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Bonn ante los comicios en Francia: un interés nada desinteresado

Decir que en Alemania Federal se aguarda con verdadera expectación los resultados de las elecciones municipales francesas, no es decir demasiado. En realidad, parece ser toda Europa, especialmente los socios de la Comunidad Económica Europea (CEE) -y algunos países en trances históricos, como España- la que espera en silencio -en el silencio quizá de los que presienten tormentas- la dirección «indicativa» del electorado francés. Pero es con mucho Alemania, en cuanto eje financiero y ya casi político de la CEE, y también como factor esencial de la estrategia militar y económica del mundo atlántico frente al Este, la que más tiene a ganar -o a perder- en las urnas francesas. En este sentido, la idea de Bismarck no ha perdido vigencia: Alemania aún sigue midiendo y buscando en buena medida, su fuerza y su debilidad en Francia.Se explican así las significativas actitudes adoptadas por el canciller Helmut Schmidt ante asuntos relacionados con París. Desde hace varias semanas, los representantes de Bonn en el Mercado Común han suavizado sus presiones en torno del problema de la Europa verde, y hasta se muestran dispuestos a transjgir con un aumento superior al 4 ... para los productos agrícolas comunitarios, es decir, franceses. Detrás de esa transigencia, temporaria y superficial, se esconde el deseo del señor Schmidt de no perturbar demasiado a Giscard d'Estaing, defensor ante los franceses del campo francés, o perdedor seguro de los votos campesinos de Francia. Al mismo tiempo, Bonn se ha encargado de no poner demasiado en entredicho a París en cuestiones tan espinosas como las del presunto terrorista palestino Abu Daud, o la del disidente soviético AmaIrik. La gentileza del señor Schmidt en este último caso ha llegado incluso al extremo de sugerir que la cancillería alemana está dispuesta a adoptar, al no recibir Schmidt «personalmente» a Amalrik, el tono y las maneras del Eliseo. Y eso cuando tal política contradice abiertamente la postura de «dependencia de los principios» proclamada en relación con el Este hace apenas un mes por el propio canciller.

En resumen, todo muestra y de muestra que si el señor Giscard d'Estaing pudiese esgrimir permanentemente sus peligros y debilidades electorales, encontraría en Bonn al mejor de sus aliados y no al más crítico de sus socios, como habitualmente ocurre en Bruselas. Pero el esfuerzo bien le vale la pena al señor Schmitd. Aparte de las razones internacionales que para él se ocultan en los comicios franceses, lo cierto es que si Giscard d'Estaing comienza ahora a perder en Francia, la socialdemocracia alemana tendrá que empezar, por su izquierda, a oír con mucha más asiduidad a Heidi la Roja, simpatizante pública de Mitterrand, y hasta de Marchais, y por su derecha a un Strauss virulentamente crecido ante el "peligro rojo" de Francia

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