En defensa de la identidad de Navarra
Senador de UCD por Navarra
La ausencia de los diputados y senadores de la UCD de Navarra de la llamada Asamblea de Parlamentarios vascos o Asamblea de Euskadi es objeto de comentarios encontrados que tal vez merezca la pena aclarar.
No estamos, en modo alguno, contra la existencia de la mencionada asamblea. Pero tampoco estamos de acuerdo con integrarnos en ella, mientras Navarra no manifieste su voluntad de ser Euskadi. Y como Navarra no ha expresado hasta el momento dicha voluntad, lamentamos -aunque respetamos su decisión- la presencia de los tres parlamentarios del PSOE y del Frente Autonómico. Se trata, pues, de una actitud política que nada tiene que ver con nuestro primitivo origen vascónico que no puede ser esgrimido como pretexto para justificar la pérdida de nuestra personalidad como navarros.
Un punto básico de nuestra actuación parlamentaria, claramente expresado durante la campaña electoral, es la defensa del derecho de Navarra a conservar su identidad. No es ocioso recordar que desde hace más de mil años constituimos una comunidad política vigorosamente definida, integrada en las tareas comunes de la hispanidad, pero con una conciencia clara de su personalidad diferenciada de la de los demás pueblos españoles, incluidos los vascongados. Pactamos en 1515 nuestra incorporación a la Corona de Castilla y volvimos a pactar en 1841 la adaptación de nuestro régimen a la realidad constitucional inherente al triunfo de la revolución liberal, poco respetuosa entonces con las autonomías regionales. Y ahora estamos dispuestos a promover un nuevo Pacto foral para la revisión de la ley Paccionada, porque el Estado centralista va a desaparecer y dejar paso al Estado de las autonomías regionales. Desde nuestra perspectiva actual el Pacto de 1841 no es, en modo alguno, satisfactorio, pero es de justicia reconocer que nos ha permitido disfrutar durante casi ciento cuarenta años de un margen de autonomía bastante amplio y librarnos, en parte, de la asfixia centralista.
La reintegración foral es para nosotros un sueño permanente. Volver a la situación anterior a 1839 sería restablecer el Reino de Navarra, unido principalmente, es decir, de igual a igual, a la Corona de Castilla y distinto de éste en territorio, leyes, jurisdicción y gobierno. Pienso que éste sería el «status» que más satisfaría a la gran mayoría de los navarros. Pero no debemos olvidar que la reinstauración del Reino supondría el retorno de una serie de instituciones de composición anacrónica, amén de una alteración sustancial de las competencias ejercidas hoy por el Estado en Navarra. Ello exigiría un proceso de adaptación a la realidad actual que sólo sería posible mediante un nuevo pacto con el poder central.
No a las instancias intermedias
Puede parecer que este planteamiento es similar al que suelen fórmular los programas del nacionalismo vasco. Pero obsérvese que cuando este movimiento político habla de vuelta al «status» anterior a 1839 no cae en cuenta, tal vez, que restablecido el reino navarro sería gravísimo contrafuero el envío de representantes a organismos políticos no navarros. La formación de un parlamento vasco o la creación de un tribunal supremo vasco iría en contra de la autonomía legislativa y judicial de Navarra. Cierto que, en un proceso posterior, los propios organismos representativos del poder navarro podrían acordar la integración de Navarra en Euskadi, pero sería dificil pensar qué funciones habría de encomendarse, respecto a Navarra, a las instituciones comunes de aquélla. En nuestra concepción foralista el Estado central debe reducirse al papel de coordinador de la actividad de las regiones para asegurar el cumplimiento de los grandes objetivos de la política nacional y al ejercicio de aquellas funciones indispensables para el funcionamiento del Estado nacional (ejército, diplomacia, etcétera). Todo lo demás debe ejercerse por el poder navarro. Y de ahí que entendamos que es innecesaria la existencia de un poder intermedio -el de Euskadi- entre Navarra y el Estado central. ¿Que hay temas de interés común? Evidente, pero habrán de resolverse -como con las demás regiones vecinas- en el marco de la negociación y el diálogo, pero nunca por instituciones con poder de decisión sobre Navarra distintas al Estado nacional.
