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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Los intelectuales de Fuerza Nueva

EL SECRETARIO técnico de Fuerza Nueva afirma que -ni el presunto asesino de Arturo Ruiz García, ni los presuntos autores del crimen de la calle de Atocha guardan la menor vinculación, pasada o presente, con esa organización. La fotografía reproducida en el número de EL PAIS del pasado domingo y aparecida originalmente en el semanario Fuerza Nueva, en la que puede contemplarse a José Ignacio Fernández Guaza cubriendo físicamente las espaldas del señor Piñar, no es una prueba fiable: «El hecho de que cualquier persona acuda a actos públicos multitudinarios de Fuerza Nueva, cuya presencia puede ser detectada a través de fotografías, no implica en absoluto la vinculación de nadie a esa asociación.» Seguramente, el presunto asesino, vecino de Madrid, decidió matar el ocio, en un viaje a Bilbao, por el procedimiento de acercarse al teatro donde el señor Piñar pronunciaba un discurso y examinarle de cerca y por detrás. Igualmente casual resulta que Carlos García Juliá, presunto asesino de los cinco abogados de Atocha, ocupara un lugar en la tribuna de un acto político, también presidido por el, señor Piñar, en Valladolid, como figura en la fotografia reproducida en nuestro número de ayer. Otros testimonios gráficos demuestran la acumulación de coincidencias de este género en torno al señor Piñar, cuyo partido declara oficialmente que su líder es rodeado de habitual por intelectuales. Pues hay que avisarle urgentemente del peligro que corre su vida. Gente indeseable y con pistolas le cerca de continuo, sin él saberlo, en los actos públicos a que acude.Si nuestra contribución gráfica al esclarecimiento de los hechos es agradecida como merece, tal vez en otra ocasión hagamos también algunas sugerencias para transformar la interpretación de la brutal matanza de Atocha propuesta desde medios oficiales. Porque la versión de aquel terrible acontecimiento, como un ajuste de cuentas entre bandas rivales, no resiste el análisis. ¿Por qué ese supuesto arreglo de viejas querellas en el sindicato del transporte se zanjó con el asesinato de cinco jóvenes abogados comunistas? ¿Se tiene en pie,la tesis de que militantes o simpatizantes de Fuerza Nueva hacen abstracción de su ideología al poner sus armas al servicio del secretario del Sindicato Provincial del Transporte -un sindicato verticalizado y politizado desde las más altas instancias-? ¿Quién les presentó al señor Albaladejo, por qué confió éste en ellos, cuál era el contenido político de su relación? ¿Y cuál el origen de las armas?

En cualquier caso, el que un funcionario del Estado, con una larga hoja de servicios en el sindicalismo vertical, disponga para la ejecución de sus objetivos de bandas armadas dispuestas a matar, es algo bastante grave. Un sindicalismo de integración, integrado en un departamento ministerial como proponía la Ley Orgánica del Estado, se nos muestra ahora inflitrado de gangsterismo. Caramba.

La opinión pública empieza a percatarse de que, en la transición de un aparato de poder a otro distinto, una serie de mecanismos que antes funcionaban quedan sin control. Su misión o cobertura estaba en la protección incondicional de diversos intereses, nunca de¡ todo explicados. Ahora, esos resortes son paulatinamente desactivados y claro está que la delicada operación se hace con extrema dificultad.

Esos grupos paralelos han operado al servicio de situaciones dictatoriales y tienen hábitos expeditivos; a veces han estado compuestos por idealistas, pero otras son gentes venales, en muchos casos procedentes del hampa. Hay poco fanatismo y mucha delincuencia común. Eso parece deducirse del primer retrato robot de personajes como Fernández Guaza. Que gentes de esta clase hayan podido obtener título de colaborador en ciertos servicios o en organizaciones autotituladas «patrióticas» es preocupante.

Dijimos en su día que no nos conformábamos con la versión sobre la investigación y esclarecimiento de los secuestros de Oriol y Villaescusa. Añadimos después que era preciso saber quién había protegido, pagado y ordenado al asesino de Arturo Ruiz. Preguntamos más tarde sobre la naturaleza real de la guarida de fascistas internacionales descubierta en la calle de Pelayo. Y ahora hay que decir que lo de Atocha colma el vaso de las interrogaciones. No se empana con ellas la brillante labor de la policía, que ha descubierto y encarcelado a los sospechosos. Pero contra las palabras oficiales nosotros seguimos creyendo -y mucha gente cree-, que hubo una conspiración.

Conectados en parte, o en todo, los asesinatos de policías, estudiantes, de abogapos, los secuestros y demás intimidaciones requieren, para la defensa de la propia sociedad, la exposición de toda la verdad.

Esta es una historia de grandes personajes. Y por lo demás, es también tan vieja como el mundo. En sus conversaciones con Ma1raux, el general De Gaulle explica los intentos de desequilibrio que le organizaron, en su primer Gobierno, los grupos-de interés de la extrema derecha. Esos grupos aislados «dejan de tener ideologías cuando sus objetivos se separan de los de la nación». Y el viejo general concluía: « La derecha del abuso no puede ser más que una derecha clandestina. »

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