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Reportaje:El Ejército del Aire, hoy / 1

La revision de la política defensiva puede fortalecer a la Aviación

Cuando el Ejército del Aire habla por boca de sus mandos es posible apreciar en sus palabras un contenido juicio crítico sobre el papel que juega el arma aérea en el esfuerzo defensivo español. Ese juicio se refiere, primeramente, a la asignación de misiones, después al reparto de los medios.La Aviación espera que una revisión a fondo de la doctrina de la defensa nacional deje aflorar una concepción moderna de su papel; una concepción que tome nota no solo de las experiencias de las guerras más recientes, sino también, aunque parezca extraño, algunas de la segunda guerra mundial. De ahí que un pensamiento compartido por los mandos aéreos sea el de que solamente cuando se expresen por el Gobierno las determinaciones básicas de la política de seguridad, como parte de su política internacional, y se formule el plan estratégico conjunto, será posible deducir un reparto de misiones, medios y cargas entre las distintas fuerzas armadas. Naturalmente, confían en que ese esfuerzo de racionalización potencie al arma aérea.

Los dos Ejércitos de superficie, la Marina y el de Tierra, dicen los aviadores, no pueden cumplir sus estrategias específicas (el control del mar y la ocupación del suelo, respectivamente), si no cuentan con la superioridad aérea propia. Las batallas navales de la segunda guerra mundial fueron, ante todo, batallas aéreas sobre el mar; las grandes campañas terrestres sólo fueron posibles mediante el dominio aéreo y el apoyo directo a las divisiones blindadas. La guerra de los Seis Días fue decidida, el primero, en el aire; los éxitos árabes en el 73 fueron posibles porque la aviación israelí no logró establecer la supremacía aérea.

Los aviadores critican el modo como han tenido a veces los otros Ejércitos de sacar las conclusiones de hechos tan evidentes. Una de sus reacciones más sensitivas se produce contra la noción de que el arma aérea tiene por misión propia dotar de cobertura o sombrilla volante a los Ejércitos de superficie. Esta idea no dudan en calificarla de «tendenciosa». La idea de superioridad aérea es mucha más amplia, dicen. Es, sobre todo, la afirmación de la estrategia específica del avión, esto es, la proyección instantánea de poder a grandes distancias, a donde no pueden llegar ni la Marina ni el Ejército de Tierra; después, su capacidad defensiva, más pronto y más intensamente que otros medios, esto es, su capacidad actual de interdicción. En tercer lugar, la polivalencia de los aviones permite hacer frente, con unos mismos medios, a diferentes tipos y niveles de conflicto. Por último, la rapidez del arma aérea es la que se adapta mejor a un ambiente político internacional en que son prácticamente imposibles los conflictos de larga duración.

Estos son los fundamentos teóricos de algunos problemas de las fuerzas armadas españolas, que al hombre de la calle le han podido sonar alguna vez a batalla escolástica. Un ejemplo de estas batallas es el de si la Marina y el Ejército deben tener o no sus propios medios aéreos. Aunque esta disputa ha quedado zanjada, al existir ya una aviación naval y unos medios aéreos (más modestos que los de la Marina) del Ejército de Tierra, el problema se ha trasladado al dispar reparto de medios, que resulta, en parte, de la duplicación de los sistemas de armas. El reparto de medios quedó fijado para ocho años por la ley 32 / 71. Esta ley, por razones más de política interna que de seguridad, favoreció, ante todo, al Ejército de Tierra, seguido de la Marina, con el 44 y el 32%, respectivamente, de los fondos destinados a la modernización de los Ejércitos, quedando para el Aire sólo el 24%.

La adversa estructura del gasto se ha agravado con un aumento vertical de los sistemas aéreos de armas (más rápidos que en otros Ejércitos, pues también los avances tecnológicos han sido más rápidos que en el aire), por un lado, y la descolonización del Sahara, que eievó la demanda de medios aéreos para la defensa de las Canarias, por otro.

En cuanto a las apreciaciones estratégicas, debe constatarse que el Ejército del Aire contempla el sur de la Península y el área del estrecho de Gibraltar como de interés prioritario. El gran despliegue bélico de Francia y de la OTAN, piensan los aviadores, proporcionan una sólida cobertura al norte del espacio español, mientras que el gran vacío estratégico del norte de Africa puede constituir un "coladero" por donde podrían materializarse inadvertidamente amenazas procedentes de muy lejos.

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Esta visión se completa con una muy elevada evaluación del papel aéreo en la zona del estrecho. El Ejército del Aire podría estar a punto de abrazar la idea de crear un mando unificado del estrecho de Gibraltar, que integrase orgánica y operativamente a los tres Ejércitos. El mando aéreo piensa que la mejor aportación española a la OTAN (si es que ésa es la opción adoptada por el Gobierno), podría ser el dominio de la zona del estrecho.

Pero quizá la nota dominante del pensamiento aéreo español actual sea la de la necesidad de conservar una capacidad estratégica compatible con la capacidad defensiva y táctica. Aunque la creación de un mando estratégico rebasa las actuales posibilidades españolas, el Ejército del Aire no ve como imposible la articulación de planes que permitan la expresión de esa capacidad. En este orden de ideas, la Aviación siente el mayor interés por el desarrollo del arma atómica, por ser el instrumento más representativo de la estrategia aérea basada en la disuasión.

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