El sindicato del miedo
En las fechas en que estamos no es posible demorar el escrito de conclusiones, casi diría yo que definitivas. Se ha consumido mucho tiempo en unas seudonegociaciones con el Gobierno. No es que acusemos por completo de ineficaz esa etapa. Aun cuando se hubiera tenido seguridad de su inoperancia, de su posible manipulación; había que intentar la negociación, y no sólo por ser ineludible. Más importante lo era como «test» que evidenciara una voluntad de negociación, que era tanto como afirmar una decisión política de cambio profundo, pero no cruento. Un examen de la realidad española, y de la coexistencia mundial, haría contraproducente para la Oposición democrática (por izquierdista que esta fuera) librar una batalla verbal, que a buen seguro daría paso a una estrategia del miedo por la España autoritaria. Sin incurrir en el error político de subordinar las opciones constitucionales a esa llamada configuración sociológica franquista (actitud que considero suicida, y alucinante si se trata de un marxista); había que esforzarse por evitar toda manifestación de un infantilismo, y de una patología gauchista.Esa fase previa en lo esencial está consumida. Si se mantienen los esquemas orgánicos que se utilizaron a tal fin, será dándoles, a partir de este instante, unos cometidos distintos. Sin cambiar de estilo ni de metas, lo que se impone ahora es una política más incisiva y beligerante. La Oposición debe considerarse auténticamente como tal. Esto supone proceder a prepararse para dar la batalla.
¿Qué es lo determinante en la preparación de una gran batalla? Decía el historiador Pabon, refiriéndose al genio militar de Napoleón, que lo que caracterizaba a éste era «que en tanto otros generales contemplaban y vacilaban entre muchas variantes; el gran corso se centraba sólo en un objetivo: en el esencial». Con una conceptualización distinta, más o menos ésta sería una de las líneas del pensamiento político y castrense de Mao: contradicción fundamental y foco central.
Hoy en la batalla electoral lo esencial es hacer posible que de esa consulta salga una voluntad política apta para acometer la tarea de la reforma constitucional. De no lograr una muy concreta configuración de las próximas Cortes, la naturaleza constitucional que se quiere darlas quedará en una frase sin sentido. Será para muchos un fraude más. una evidente manifestación del cretinismo parlamentario y de la ineptitud de los partidos políticos democráticos. Aun sin quererlo, se habrá contribuido a virulentas manifestaciones de espontaneísmo, y se habrá facilitado una propensión a muy variopintas actitudes ácratas. Es explicable que en los grupos demócratas el eje de la acción inmediata y de la reflexión doctrinal venga dado por la dimensión constitucional que hay que conferir a la próxima contienda electoral. En este sentido es totalmente justificada la fórmula del «compromiso constitucional». Estamos ante una opción, una formulación política. Debemos estar también, aun cuando sólo fuese por coherencia, por una «praxis» que nos permita dar vida y realidad a lo que queda sugerido por el «compromiso constitucional».
¿Qué alcance y qué finalidad tiene el compromiso constitucional? Hacer posible una concentración de fuerzas políticas que garanticen al pueblo español la veracidad de dos postulados básicos: la soberanía del pueblo y sus derechos fundamentales. Derechos fundamentales amplios y valorados según diversos niveles. Derechos del hombre; pero también derechos fundamentales de las nacionalidades, de las regiones; y también, y con enorme radicalidad, derechos fundamentales del Estado español, del pueblo español de cara al mundo internacional.
En ocasiones, y esta es una de ellas, hay que decir cosas que pueden parecer trivializaciones, simplismos y puerilidad. El «compromiso constitucional», existe y se justifica en virtud de su capacidad operativa. No se trata de planear una batalla que jamás podrá darse. Lo que nos urge es dar los últimos detalles a una batalla que vamos a entablar. Dónde se fijará, como campo de operaciones. esa batalla constitucional? En el seno de las Cortes elegidas en junio. El «compromiso constitucional ». sólo tiene sentido de cara a las futuras Cortes. Es en ellas donde hay que dar cumplimiento a este compromiso.
Ser izquierdista en modo alguno autoriza y justifica ser ajeno a la realidad. Debemos ser conscientes de que en las próximas Cortes puede jugarse, de nuevo, algo capital para casi décadas. Digamos las cosas tal como son. Si las derechas, civilizadas o no, triunfan masivamente. Si la Federación de la Alianza Popular resulta dominante. Si la Federación socialista independiente (esos seuistas que podrían ser en el futuro más peligrosos que las pasadas hornadas de tecnócratas) cobra gran vigor: entonces de hecho quedará consagrado el posfranquismo. Y lo será en una situación más amenazante para la democracia española que lo haya podido ser en las cuatro últimas décadas. Ahora se trataría ya de una España homologada internacionalmente. No nos engañemos de nuevo en la apreciación de los factores externos. En el mundo de la coexistencia en que vivimos. En la situación de miedo y de inestabilidad de la que dan prueba las superpotencias y muchísimos partidos de izquierda extranjeros; la simple prueba de la pluralidad de Partidos, y el dato de unas elecciones más o menos formalmente análogas a las de los países demócratas, supondría esa homologación, y con ella el certificado internacional de nuestra aptitud y condición democrática.
Un «compromiso constitucional». que es más o menos una decisión estratégica sobre la futura batalla política, reclama de inmediato tener las ideas muy claras respecto a esta triple relación: proyecto constitucional nacido del compromiso; política de alianzas (que opera en la preparación del compromiso y en una actitud electoral); compromiso de defender en las Cortes el proyecto surgido de esa negociación que impone el «compromiso constitucional». No se trata, pues, de obsesionarse exclusivamente en proceder a «ocupar» el puesto, el campo o sector propio de cada Partido; de hacer una apreciación de su propia fuerza. Lo que se ventila es algo que desborda a los propios partidos separada mente considerados. Lo funda mental y decisivo es crear las condiciones que hagan posible dos cosas: el triunfo sobre las fuerzas postfranquistas, continuistas o ficticiamente evolucionistas; y el permitir que en las futuras Cortes exista un núcleo lo suficientemente numeroso de diputados y senadores auténtica mente demócratas que permitan, al menos, dotar al país de una constitución que posibilite en el futuro el ir progresando en la in cesante realización de una verdadera España democrática.
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