Euskadi, además, tiene unas connotaciones separatistas que impiden la adhesión a dicho proyecto político. La unificación de los llamados Euskadi Norte y Sur en un Estado nacional vasco, objetivo final del nacionalismo, sólo puede comprenderse mediante una ruptura con los respectivos Estados francés y español. Es, en definitiva, el mismo objetivo que persigue ETA, que no se conforma en absoluto con la autonomía tradicional, puesto que ésta lleva implícita la pertenencia a la comunidad española. Cuantos vivimos en el marco de operaciones de las actividades de ETA sabemos que, en ocasiones, la manifestación externa de lo que llaman «españolismo» puede significar un riesgo para la integridad física. La diferencia entre la ETA y los partidos nacionalistas democráticos -y no es poco, ciertamente- radica en los medios a utilizar. Pero si los objetivos coinciden y lo que se pretende es crear por unos y otros ese Estado vasco independiente, es evidente que la ETA tiene plena justificación, por más que se condene la violencia. Si Euskadi tiene derecho a constituir una nación independiente y se encuentra bajo una situación de opresión y colonialismo español, se legitima el derecho a la rebelión armada. La ETA pasa a ser el ejército de liberación.
Nosotros somos fervientemente autonomistas. Hemos deplorado los graves errores que el régimen franquista cometió en el tratamiento del problema vasco. Nos hemos sumado a las peticiones de amnistía, porque deseamos que se agoten al máximo las posiblidades de reconciliación. Pero debemos advertir que la ETA no depondrá su actitud, porque sus objetivos no se han cumplido ni se cumplirán mientras el Estado nacional vasco no sea una realidad.
La mayoría de los navarros nos sentimos orgullosos de pertenecer a la nación española. Pero la manifestación de estas ideas comienza a ser tildada de actitud reaccionaria.
País Vasco-Navarra: dos sentimientos
Están, pues, en juego dos sentimientos diferentes, cuya conciliación es muy difícil. Desde nuestro punto de vista, tan sólo una renuncia clara y sin ambigüedades a los planteamientos secesionistas, así como la aceptación sin reticencias de los vínculos de solidaridad con España -palabra que repugna a algunos de los que tienen hoy representación parlamentaria en las Cortes españolas- podría iniciar el auténtico camino hacia la superación de las diferencias que existen entre nuestro planteamiento autonomista y el del nacionalismo vasco.
Defendemos el derecho de todos los pueblos españoles a recuperar la plenitud de sus derechos históricos. Y este es el caso de Alava, Guipúzcoa y Vizcaya. La ley de 1876 debe derogarse, porque es un atentado a la unidad de España y una injusticia histórica. El País Vascongado debe recuperar su autonomía originaria. Y no nos oponemos a que las tres comunidades vascongadas deseen constituir, si tal es su voluntad, una región autónoma que se denomine Euskadi. Y si una vez constituida la nueva región, el pueblo navarro, libre y democráticamente, decide integrarse en ella, nosotros aceptaremos su decisión, aunque sentiremos en lo más profundo de nuestro ser la pérdida de nuestra identidad navarra. Identidad que en Euskadi quedaría totalmente diluida. No es ésta una afirmación gratuita. Véase, como prueba, el pensamiento del presidente del llamado Gobierno vasco en el exilio (que jurídicamente nunca tuvo jurisdicción sobre Navarra, porque en 1932 ésta rechazó el Estatuto vasco-navarro), publicado en uno de los últimos números de Euzkadi, órgano del PNV: « Las fronteras de las cuatro provincias vascas son artificiales. No existen cuatro provincias: existe sólo Euzkadi». Triste final para un pueblo, como el navarro, que ha escrito tantas páginas gloriosas en defensa de su identidad.
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