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Cómo consolidar una democracia / 1

En la Crítica de la razón pura, Kant se planteó tres cuestiones fundamentales: ¿Cómo es posible la matemática pura? ¿Cómo es posible la física pura?, ¿Es posible la metafísica? Se ve la diferencia de la formulación: mientras Kant da por supuesto que matemática y física son posibles -ahí están, han encontrado su «seguro camino- y se pregunta «cómo» son posibles, en el caso de la metafísica su pregunta es previa y mas radical: ¿es posible? Al escribir Cómo consolidar una democracia he dado por supuesto que puede consolidarse: es mi única concesión al optimismo.Si se me permite -por segunda vez- una referencia filosófica, recordaré que Aristóteles, en su genial Política (un libro que deberían leer todos los políticos prácticos y muchos que no lo son, que traduje, en colaboración con María Araujo, hace un cuarto de siglo), dice que el régimen mejor no es el que extrema sus caracteres, sino más bien al contrario: el que los modera de tal modo que resulte viable, que pueda durar y resistir a los intereses de destruirlo y a los embates del tiempo. También explica que el verdadero tema de la ciencia política es la seguridad (aspháleia); la fidelidad a un tipo de régimen no consiste en su pureza, sino en su prolongación y conservación. No es democrático lo que extrema la democracia, sino lo que hace que siga habiendo democracia.

«Consideremos -dice Aristóteles- cuál es la mejor forma de gobierno y cuál es la mejor clase de -vida para la mayoría de las ciudades y para la mayoría de los hombres, sin asumir un nivel de virtud que esté por encima de personas ordinarias, ni una educación que requiera condiciones afortunadas de naturaleza y recursos, ni un régimen a medida de todos los deseos, sino una clase de vida tal que pueda participar de ella la mayoría de los hombres y un régimen que esté al alcance de la mayoría de las ciudades.»

Allá en 1950 comenté estas ideas de Aristóteles con palabras que, si no me engaño, pueden seguir válidas:,«La disociación amenaza toda la vida griega. El acuerdo se ha perdido hace muchos años. ya no se sabe lo que es bueno ni lo que es malo, lo que es justo ni lo que es injusto: no se sabe, sobre todo, quién debe mandar. Aristóteles se recoge sobre sí mismo y, renunciando a lo que era más caro para un griego -lo irreal-, se inclina sobre la realidad histórica, sobre el incesante movimiento político del último siglo, sobre las constituciones pacientemente coleccionadas, e intenta extraer de ese material la fórmula que haga, posible una nueva concordia, una mínima seguridad, para que los hombres puedan seguir tendiendo los arcos de sus vidas con alguna esperanza de que la felicidad sea su blanco».

La transición de España desde el Régimen anterior hacia una Monarquía democrática se está realizando con rapidez y suavidad mayores de lo que podía razonablemente esperarse a fines de 1975. Entonces escribí los últimos capítulos -esperanzados- de La España real. Lo normal sería que hoy no pudiesen leerse sin consternación y desaliento -por mi parte, sin un poco de rubor- ¿Cómo podía tenerse tal confianza? ¿No era increíble ingenuidad esperar en una apertura pacífica del horizonte, en una transformación profunda y sin grave tropiezo? Pues bien, han pasado catorce meses desde que escribí «¿Qué vamos a hacer?», y los españoles hemos hecho bastantes cosas, y muchas de ellas inteligentes. Lejos de tener que arrepentirme, debo decir que me quedé corto.

Hay muchos factores positivos que están actuando en sentido favorable en ese proceso. Enumeremos algunos:

1) La despolitización de España durante más de 35 años y la concentración de los españoles en la vida privada más que en la vida pública. Se dirá -y se dirá bien- que la despolitización es un mal y algo sumamente peligroso. Pero no hay mal que por bien no venga, y cuando se ha pasado por una ,politización obsesiva que llevó a la discordia, la retracción a la vida privada -aunque fuese impuesta- hizo que el pueblo español se enriqueciera, curara sus heridas, quedara en disponibilidad para nuevas salidas. Lo estamos viendo. Y no se olvide que la vida pública se superpone a la privada y se edifica sobre ella cuando no es una tiranía o una fantasmagoría.

