Por la bandera del populismo
La clave seguramente inédita de nuestras actuales pugnas políticas es la conquista de la bandera populista. En busca de su identidad las grandes formaciones de vocación mayoritaria buscan precisamente eso. Hay, en las diversas Españas, una fortísima demanda popular; que los presuntos grandes grupos en, formación pretenden atraerse mediante una inequívoca presentación populista; aunque no lo digan ni a veces lo sepan. Se advierte, entretanto, un alarmante desfase entre esa demanda y esa oferta; entre los presuntos votantes y los partidos-cuadro que pretenden hacerse con, sus votos. Los partidos-cuadro son, demasiadas veces, rediles de refugio para una clase política trashumante; las próximas elecciones presenciarán un descabezamiento de líderes consagrados. Para muchos personajes el ser conocidos redundará, seguramente, en un mayor vacío; entre lo que suele creerse sobre las ventajas de los actuales hombres políticos. En la primera quincena de. abril de 1931, los políticos indiscutibles eran, a la derecha, Romanones y Sánchez Guerra; en el centro, Melquiades Alvarez, Gabriel Maura y Santiago Alba; en la izquierda, Besteiro. Tras defender durante décadas la Autonomía. don Francisco Cambó parecía no sólo el árbitro de Cataluña, sino el autor de una nueva Restauración; mientras el catolicismo político creía llegada la gran hora del líder que venía preparándose para su gran momento desde veinte años antes don Angel Herrera.Unas Semanas más tarde, cuando se abrían las Cortes Constituyentes -porque un período constituyente comporta, aunque sea necesario, la convulsión política- todos esos políticos -grandes políticos- habían pasado fulminantemente a la reserva. Surgía una nueva derecha cuyos líderes eran dos políticos virtualmente desconocidos: don José María Gil Robles -a quien rindo, con esta evocación, un profundo homenaje por su penúltimo gesto político- y don Luis Lucía. Ocupaba el centro un viejo demagogo de la izquierda radical, bien limadas las uñas, don Alejandro Lerroux, por quien nadie daba un ardite. El señor Besteiro iniciaba su lenta defenestración dentro del PSOE y la UGT, en beneficio de, los señores- Prieto y Caballero. Un político desconocido fuera del Ateneo, don Manuel Azaña, se convertía por magia constituyente en la revelación, primero; y luego, en la encarnación del nuevo régimen.
Don Angel Herrera debió invernar en los cuarteles de la Editorial Católica y negoció con la República en nombre de la nunciatura, no con el respaldo de las masas católicas. Algo muy parecido va a suceder en el próximo período constituyente; la inmensa mayoría de los actuales líderes son pura inercia con pies de barro. No se, arguye que en 1931 hubo un cambio de régimen, porque la República fue en buena parte el último disfraz de la Restauración, y entre antiguo régimen y nuevo régimen hay en 1975/77 mucha más diferencia real que entre 1930/1931. Las apariencias engañan muchísimo. Quizás por eso no hay ahora, como entonces, un partido de los intelectuales; para no incurrir colectivamente, quizás, en el-no es esto, no es esto.
El brote populista de los años treinta degeneró, en nuestra América, hacia el militarismo; en nuestra Europa, hacia el fascismo; en nuestra España, hacia lasdos cosas a'la vez. El populismo español que estuvo a punto de remolcarnos hacia la estabilización democrática naufragó ante el tirón de los extremismos-, ante la crisis mundial de la democracia, crisis no sólo económica, sino sobre todo política; y ante la fascinación española por el doble totalitarismo etiropeo. Fue una tragedia: porque las dos paralelas del populismo español del católico, Gil Robles, el liberal-anticlerical, Lerroux, llegaron a encontrarse antes del infinito. Eran la mayoría, y la mayoría democrática; ganaron en las elecciones de 1933. Se hundieron en la vorágine antidemocrática de las elecciones de 1936, rebato general para la guerra civil.
