Urogallo: una especie que se extingue con el consentimiento de lcona
En la incipiente lucha ecológica, que sólo desde años muy recientes empieza a extenderse por nuestro país, ninguna especie logró desencadenar batallas más enconadas entre los bandos ambientalistas que la del urogallo cantábrico, que en contados ejemplares aún habita en los bosques de las montañas del norte.
El espectacular inicio de estas campañas se debió a un grupo de naturalistas que, en la primavera de 1970, tuvo la gran ocurrencia de espantar el urogallo que se disponía a aniquilar, en la Sierra de Los Ancares, el entonces ministro de Información y Turismo Fraga Iribarne. El incidente no logró salvar la vida del pájaro ya que fue muerto por el ministro unos días más tarde.En síntesis, la supervivencia de esta especie está ligada no sólo a la actividad de los cazadores que cada año dan cuenta de un buen número de ellos, con las necesarias licencias de Icona, sino también, y sobre todo, a la desaparición de su biotopo o lugar que necesita para alimentarse y reproducirse, y que, en este caso, está formado por el bosque denso y natural del hayedo cantábrico.
El bosque
La política oficial de repoblación forestal sirvió para aumentar la productividad maderera de los bosques asturianos, pero, también, y de una forma paralela, para modificar y trastocar los valores naturales y ecológicos autóctonos en toda la región. Así, mientras que en 1946 el hayedo y robledal -bosque autóctono- ocupaban en Asturias una superficie aproximada de 1.600 km2, en 1973 se veía disminuida a 570 km2. Por el contrario, el pino y eucalipto ocupaban en aquel año (1946) sólo 77 km2, que aumentaron posteriormente (1973) a 1.450 km2. Es decir, mientras que el bosque autóctono disminuyó en unos 1.000 km2, el bosque introducido aumentó, en unos 1.300 km2.
La caza
Por su parte, la caza y los cazadores también contribuyeron con su granito de arena a empujar a esta subespecie a las puertas mismas de la desaparición. En 1973, un grupo de cinco biólogos y naturalistas realizó un censo por todo el Cantábrico, que señaló, como caso más optimista, la presencia de unos 370 a 440 machos adultos. Evidentemente, sobre una población tan reducida no debiera permitirse la más mínima actividad cinegética. Con este deseo, diversos grupos y sociedades ambientalistas hicieron gestiones cerca de los organismos competentes de la Administración, en este caso el Icona. Pues bien, ninguno de estos datos y razonamientos lograron modificar en lo más mínimo el comportamiento del llamado Instituto para la Conservación de la Naturaleza, que continuó autorizando hasta el presente la muerte en cada primavera de unos cuarenta machos. Consecuencia de ello es una nueva disminución de la población de urogallos que puede pensarse afecta cada año a un 10% del total de supervivientes.
En 1973, el Icona autorizó la muerte de diecisiete ejemplares en sus cotos y reservas de Asturias, para los cuales se presentaron unas 2.800 solicitudes. En 1976, 49 urogallos a cobrar en todo el territorio nacional, tuvieron 2.350 solicitudes.
Por todo lo anterior, el problema del urogallo, como el de tantos otros de índole ambiental que preocupan en nuestro país -recordemos, aunque sólo sea brevemente, a Gredos, Doñana y otras zonas húmedas, la tala de bosques autóctonos y la repoblación forestal, la destrucción del paisaje urbano y rural, la contaminación- sólo podrán tener alguna posibilidad de resolución satisfactoria cuando alcancemos un mínimo de control democrático sobre nuestros recursos naturales.
El problema, ahora, en el caso concreto que nos ocupa, estriba en saber si la resistencia a las terribles agresiones que sufre esta especie, por parte de algunos hombres, le permitirá sobrevivir hasta que, por fin, se plantee en España aquella situación política.
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