Gutiérrez Solana
La pintura de Solana es exacerbada expresión de un acto de fe en la existencia individual, y más cuanto más se extravierte, hacia sus semejantes o se torna patética semblanza de sus convecinos. Solana da la espalda, costumbre muy española, a la ambigüedad y diversidad de la naturaleza, para centrar todas sus miras en la tragicómica prospección de sí mismo, en la náusea complaciente del autocontemplarse. Enconadamente enemistado con la naturaleza, usurpó, robó, al paisaje sus dos tonalidades básicas (el verde y el ocre) y las hizo consustanciales del retrato, llegando incluso a tildar de hijos de.... a los cultivadores del género paísajístico, sin distinción de nombres y renombres, y por el solo delito de haberse entregado a semejante empleo.Si la creación poética (y la existencia primigenia, tal vez, de la infancia) entraña la afirmación del acto prototípicamente individual, Solana es poeta, y poeta lírico por excelencia, hasta el extremo de que en su obra parecenreducirse a unidad los extremos de una irreconciliable división académica: la poesía épica ha sido escrita por grandes poetas líricos. ¿No prestó siempre Solana la peculiaridad de su expresión, un acento inconfundible al relato de un asunto común" ¿No entendió su probada capacidad lírica al re cuento de una épica general, en su dimensión más cotidiana?
Gutiérrez Solana,
Galería Jorge Juan,Jorge Juan, 11
La revelación de la realidad (lo que Joyce llama epifanía) encarna, ciertamente, un estado puramente cognoscitivo, de cara a la vida, y como tal, viene a afectar a la sensibilidad de cualquier hombre. Unicamente, sin embargo, adquirirá relevancia y sentido de cara a su ulterior manifestación, que sólo al poeta verdadero, al genuino creador, le es dado pronunciar. El instante epifánico origina el cortocircuito de la creación, pero en él no queda consumado el proceso creativo. Se requiere ante todo, por parte del creador, una promoción subjetiva (fundamento de la líríca), capaz de traducir a los ojos de los demás aquella plenitud objetiva (substrato de la épica) en que la realidad y el pulso mismo de la vida nos fueron revelados.
Un desfile penitencial
Para Solana la vida es una procesión, con sus credos, exvotos y conjuros, laúdes y esperpentos letanías y sarcasmos.... una procesión de adultos (rara resulta en sus lienzos la presencia de un niño) que aboca irremisiblemente a la muerte, un desfile rigurosamente penitencial, una perpetua rogativa, sin esperanza alguna de clemencia o amparo, en la que el propio Cristo simboliza, con la suya, la muerte por antonomasia, a merced de un abigarrado cartel de feria cuyo despliegue, entre macabro y grotesco, quiere eleccionarnos, sin eufemismos, acerca de una condena segura o eventualmente aplazada: «Y la nocturna procesión -según la aguda interpretación poética de Alberti-, con el Crucificado, espantado, de cartelón.»Tal es la gesta épica, que acierta Solana a imprimir en las más de sus obras. No ha habido en la historia del arte un pintor que haya plasmado tantas procesiones. El, sin embargo, no es protagonista singular de ninguna de ellas. Las contempla, una por una, en la esquina del suceso diario, para testimoniar el destino de una empresa común, tocada del ala, apenas nacida. Hombre de la ciudad. Solana nos remite obstinadamente al campo (al camposanto) como hacienda segura del mañana. Dueño de una estratégica guardarropía, va trocando el atuendo de cada ciudadano (el de usted y el de usted ... ) por la estameña de esos lúgubres lugareños que integran el diario desfile procesional.
