Sevilla: la irresistible ascensión de la droga
Hace tan sólo unos días, tres personas morían a consecuencia de un enfrentamiento entre miembros de un grupo de la Brigada de Estupefacientes y una familia numerosa de la barriada de Torreblanca, cuando aquéllos, provistos del correspondiente mandamiento judicial, llevaban a cabo un registro en el domicilio de la familia Vega-Tristán, dos de cuyos hijos eran traficantes habituales de hachís. Pero habría que mencionar las condiciones de vida que se dan en las barriadas de La Candelaria, sector Sur, Pío XII, Palmete, en el núcleo suburbial de La Corchuela, en Los Diez Mandamientos, en la población -dormitorio de Camas, etcétera, para comprender la magnitud, del problema. Carentes de escuelas, zonas verdes, instalaciones sanitarias, inmersas en la gran crisis industrial cuya tasa de desempleo aumenta incesantemente, la juventud adolescente de estos sectores pocas opciones pueden manejar. Así, pues, el pillaje, la matonería, el consumo de hachís, luego el tráfico de la droga para poder adquirirla, cuando no la prostitución, es el camino más fácil que la sociedad les ofrece.1968, primera etapa
Cuando se evidencia claramente la irresistible ascensión de la droga en Sevilla es a partir de la represión desatada en la ciudad en el bienio 1968-69. Todos los grupos obreros, políticos, intelectuales y artísticos, sufren la acometida del orden establecido y quedan desmantelados. Un cierto fatalismo se extiende. Los más señalados representantes del movimiento musical progresista sevillano, que en un tiempo récord habían alcanzado notoriedad nacional, se abandonan a su suerte y se inician en el consumo de la «hierba». Por otra parte, el éxodo rural hacia la gran ciudad se agudiza y comienzan a surgir barriadas piratas cuyo exponente más claro es Palmete. Esta frustración colectiva, tras el proceso lógico, ha desembocado en el estado de cosas actual.
Hoy se puede afirmar que los habituales del hachís han creado su propia escala de valores, sus reglas de comportamiento, todo un lenguaje, una cultura en suma. En todos es perceptible una actitud de rompimiento con la realidad que les amenaza. Esta gigantesca inhibición no deja de ser una contestación a la marginación social que padecen. Salvo excepciones, ni siquiera los partidos políticos de izquierdas más entroncados con la realidad de los suburbios. tienen claras ante el problema.
En Sevilla, ruta forzosade la entrada del hachís en Europa, se puede adquirir la droga con total facilidad. Basta merodear breves instantes por la calle Betis, por la trianera plaza de Santa Ana, por cualquier rotonda de las distintas barriadas para que en un solícito traficante, con la vieja técnica del revendedor de entradas de fútbol anuncie la posesión de la «goma». En cada barrio existe el hombre clave conocido como el «pieza».
Y no es que la policía se muestre pasiva ante el problema. En Sevilla son detenidos diariamente decena de muchachos, pero esto no representa ninguna solución. Es difícil que en estas redadas cotidiana pueda ser apresado cualquier traficante medianamente importante. Los detenidos siempre son chicos desarraigados, pequeñas banda de «chorizos», normalmente motorizados, cuya ocupación habitual es el hurto con la práctica del consabido «tirón». En los clubsju veniles que en los últimos años se han venido formando en las barriadas de la ciudad , grupos de trabajo se plantean el problema, partiendo, en ocasiones, de la propia experiencia de algún miembro que anteriormente fue fumador habitual. En todos estos centros juveniles, las conclusiones son coincidentes: el problema de la droga no se resuelve reprimiéndola. En cualquier caso, la represión policial en contadas ocasiones alcanza a los habituales de barrios residenciales. Para ellos, el problema hay que afrontarlo desde una perspectiva de profundo cambio de las actuales estructuras sociales y económicas, de modo y manera que todo el cinturón suburbial cuente con las equipaciones necesarias, con verdaderas oportunidades de educación y promoción. La conclusión última de estos grupos de trabajo es que todo se reduce a un problema de estructuras, a un problema político.
Sin embargo, llama láatención la ausencia de planteamientos concretos sobre el tema de las organizaciones y partidos políticos obreros. La causa puede residir en el temor de adoptar medidas enégicas, que pueden ser confundidas con la práctica de un autoritarismo por aquellos que lucharon durante cuatro largas décadas contra un sistema dictatorial.
