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Tribuna
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Los comicios, dominados por tres hombres jóvenes

(«The New York Times »)

Es obvio que las primeras elecciones españolas libres en 41 años fueron dominadas por tres hombres jóvenes, porque este es el país más joven de Europa. Casi dos tercios de su población es menor de cuarenta años.

El rey Juan Carlos, que desde la muerte de Franco dirigió las operaciones entre bastidores, tiene en la actualidad 39 años. El presidente Suárez, el ganador en una carrera apretada, tiene 44 años. Y Felipe González, que fue el segundo en la carrera, tiene 35 años.

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La campaña produjo una compleja y apretada confrontación, aunque increíblemente pacífica, teniendo en cuenta que siguió a una dictadura de cuarenta años, y que los habitantes de la Península. Ibérica, bien dotados en muchos aspectos, raramente se han mostrado ingeniosos para las formas de autogobierno moderado. Suárez, un hombre tieso, pequeño y atractivo, me dijo: «He estado andando por una cuerda con muchos obstáculos. Y cada día alguien me puso aceite para que me resbalara.»

Es evidente que la cantidad de los actuales minipartidos tendrá que reducirse para facilitar el, debate en las nuevas Cortes.

Pero una de las cosas que se ha podido probar con estos comicios es que el pueblo español no quiere ya ningún régimen autoritario. Los candidatos de la derecha obtuvieron todos ellos resultados desfavorables. El país fue capaz de llevar a cabo este experimento político, porque ya había logrado avanzar bastante por el camino de la transformación social y económica. Durante los últimos quince años de dictadura, España se puso al día, prácticamente en todos los campos, salvo el de la política.

Guiada por una organización católica y misteriosa llamada el Opus Dei, cuya influencia parece haberse disipado, surgió una nueva y próspera clase media. La Iglesia, después de las reformas vaticanas de] papa Juan XXIII reemplazó aquí a varios sacerdotes viejos y reaccionarios por clérigos de mentalidad abierta. La censura desapareció, y existen ahora varias publicaciones nuevas excelentes. Así, el cambio político no fue brusco e inesperado, como muchos temían. Cuando un líder conservador buscó el apoyo electoral entre las monjas y los curas, éstos le contestaron: «Ya no estamos en el siglo XIX.»

La prensa se mostró voraz: sondeos y pegatinas, carteles y slóganes hicieron que estas elecciones tuvieran un aire muy americano y una apariencia contemporánea. La gente disfrutó de la experiencia, y prueba de ello es el hecho de que concurrió a las urnas las cuatro quintas partes de la población con derecho al voto.

Pero lo que se hará con los frutos de estos comicios, en este país personalista, y también con las complicaciones que pueden surgir del sistema proporcional representativo, queda aún por ver.

En 1931, la izquierda logró una victoria arrolladora. Dos años más tarde, la derecha triunfaba. Tres años después, el Frente Popular de Izquierdas tomaba el poder y la consecuencia fue la guerra civil y el fascismo. Uno espera que el individualismo exhibido en esta votación impresionante será seguido de una estabilidad más alentadora que la de los años treinta. Uno de los líderes políticos españoles dice: «Se necesitan diez años más de educación para que la gente se acostumbre a la democracia.»

Si, como se espera, Suárez consigue formar un nuevo Gabinete, su programa principal será: 1) elaborar una Constitución democrática; 2) poner en marcha una nueva política económica nacional; 3) otorgar más autonomía regional. Ningunas elecciones posteriores podrán encararse hasta que no se den estos tres pasos.

Habrá que aclarar también el problema constitucional concerniente a la posición personal en el poder del Rey. Bajo la Constitución heredada de Franco, el Jefe del Estado tenía gran autoridad. Juan Carlos ha utilizado esto con discreción. Ahora, algunas de sus facultades teóricas desaparecerán, excepto la auténtica: la jefatura de las Fuerzas Armadas. Como dicen aquí, «no será una figura decorativa como el Rey de Suecia».

Un personaje ingenioso me comentó: «La Monarquía es el instrumento utilizado para neutralizar las pasiones españolas.» Esto era especialmente cierto dentro del Ejército durante los últimos meses. La historia ha demostrado que la frase de Salvador de Madariaga contiene mucha verdad: « La ambición de caga general español es salvar al país, gobernándolo.»

Pero Juan Carlos aplicó su prestigio personal y Suárez trabajó con mucha paciencia para evitar que los oficiales se levantaran cuando el PC fue legalizado. Ahora los militares reconocen que ya no pueden representar un papel político civil.

En conjunto, ésta ha sido una operación política muy exitosa, aunque se ha prolongado mucho y sus resultados son complicados. Las próximas Cortes pueden ser inicialmente más declamatorias que constructivas. Pese a todo, no es un precio demasiado alto para la libertad.

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