La acérrima creencia en la existencia individual constituye raíz y razón del arte, y sólo por su favor se hace posible la generalizacion épica de la vida y el trueque, también, de la expresión propia en calegoría, en género investido de objetividad. Fue Solana, en tal sentido y por el don intransferible de su voz, el genuino creador de un género que, nacido de lo más profundo de él mismo, había de trascender su propia personalidad, para convertirse en definición de algo exterior y colectivo, directamente emparentado con una constante, sino de la historia universal, sí de un acaecer propio, y muy propio, de las tierras y gentes de España: lo solanesco.
¿Qué es lo solanesco? Benito Madariaga y Celia Valbuena recogen toda una antología de definiciones o aproximaciones a la manera de ser y proceder de nuestro personaje, sí atinadas, una por una, incapaces de colmar, en su conjunto, los alcances que en la derivación del segundo apellido de nuestro José Gutiérrez Solana se condensan hasta excluir la sinonimia. Ni el carácter misántropo que en ello quiere ver Emillano Aguilera, ni el Goya necrómano de Antonio Machado, o el riparógrafo de Bernardo Pantorba, ni tampoco el sinetrismo de Marañón o el sinestrorsum de Cela.... y menos aún la condición de resentido y desagradable que le asigna Baroja, el mayor de sus detractores, traducirían con alguna fidelidad el sentido de lo solanesco.
Rafael Alberti consagra la categoría como culminación o grado perfectivo de esa creación tan de estas tierras y costumbres, llamada el esperpento, que desde Quevedo a Valle-Inclán, pasando por Goya, ha venido al concretar la objetividad de un proceder autóctono, de una España diferente. «Lo más goyesco, quevedesco, valleinclanesco», escribe Alberti, haciendo propio de Solana el término final del superlativo relativo. Lo solanesco dice
relación de una parte, con el acento personal e intransferible (lírico) de nuestro pintor, y, de otro lado, concuerda, a las mil maravillas (o a las mil desventuras), con la objetiva manifestación (épica) de una idiosincrasia prototípicamente española.
La España negra
El hecho manifestado llega, deesta suerte, a adquirir un carácter más específico que el acento mismo de quien lo manifestó. Más que a la definición de las peculiaridades estilísticas del pintor, lo solanesco atañe a la objetividad de una España esperpéntica en tantas y tantas páginas de su historia con mayúsculas, y en no pocos episodios de su vida doméstica: esa España negra, de ayer y de ahora mismo, a la que Solana dedicó unos cuantos capítulos de amarga y auténtica denuncia, pese al carácter costumbrista, castizo, que ciertos textos y manuales siguen empeñados en asignarle, por vía de salvaguarda de eternos valores, o por exigencia racial de un impenitente masoquismo. La España negra de José Gutiérrez Solana, trasunto y correlato de todo su otro quehacer, entraña (entre fisga, gracia y esperpento) una denuncia descarnada de sus propias miserias, el crudo contracanto de las glorias de antaño, en trance, siempre, de resurrección coyuntural. Una denuncia en cueros de una España en cueros, de la que no se salva ni la derecha ni la izquierda, ni rey ni roque, ni pobre ni pibre. En ella tiene acomodo la beatería más sombría, con su temblor de perlesía, y con ella convive el fangal, el cenegal, el venéreo portal de arrabal, de acuerdo, ambas citas, con la espeluznante enumeración en ronda que Rafael AIberti trazó en torno a las estampas de Solana.
Empedernido creyente en la existencia individual, José Gutiérrez Solana (gran poeta lírico, empeñado en el cántico o lamento de una épica general) dedujo de su propio apellido la visión inexorable de un mundo en disciplinada procesión hacia su último y más cierto destino, y en su extremada adjetivación nos dejó el retrato de una España diferente, para bien o para mal, en el con cierto de las otras naciones de acá de los mares. Y fue, posiblemente, la exacerbación hispánica de lo solanesco (por encima de lo goyesco, quevedesco, valleinclanesco...) la que le hizo pasar inadvertido, siendo tan afines sus modales a los del expresionismo europeo, en la cuenta y recuenta de los artistas de Europa, de su misma edad y condición.
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