El segundo referéndum
Desde los días siguientes a la muerte del general Franco, se fue haciendo cada vez más firme la convicción de que la única salida lógica para el país era la convocatoria de unas elecciones generales. Lo que se quería señalar es que una vez desaparecido el dictador, la soberanía nacional tenía que ser devuelta a su auténtico sujeto: el pueblo español. En este sentido, pues, las elecciones eran una «ruptura democrática», ya que el pueblo se pronunciaría sobre los representantes concretos que debían de llevar a cabo la reconstrucción de un nuevo Estado.Es más: ante la inmensa proliferación de grupos, grupitos y camarillas que bajo el nombre engañoso de partidos han surgido, como los hongos tras la lluvia, en estos últimos meses, se afirmaba que solamente las elecciones podrían clarificar tan confuso panorama. Afirmación que no estaba lejos de la verdad, a condición claro está de que hubiese unas condiciones mínimas para que las elecciones fuesen auténticas y libres. Por supuesto, dos meses antes de la convocatoria del 15 de junio, no asistíamos a una situación paradisíaca, en este aspecto. Eran muchos los defectos, provenientes tanto del establishment, como de la propia oposición, para poder pensar que las elecciones se llevarían a cabo como en el reino de la Utopía. Pero, en cualquier caso, era evidente que, si no mucho, algo, al menos, podían suponer en la clarificación política del país. Pero, como digo, esta era la situación de hace dos semanas. Hoy, tras el anuncio de la participación del presidente Suárez en las elecciones, como candidato independiente, el panorama ha cambiado totalmente.
Este simple dato nos viene a indicar que las próximas elecciones no van a servir para clarificar probablemente nada. Después de ellas seguiremos sin saber con exactitud cual es el peso del socialismo, del conservadurismo, de la democracia cristiana, etcétera, en el país. Y ello por una razón evidente: el 15 de junio no habrá elecciones generales, sino un nuevo referéndum que ganará otra vez el presidente Suárez. Supongo que no hay ya nadie en este país, que pueda poner en duda la victoria, casi escandalosa, de Suárez en las próximas elecciones. Si no fuera suficiente con la evidencia del hecho en sí, voy a desgranar algunas razones de ello.
En primer lugar, sería absurdo ignorar que un pueblo que ha estado sometido durante cuarenta años a un régimen personal de Poder, tiene una perniciosa, pero comprensible, tendencia a ver en el que manda un atractivo irracional. Si no bastara esto, tampoco podemos ocultar el prestigio que el presidente Suárez, dejando de lado sus tan cacareadas características «kennedianas», made in Spain, ha adquirido justamente como el desmontador de un tinglado faraónico e introductor de la democracia ortopédica que gozamos desde hace unos meses. No olvidemos, en tercer lugar, el juego que puede dar la utilización, al servicio personal del presidente de forma «inocente», la radio y televisión estatales. Aún suponiendo, lo que es mucho suponer, que se regule de forma equitativa estos medios y todos los grupos políticos legales dispongan de un tiempo proporcional, siempre el presidente saldrá beneficiado por el principio de Arquímedes de la televisión estatal. Por último, hay que reconocer que la Oposición también contribuirá al triunfo del presidente por su incapacidad en crear grandes opciones ideológicas que simplicaran la actuación de un elector primerizo.
Todo esto, y algo más, se podía haber evitado si Suárez, como he tenido ocasión de sostener hace un mes y medio en otro lugar, no se hubiera presentado a estas primeras elecciones a Cortes. Por una parte, su papel hubiera sido el de neutralizar la maquinaria del Estado (radiotelevisión, gobernadores civiles, alcaldes, etcétera) para conseguir unas elecciones lo más auténticas posibles y clarificar en lo que cabe el panorama político. Por otra, tenía también una tarea importantísima que llevar a cabo: ser el arbitro e impulsador de la redacción de la nueva Constitución, al mismo tiempo que lograba una estabilidad gubernamental durante el período constituyente. Ahora todo esto se ha esfumado, y en su lugar nos encontramos con un presidente beligerante en las elecciones, al frente de un centro democrático sin más coherencia ideológica que la de ser una especie de mercado persa en donde se subastasen los escaños de la Cámara de la felicidad.
La consecuencia de todo esto, es que después del 15 de junio, continuaremos sin saber cuales son las orientaciones políticas predominantes del electorado español, porque gentes de muchas tendencias, por las razones que he explicado, votarán por el ganador, es decir, por Suárez. Con lo que todo continuará igual y en lugar de elecciones habremos asistido al segundo referéndum...
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