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Los cuadros-embajadores

En lugar del homenaje al pintor-embajador, la alegre franquía-de los cuadros-embajadores. Quiero decir que en vez de conmemorar dignamente (al menos, dignamente) el centenario de un artista como Pedro Pablo Rubens que, más allá del regalo de su obra, tantos servicios prestó a nuestra diplomacia (diplomático español lo llamaba Cruzada Villamil, en el siglo pasado), los responsables del museo del Prado deciden, con la anuencia de la autoridad competente, convertir la obra de Goya en embajada volante aquí y allá de la frontera.

Pedro Pablo Rubens, 1577-1640. Se viene cumpliendo, pues, con el año en curso, el cuarto centenario de su nacimiento, o mejor, lo vienen testificando, por su cuenta inexorable, las hojas del calendario, ante el más incomprensible e injustificado desdén parte de nuestras autoridades académicas y políticas, investidas de oficialidad. ¿De nada vale el largo afincamiento del pintor flamenco entre nosotros, ni el habernos legado una de las colecciones de pintura más importantes del mundo, ni el haber ejercido en favor de España un influjo decisivo ante las cortes de Holanda e Inglaterra?

No se nos oculta que los del arte vienen siendo, en la consideración oficial, asuntos de poca monta. Valga de ejemplo la absoluta indiferencia con que, el pasado año, transcurrió el cuarto centenario de la muerte de Tiziano, pese a ser su obra de caballete, tal como consta en el Prado, envidia de propios y ajenos, pese también a su larga vecindad por estas tierras y su amistad, incluso, con aquel que fuera primero de España y quinto de Alemania. Cosas de poca monta, aun que, en el caso de Rubens, resuman un par de capítulos trascendentales en el cómputo de nuestra propia historia.

Nacido en Siegen (Bélgica), crecido en Amberes (ciudad, a la sazón, católica y española), curtido en las lides políticas e intrigas cortesanas de su tiempo, amigo personal de Richelieu, de Buckingham, de nuestro Conde Duque de Olivares..., honrado en las cortes de Flandes, Inglaterra, Francia, Holanda, Italia..., fue Pedro Pablo Rubens el mejor abogado que pudo hallar España (a punto de ver puesto el Sol sobre su imperio) en el arreglo de las disputas religiosas con los Países Bajos o en la amistosa relación con Inglaterra; relación que, pese a los esfuerzos de nuestro pintor-embajador, pararía en lamentable y definitiva discordia.

Sea el arte asunto de poca monta, y no merezcan homenajes quienes con su pincel o cincel (Picasso a la cabeza) nos dieron nombre universal. ¿Tampoco habrá de merecerlo aquel que, mejor que los de oficio, asumió, por afición, todo un empeño diplomático en pro de España y de cara a las potencias que le disputaban, y acabarían por hacer suyas las conquistas de antaño? ¿Ni siquiera una placa conmemorativa, una inscripción o un acto cultural en alguna de las muchas salas del pintor mejor representado en el museo del Prado?

No. En lugar del homenaje, la clausura. ¿Cuál la mejor forma —parecen haberse dicho los mentores oficiales— de conmemorar el cuarto centenario de Rubens, de nuestro Rubens, por tantos y tantos motivos? Cerrar sus salas y privar de la visita a cuantos desearan rendir por su cuenta testimonio de admiración y gratitud al pintor-diplomático. Peregrina ocurrencia la de la autoridad competente! ¡Clausurar las salas de Rubens para iniciar obras de reforma y confiar a los sótanos su nutrido legado pictórico, con motivo de su cuarto centenario y por vía del más demencial de los homenajes! De reformas va la cosa; que en atención a ellas o a parecidos menesteres (climatización, reorganización, recompostura...) va a urdirse el segundo capítulo de este comentario ocasional, síntoma de otros más comunes y habituales en la historia más reciente de nuestro museo por-antonomasia. Hay que reparar también las salas de Goya. ¿Que hacer con sus obras? ¿Desterrarlas, en compañía de las de Rubens, a los sótanos? No. En este caso se decide montar una exposición en Barcelona, de cuya oportunidad y alcance doctores tiene el museo que os sabrán responder.

En alguna parte han de hallar acomodo. Dada la inexistencia de atenciones docentes e investigadores en la actividad común del museo, ¿qué más da que se mantengan en él o vengan a reanudar su primordial papel de reclamo turístico en el noroeste de la Península? Tal vez sirvan de embajada estratégica en estos tiempos de fiebre autonomista o entrañen signo descentralizador, o supongan mérito y galardón para alguno de los organizadores, o certifiquen, para otro, adhesión coyuntural a la Cataluña de su primera luz...

Un nuevo síntoma

Cuarenta y tantas son las obras de Goya (la mayor y mejor parte, hecha excepción de las pinturas negras y los cartones para los tapices) que van a ser, o han sido, facturadas con destino a la Ciudad Condal. ¿Y la obra gráfica? ¿No merecerán aguafuertes y grabados de Goya honores de embajada? ¿Dónde? En Roma. La presente coyuntura, de reconciliación y mejor entendimiento político, aconseja que sea Italia -la destinataria de las primeras ediciones goyescas. Y si ello parece exiguo, pues se las hace acompañar de la holgada docena de pinturas que del genio de Fuendetodos obran en el madrileño museo de la Academia de San Fernando.

Por ahora es sólo un rumor. Y por serlo, nos anticipamos a prevenir lo que tiene visos de cuajar en triste realidad. Compañeros de viaje de las citadas primeras ediciones, los retratos de Godoy y Villanueva, el gran retrato de La Tirana y el autorretrato del propio pintor..., corren el riesgo de volar a Italia, en compañía de obras tan memorables como El entierro de la sardina o La corrida de toros..., y sin otro motivo, a lo que se ve, que el oportunismo político y los honores, condecoraciones, merecimientos y prebendas que a los sagaces organizadores puedan procurárseles.

¡Todo un síntoma actualizado de nuestra política museística! Dejaré bien sentado que no se quiere aquí defender criterios inmovilistas a ultranza. Excepcional exigencia del intercambio de cultura es el intercambio mismo de las obras de arte; pero únicamente excepcional y en atención a intereses estrictamente culturales, no al amparo de acostumbradas motivaciones que poco o nada tienen que ver con la investigación, con el estudio indiscriminado, con la divulgación pertinente y con las naturales demandas de la docencia.

Lo que aquí se denuncia es la espúrea función que, muy al margen de las antedichas, vienen desempeñando, fuera de los museos respectivos, nuestros peregrinos y peregrinantes cuadros- embajadores. Ni las obras de El Greco deben servir de adorno en las negociaciones con USA, ni han de valer las de Goya para estrechar lazos comerciales con Japón, o aliviar extremismos autonomistas en Cataluña, o consolidar en Italia renovadas relaciones..., cuando no medros descaradamente personales.

Difícilmente pueden aducirse razones e intenciones culturales en el peligrosjsimo traslado de las obras de Goya (La familia de Carlos IV, por ejemplo, viene sobreviviendo a base de inyecciones), cuando el cuarto centenario de la muerte de Tiziano mereció, el pasado año, displicencias y desdenes oficiales, y para conmemorar el del nacimiento de Rubens no parece ocurrírsele a quien corresponda otra medida que cerrar sus salas del museo del Prado y evitar en ellas el homenaje ajeno a quien fuera pintor en España, y embajador de España en un momento clave de su historia.

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