2) La relativa prosperidad económica de los últimos dos decenlos, que ha permitido a la gran mayoría de los españoles un bienestar no muy inferior a la media europea.

3) El acceso efectivo a la educación media y superior -aunque quizá este último adjetivo no acabe de justificarse-, a los viajes, deportes, espectáculos, televisión, lecturas, de casi todos los grupos sociales. Es decir, la incorporación de España al nivel de vida, al repertorio de posibilidades que constituye hoy lo que llamamos Europa.

4) El cansancio de una larga dictadura que consideró a los españoles- en el mejor de los casos- como menores de edad y pretendió, sin títulos suficientes, ordenar sus vidas. el afán de recuperar la soberanía, la iniciativa, el ejercicio de los derechos políticos y, por lo pronto, los del estado -adulto.

5) El buen humor ambiente, la falta dé hostilidad y espíritu de violencia en el cuerpo social tomado en su conjunto (no en las minorías vocingleras y sin fuerza real). Esto hace que los españoles -al revés de lo que sucedía hace cuarenta años- tomen con calma y tolerancia lo negativo, molesto y enojoso (huelgas, perturbaciones del orden, excesos de represión, errores de cualquier género), aíslen cada inconveniente y no entren, como otras veces, en el proceso suicida de la bola de nieve que generaliza en una actitud pesimista o violenta un malestar ocasional. Estamos a cien leguas, por ambas partes, de la «pobretería y locura» que señaló José Moreno Villa en sus famosos artículos de 1936: ninguno de esosdos rasgos puede aplicarse a la España de 1977.

6) Finalmente, la esperanza de innurnerables españoles no monárquicos en una Monarquía cuyos primeros gestos han sido de frecuente acierto, y en la persona de un Rey que no suscita hostilidad alguna, y sí una simpatía difusa y envolvente, ajena a todo partidismo.

Pero sería ilusorio o desleal ocultar la existencia de otros factores resueltamente negativos o que, aun no siendolo, pueden ser utilizados negativamente y que suponen un considerable peligro para esa transición pacífica y el establecimiento de una verdadera democracia. Programáticamente, y la reserva de analizarlos con precisión, los agruparía en cuatro campos, de donde vienen las amenazas principales a la consolidación. de la democracia en nuestro país:

1) El planteamiento inadecuado, extremoso o parcial de los problemas de ordenación regional de España, que puede comprometer su viabilidad y la concordia general que es indispensable para que esa nueva organización, absolutamente necesaria, llegue a buen puerto.

2) La resistencia por parte de los supervivientes inmodificables del régimen anterior a aceptar la soberanía de los españoles y el abandono de privilegios que hoy son simplemente imposibles.

3) Los intentos, desde el extremo opuesto, de suplantar esa soberanía por otra voluntad minoritaria que enlace, como heredera o sucesora, con la situación que terminó a fines de 1975.

4) El grave deterioro de la economía, cuyas causas son muy complejas, cuyo remedio no es fácil, pero resulta más difícil por la resistencia a nombrar e identificar las verdaderas- causas principales. «Cuando no hay harina, todo es mohína», dice el refrán. La relativa abundancia de harina ha impedido que los españoles entremos en el proceso de transformación de la sociedad y el, Estado con un grado peligroso de mohína; pero sí ese bienestar se compromete, todos los factores positivos que antes enumere quedarán minados en su raíz.

«No sabemos lo que nos pasa, y eso es precisamente lo que nos pasa», dijo Ortega, pensando en Europa entera, en 1933. Intentemos ver claro qué nos pasa, para evitar que nos pase lo peor.

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