélla obligada muestra de arte de ocultación (que para sí quisiera el mismísimo Christo Javachev) sigue hoy suscitando admiración en los expertos del ramo.

Salvar el patrimonio

Otro ejemplo de atención y amor al arte, en el que jugó un papel decisivo nuestro Timoteo Pérez Rubio, nos viene testimoniado por las medidas de previsión sobre las obras maestras que, por análogas circunstancias, hubieron de salir de España con destino a Ginebra, y de allí volvieron a salvo de quiebra o detrimento. Al frente de la Junta de Defensa del Tesoro Artístico Nacional, el desaparecido pintor extremó sus cuidados hasta el punto de no sufrir el menor rasguño muchas de las pinturas magistrales que hoy puede usted admirar en el museo del Prado.Las medidas adoptadas en el eventual exilio de nuestro patrimonio artístico a tierra neutral, aún hoy pueden servir de modelo, pese a los avances de la técnica, a tales cuales alegres y no requeridas embajadas del arte español allende las fronteras y dentro de ellas. Sepa el lector que, bajo la supervisión de Timoteo Pérez Rubio, las pinturas fueron descolgadas, enrolladas y dispuestas en cajas climatizadas, cuando distaba mucho de ser del común el uso de las viejas neveras. Al margen de otros merecimientos, creo que esta solicita empresa es suficiente motivo de homenaje al artista que acaba de fallecer lejos de su patria.

Por rehuir el consabido elogio póstumo, quisiera colegir de ambos casos una clara consecuencia de carácter general, harto aplicable a nuestra actual circunstancia. Si los asuntos del arte funcionaron entonces mejor que ahora (incluida la triste mediación de la guerra civil), acháquese a que los cargos responsables se encomendaban a auténticos expertos, a fuer de entregados, por principio y profesión, a tales menesteres. Ya es síntoma que la Dirección General de Bella Artes corriera a cargo de Josep Renau, quien, por otra parte, acudió a París para ofrecer personalmente a Pablo Picasso la dirección del museo del Prado, y no deja de ser igualmente significativo que Timoteo Pérez Rubio, antes de ocupar la presidencia de la Junta de Defensa del Tesoro Artístico Nacional, hubiera probado sus armas en la subdirección del museo de Arte Moderno. En vez de farragosa burocracia, preparación, afición y oficio.

Su ejecutoria de pintor español, y en España, se vio, naturalmente, frustrada por la guerra civil, como de hecho ocurrió a tantos y tantos artistas de esa generación del 27 que, en contra de la letra restrictiva de textos y manuales, excede con creces el ámbito del ejercicio poético o literario. Y su frustración vino a correr pareja con el punto en que la madurez quedaba al alcance de la mano. Si es posible hablar de una escuela extremeña (cosa discutible a partir de Zurbarán que incluye sus afanes entre los más descollantes pintores andaluces), a Timoteo Pérez Rubio le cuadraría el papel de puente entre el academicismo anterior y la vanguardia prebélica.

Pintores extremeños

La temática de los pintores extremeños de su tiempo es, de acuerdo con Gaya Nuño, de mozos y mozas, de pueblos siemprefelices, siempre contentos, siempre satisfechos de su suerte. Una pintura regional, fundada en el tópico que, en el caso de Eugenio Hermoso, adquiere tintes de cromo, de cabecera de calendario, y en los cuadros de Adelardo Covarsi se acomoda a plácidas evocaciones de cacerías y monterías, enteramente ajenas a la realidad que por el entonces empezaba a apuntar por estos pagos, Una pintura, en fin del todo decadente y del todo alejada de los sucesos que habían de conformar un nuevo concepto de sociedad española.Señalo los nombres de Eugenio Hermoso y Adelardo Covarsi por ser los más directos predecesores (aunque sus respectivas biografías se vieran separadas de nuestro hombre por apenas diez años), contra los que Timoteo Pérez Rubio había de alzar una expresión renovada, acorde con los tiempos. La temática de uno y otro se veía expresada a través del más relamido academicismo (buena prueba de ello es el sillón de miembro de la honorable institución que con justo motivo ocupó hasta su muerte el primero de ellos), frente al que no tarda en rebelarse nuestro pintor, hasta el extremo de encamar todas las características de un cambio.

Refiriéndose a la particular manera de entender y ejecutar el arte de la pintura por parte de ambos, y el cambio efectivo que a manos de Timoteo Pérez Rubio vino a producirse, ha dejado escrito Juan Antonio Gaya Nuño: «Varió esta mecánica en cosa de nada más diez años; Timoteo Pérez Rubio ( ... ) era ya un pintor infinitamente más sensible y refinado ( ... ) muy dentro de nuestra vanguardia de anteguerra.»

Encarnación de un cambio

Ese es, justamente, el papel que cuadra como propio al pintor que acaba de fallecer en Río de Janeiro: la encarnación de un cambio, de un tránsito vital que en el plazo de diez años dejaba atrás la decadencia de una España a flor del tópico (el orden, la tradición, la academia, los valores, las glorias de antaño ... ) y anunciaba, en el arte y en las mil manifestaciones de la vida, la llegada de nuevos tiempos, frustrados poco después por obra y desgracia de la guerra civil. Erradicado de España, Timoteo Pérez Rubio seguiría el designio de su vocación por tierras de América, a lo largo de una holgada treintena en el exilio.Hace tres años regresó a España. Tuve la suerte de saludarle apenas tomó pie en Bajaras y conversar con él en la recepción que Rosa Chacel, su esposa, dispensó a sus amigos. Habló insistentemente de España, recordó aquellos tiempos y aquellas empresas, y llegó a emocionarse ante la cálida acogida de que fue objeto y que luego había de acrecentarse con el homenaje popular que le brindaron las gentes de su pueblo, incluida la lápida que en su honor fue colocada en la Casa del ermitaño, donde su nombre sigue perpetuándose ante el muro vecinal del monasterio de Nuestra Señora de Gracia.

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