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Más de un millón de niños norteamericanos es atacado por sus padres con armas

Una investigación norteamericana acaba de ofrecer datos al Senado de Estados Unidos según los cuales entre 3,2 y 3,9 millones de niños han recibido patadas, mordiscos o puñetazos provinientes de sus padres; entre 1,6 y 2,2 millones, palizas, y entre un millón y 1.400.000 fueron atacados por sus padres con cuchillos o revólveres.

La violencia física parece ser el último recurso de amplios sectores de la población frente a niños y muchachos que con su espontaneidad y vitalidad plantean a numerosos adultos profundos conflictos entre los que destacan el miedo y rechazo de esa espontaneidad infantil, ya reprimida en el adulto; la voluntad de dominio y sometimiento del niño y la descarga en él, como ser débil, de numerosas frustraciones. Esa actitud represiva lleva a numerosas personas, cuando falla la violencia del sometimiento educativo o mental, al empleo de una violencia física que en más de 2.000 casos llegó al asesinato.El doctor Richard Gelles, catedrático de Sociología de la Universidad de Rhode Island, ha presentado al subcomité del Senado norteamericano el resultado de amplias investigaciones sobre los malos tratos que reciben los niños en el seno de familias de aquel país. Las investigaciones no han sido nada fáciles de efectuar porque a los padres les da vergüenza reconocer este comportamiento y suelen achacar las lesiones producidas en los hijos a causas externas. De cada cien padres entre los que se ha efectuado la investigación, 73 reconocían haber empleado algún tipo de violencia contra los niños, pero la mayor parte aseguró que se trató de castigos menores. Sin embargo, según R. Gelles, el número de ataques físicos es «increiblemente grande», a lo que unió su juicio de que muchos de los padres no se atreven a reconocer los hechos. Otro hecho detectado en la investigación muestra que existen pruebas de que la madre es más propensa a maltratar al niño que el padre.

No es Estados Unidos el único país del mundo donde está generalizada la violencia ante los niños. Según el doctor Gelles, algunas naciones europeas admiten que existe el problema en gran escala, habiendo una de ellas, Noruega, que ha creado urna ley que condena como delito la administración de castigos corporales al niño, aunque, según él, no se pueden encontrar estadísticas dignas de tenerse en cuenta. Recientemente se Informó (véase EL PAIS de 10 de marzo de 1977) sobre el hecho de que cada año mueren en Gran Bretaña setecientos niños víctimas de una agresión por parte de sus padres que fue capaz de llegar hasta el final. Los niños muertos en estas condiciones en Estados Unidos son aproximadamente unos 2.000 cada año.

Por otra parte, estos hechos, además de no ser privativos de Estados Unidos, tampoco son exclusivos de nuestra época. Según el científico norteamericano es muy dudoso que los padres de esta década sean peores que los de los años veinte. Sorprenden, sin embargo, hechos como el que en Israel o en China la violencia ante los niños no alcance este nivel.

Ante un problema de este calibre, el subcomité del Senado norteamericano estudia la posibilidad de aportar 1.400 millones de dólares para atacar el problema (cerca de 100.000 millones de pesetas), medida que, según otro experto, Edward Ziegler, es similar a la que supondría «tratar el cáncer con esparadrapo».

El problema es más profundo, y la sociedad, al parecer no está muy dispuesta a querer afrontarlo y resolverlo. Medidas como la reciente decisión del Tribunal Supremo de Estados Unidos apoyando el derecho de las autoridades escolares a castigar corporalmente a los alumnos corrobora, según Ziegler, la poca voluntad social que existe para erradicar la violencia anti-niño.

Pero, ¿por qué esa violencia? ¿Cuáles son las causas aparentes o últimas que impulsan a los padres a la violencia contra sus hijos?

En las encuestas realizadas por Gelles, entre los motivos que suscitan las azotainas y amenazas en los padres, están los viejos y conocidos motivos de intentar disuadir a los niños de que crucen la calzada o similar. Parece claro que a los padres les angustia la relación con los niños en cuanto seres primítivos que no aceptan someterse a sus normas y costumbres. Y es esa espontaneidad e impulsividad de los niños que recuerda a los adultos su propia espontancidad e impulsividad reprimida y, por tanto, ya bloqueada físicamente, la que les lleva a recurrir a firmas de control y dominio que alcanza sus más altos niveles de violencia física y mental.

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