Las carrozas
Me lo preguntaba el gran Manolo Viola, con su melena blanca y su mirada astuta (Manuel de Moniparnasse, le llamó Ruano), la otra noche, en la boda de Palomito Linares:
-¿Y qué crees que va a salir de las elecciones, Umbral?
-La mediocridad, Manolo.
Digo que la mediocridad porque sólo la izquierda y la derecha (extremas o no) ofrecen opciones coherentes y sugerentes. El centro derecha, el centro izquierda y el centro-centro son, hoy por hoy, la casa de la Bernarda. Claro. que el personal quiere votar a la moderación, pero es.que la moderación, hoy, está hecha una braga. Iba yo a comprar el pan y me encontré a mi querido Luis Apostúa, como casi todas las mañanas:
-Tranquilo, Umbral., que el susto ya no nos lo van a dar.
-El susto, Luis, a lo mejor nos lo da el pueblo.
Pero nadie me explica por qué las opciones de centro, queson las que demanda el país, están tan desmanganilladas. Ha tenido que ser el abrecoches, claro, el que se explique:
-Porque los políticos de centro son unas carrozas,jefe.
Tiene razón. En el argot madrileño-nocturno de ahora mismo, en el lunfardo castizo de las stars desgarradas, las guías secretas de Olano y los delicados giocondos del drugstore, carroza o carrozona es el hombre, la mujer o el unisexo que todavía aparenta o quiere aparentar, pese a los años y los desengaños. O sea, que conserva los restos de una antigua belleza, de una aritigua grandeza o, como dijo el otro, de una antigua fealdad. Todo esto lo explico más estructuralmente en mi Diccionario para pobres, que está a punto de salir. Y pienso que, efectivamente, el abrecoches -gorra de rugby, zuecos de hemosexual y flor en la muleta- tiene razón: entre nuestros centristas de-uno-u-otro-signo hay mucha carroza y carrozona.
-Nombres que no le dicen nada al personal, jefe.
La alegoría de carroza, aunque mi amigo Reguera Guajardo tenga prohibidas las alegorías (estás matando el habla, ministro), no quede ser más afortunada, pues en seguida nos remite al Museo de Carrozas de Palacio, donde efectivamente, están los grandes carruajes del pasado, los landós de unas monarquías que se empeñaron en ir más despacio de lo que va ésta. En la boda de Palomito, muchas carrozas y carrozoñas del toreo, de la política, del periodismo y de la jet-society madrileña, que en el Wellington se entrevera de ganaderos de Jerez y mayorales de Domecq.
Claro que el franquismo, que al fin y al cabo tuvo veleidades monárquicas y dinásticas, también ha dejado su gran museo de carrozas, que es Alianza Popular, donde todos los miembros están ya un poco carrozonas, pero se empeñan en seguir correteando por las calles de Madrid y los caminos vecinales de España, tirados por el jamelgo ideológico del Movimiento, que lleva el ojo izquierdo vendado, como caballo de picador.
-¿Y no vas a dar nombres? -me dice el conde de Lavern.
Hombre, nuestras carrozas políticas más conscientes ya se han retirado al museo de la Historia, como Gil Robles o Areilza, pero otras carrozas vuelven con todos sus atalajes, como Arias Navarro, que encima se ha metido con Barrera de Irimo porque el señor Barrera se tiró en marcha de la carroza absolutista que llevaba a Arias por el Imperio hacia D¡os pasando por Aravaca.
-Es que aquello sí que era la carroza de plomo candente.
Vuelvo a salir a la noche de Madrid con paso inseguro y veo en sus reservas a los carrozones del amor que no se atreven a decir su nombre, todos de edad y maquillaje. Vuelvo a salir al mediodía político de Madrid y veo en sus casinos centristas a los carrozones de la política, todos de trampa saducea y cartón neofranquista. «Son uños viejos zorros», me dice el conde. Lo que son es unas carrozas.
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