Para tener un testimonio directo sobre el problema y mejorar datos con un mínimo de propiedad, miembros de diversos clubs juveniles de Sevilla colaboraron con EL PAIS, realizando en sus propios barrios encuestas entre los habituales del hachís, estableciendo contactos con pequeños traficantes y conectando con diversos estamentos relacionados con el tema. Estas son las primeras conclusiones.
Los habituales se iniciaron a temprana edad: trece o catorce años. Prescindiendo de los chicos que fuman una vez a la semana o con motivo de un acontecimiento, se puede afirmar que el porcentaje de adictos en edad comprendida entre los dieciséis y veinte años oscila entre el 75 y 80%. La inmensa mayoría fuman por «estar a gusto» y «para salirse del rollo burgués». El concepto de burguesía, para ellos, no se centra en una clase social determinada, sino que el término es referido a un comportamiento social. Burgueses son, en este caso, todos aquellos que realizan una actividad normal, sujeta a unos horarios y a unas relaciones cotidianas. Estos chicos pertenecen, en su mayoría, a familias de trabajadores no cualificados, muchos de ellos, en paro.
Muy pocos han conseguido el certificado de estudios primarios y, en el terreno laboral, no pasan de ser «chapuceros». En empleos estables se encuentran menos del 10%. Otra de las constantes que muestran es el rompimiento con sus familias, especialmente con el padre. He aquí uno de los testimonios recogidos: «Fíjate en mi cara. ¿Ves? Tengo un ojo morado y arañazos en la mejilla. Con mi madre me llevo mejor. Ahora hace dos días que me marché de casa y está deseando verme. Antes de fumar me imagino que serían iguales. Vamos, pero yo no me acuerdo, ya que empecé con ocho años a fumar.» Sobre la política la opinión es unánime: «El rollo de la política no me va». Todos se muestran visceralmente anticomunistas. Ello consideran tal corriente entroncada con la falta de libertades. Incluso los hay que militaron en ciertas organizaciones: «Yo he estado en la Joven Guardia Roja. Permanecí fuera de aquí bastante tiempo y cuando volví me encontré con la moda de la política, y yo, pues a la moda. Pero ahora veo que hay mucha hipocresía, siempre hablando de política. No se puede hacer otra cosa. A mí la política no me ha servido para nada. Me gustaba porque era algo ilegal y cuando la legalicen, me gustará mucho menos.» En cualquier caso, están de acuerdo con un sistema libertario que les permita «ser libres y fumar sin temor a la represión».
Pero el habituado necesita dinero para seguir fumando, y muy pocos de ellos trabajan. Hay dos caminos, emprendidos por la mayoría: convertirse en traficante, y así la adquisición está asegurada, o prostituirse. Sobre esta segunda posibilidad, los encuestadores recogieron las siguientes manifestaciones: «A los homosexuales los veo muy mal, incluso me río de ellos. Yo lo he hecho; quiero decir que me he marchado con maricas. Ni lo hubiera pensado si no hubiera sido por la droga, pero ésta te crea la necesidad del dinero.» Y quien señala medidas concretas: «A los homosexuales de nacimiento. que los recluyan a todos en una isla; imagínate lo bien que lo iban a pasar. Y a los de vicio, matarlos. Bueno, no. Que se los lleven también a otra isla pero más lejos. Yo he practicado el homosexualismo por dinero, porque me hacía falta para fumar y para todo. » En parecidos términos se expresan varios chicos más.
Otros aspectos coincidentes se centran en las malas condiciones de vida en el barrio, en la falta de una, perspectiva futura que, por otra parte, ya ha dejado de preocupar, y en el hacinamiento dentro de la vivienda familiar.
Uso del "ácido"
Independientemente de estos índices de consumo de hachís, en los últimos meses ha comenzado a extenderse la venta de «ácido», especialmente en las capas de mayor poder adquisitivo. Es obvi que los habituales que pertenecen a las clases medias o altas fuman o consumen drogas por motivaciones muy distintas. En estos sectores Predomina el «snobismo», el «estar a gusto» sin más connotaciones. No hay nunca en estas actitudes ningún rechazo frontal del orden establecido y de la moral dominante. Es otro el problema.
De cualquier forma, es una de las grandes lacras de la Sevilla actual. Y es evidente, por otra parte que el problema en vez de aminorar, aumenta. Las medidas tomadas hasta el momento no se dirigen nunca al fondo de la cuestión.
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