Guste o no a quienes pretenden explicar la permanencia del general Franco por un proceso de represión y alienación, la permanencia del general Franco -vease su discurso por radio Castilla al anochecer del 1 de octubre de 1936- se debe sobre todo a su consciente asunción de las esperanzas y los miedos latentes del populismo español. Por eso el franquismo que quedaba ha muerto hace unas setnanas con los acto más típicamente antifranquistas que c abe ¡ni aginar; por parte del Estado, laldeclaración, efugios verbales aparte, del despido libre; por parte de la sociedad tradicional española, la rebelión de los tractores. Jamás propuso nadie a Franco el despido libre; jarnás un tractor se le subió a las barbas. Los trajo él casi todos.
La pugna política preelectoral se plantea por la posesión y si es posible el monopolio del estandarte populista, clavado, sin dueño, en la cumbre de una segura victoria para junio. La Democracia Cristiana ha sido la primera en verlo, y, paradójicamente, ha sacrificado al primer gran populista de la historia contemporánea -on José María Gil Robles- para evitar la barrera personalista a la hora de la reunificación. (Lo que no era don José María en 1936 era democristiano.) El Centro Democrático, dotado de excelentes éuadros, sufre, en Madrid, de macrocefalia, y sus reductos oligárquicos encuentran serios problemas a la hora de responder seriamente a la llamada popular. Una agudización de ese mismo elitismo ha impedido a los dirigentes socialdemócratas lanzarse a la palestra electoral de manera independiente. ¡Qué bien lo ha visto en Logroño ese futuro árbitro de la política española, Fernández Ordóñez Los supercríticos de Alianza Popular, obsesionados con los punteos personalistas -el famoso «retorno de Fraga a sus orígenes», por ejemplo, lo cual es cierto, pero casi irrelevante- sienten el creciente peligro político que se reveló, para el centro, en el reciente congreso de Alianza; pero no advierten la entraña de ese peligro. Que no se reduce con acusaciones manidas de neofranquismo o continuismo; Gil Robles pudo ser en la República el hombre más votado de España sin dejar ,de ser monárquico;.sin declararse una sola vez republicano. La fuerza de Alianza Popular descansa en cuatro factores.. Primero, la indiscutible hegemonía de Fraga sobre los demás líderes. Segundo, la nueva militancia fraguista del influyente sector denominado las derechas de toda la vida que no estaban con él hace dos meses; que hora están. Tercero, la fidelidad a AP de casi todo el Movimiento deshelado. Cuarto, y principal, el fuerte tirón populista del grupo, detrás de hombres como Licinio de la Fuente.
Este reclamo populista -no suficientemente captado por Centro Democrático, a pesar de la creciente popularidad de Cabanillas y Areil- es lo que impulsa a los promotores de la presunta operación centro-izquierda, que se dice inspirada por el ministro de la Gobernación e incluso -según sus indiscretos defensores- por instancias todavía más altas. La interpretación populista es, también aquí, mucho más válida para el análisis que la cansína.interpretación dialéctica franquismo-antifranquismo, que se destruye con-una buena coartada; la coartada Boyer-Alvarez Miranda en Centro Democrático, la coartada Murillo-García López en el todavía nonnato centro-izquierda. Pero no es la coartada la importante -esos cuatro nombres sí son importantes-, sino la convicción y la posibilidad populista. Por eso la operación centro-izquierda no iría directamente contra Centro Democrático, que se debate precisamente en una aporia de imagen populista, sino contra, el citado tirón populista de Alianza
Mientras en las regiones que ya son políticamente autónomas, como Cataluña y el País Vasco, el populismo parece firmemente asentado sobre bases tradicionales -los herederos de la Esquerra que desbancó en 1931 a Cambó; los herederos, más populistas hoy, si cabo, de aquel PNV-. puede que el nuevo populismo del resto de España mantenga aún oculta su mejor baza, que, como ha ocurrido siempre en la historia del populismo mundial, es, por suerte o por desgracia, un nombre. En la España de hoy ese nombre es el de Adolfo Suárez.
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