¡Jo, qué Cortes!
Si uno no estuviese ya inmunizado contra toda clase de noticias, nuestro particular termómetro de la indignación habría saltado hecho añicos. Creemos que no es para menos:El locutor de turno de Radiotelevisión Española, va y nos informa de que «en vista de las actuales circunstancias, los miembros de las nuevas Cortes piden que se aumenten sus emolumentos por lo menos el doble».
¡Es para quedarse no ya dé piedra, si no de sal, como la mujer de Lot, o para infartarse del todo, sin retorno posible!
¿Cómo puede ocurrir que, en estos tiempos calamitosos y difíciles en los que se nos habla hasta el agobio de austeridad, de restringir, de congelar, de apretar cinturones, existan seres capaces de petición semejante? ¿Qué ejemplo nos dan al resto de los españoles quienes, sin haber puesto aún el culo en sus nuevos asientos, tienen la osadía de pretender tal disparate? ¿Qué grado de credibilidad y confianza van a poder tener quienes comienzan con semejante prólogo? ¡Un poco de formalidad, señores! Y de respeto. Y de sentido común. E incluso de honradez.
¿Qué les parecería si nosotros el gran resto de los españoles pidiéramos que, «dadas las actuales circunstancias, nos duplicasen el sueldo»? Abrirían ustedes la caja de los truenos y no tendrían vestiduras suficientes para rasgarse.
Ya ni siquiera la llamada Oposición -que antes clamaba contra esto y contra aquello y contra todo- ve mal la petición objeto de mi comentario: «Nosotros se lo daremos íntegro a nuestro partido» -dicen- ¡Cómo sí al hacerlo así se paliara algo la sangría nacional que supondría llevar a la práctica tamaño desatino!
En Fin, señores «cortesanos de nuevo cuño», recapaciten, por favor. Austeridad, sí, pero para todos. Y predicando con el ejemplo quienes deben hacerlo.
Es muy lógico que se les paguen sus gastos: sus desplazamientos y una dieta módica y decente para sus comidas, módicas y decentes también. Ni caviar, ni supermariscos, ni garambainas: por si ustedes lo ignoran, unas patatitas y una pescadilla -pongo por caso- son comida sana y nutritiva que para si quisieran tener asiduamente buen número de españoles. Pero se acabó. Lo demás, las gollerías y frivolidades, a pagarlas del propio bolsillo.
Uno es tan ingenuo que aún confía en que el buen sentido se imponga y ustedes renuncien a sus dispendios. O que, en el peor de los casos, se conformen con un aumento en paridad al experimentado por el índice del coste de la vida, como hacemos los demás.
Piensen -en serio- eso de que «si ustedes pueden gastarlo, España no puede». Ni debe. ¿De acuerdo?
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