¿La colonización de España?
Catedrático de Historia Económica de la Universidad de ValenciaEn un número de ABC (viernes, 21 enero 1977), se publica un artículo de Gonzalo Fernández de la Mora, con el título La otra colonización, en el que se menciona mi investigación y la de algunos colegas míos en el campo de la Historia Económica, para apoyar las tesis allí sostenidas. El objeto de estas líneas es dejar en claro que yo no comparto los corolarios- políticos que en ese artículo deduce su autor de las investigaciones mías y de mis colegas. Quiero también aclarar que escribo en -nombre propio exclusivamente, sin haber consultado a ninguno de los otros estudiosos mencionados en dicho escrito (J. Acosta, J. Nadal y N. Sánchez-Albornoz).
El razonamiento del señor Fernández de la Mora me parece poder resumirse así, en sus propias palabras: la investigación de Historia Económica reciente ha mostrado que la revolución industrial en España tiene lugar «a mediados del siglo XX, o sea, una centuria más tarde que las grandes naciones occidentales. ( ... ) La causa principal de nuestro retraso fue la desnacionalización de las finanzas y de la minería, es decir, la cesión de dos recursos básicos a Francia e Inglaterra. Los grandes protagonistas de esta entrega fueron los Gobiernos nacidos de las revoluciones de 1854 y 1868. ( ... ) Las dos revoluciones liberales, la de 1854 y 1868, manipuladas desde las embajadas de Madrid, hicieron posible, entre demagogias libertarias, la explotación de España por nuestros rivales históricos. ( ... ) Lo cierto es que el mayor responsable fue un sistema institucional que, salvo paréntesis como el de Narváez, debilitó nuestro Estado hasta un grado de postración que, en vez de europeizarnos, nos africanizó económicamente. ( ... ) Es lógico que allende fronteras se estimulase cuanto debilitara nuestro Estado y_singularmente las revoluciones progresistas. Y se comprende que Espartero y Serrano gozaran de simpatía en las cancillerías extranjeras, mi-ntras que a Primo de Rivera y a Franco le ocurriese lo contrario. Pero gracias a éstos pudimos, al fin, hacer la revolución industrial, la que nos ha devuelto a la altura del tiempo».
Este razonamiento está viciado, a mi entender, por una imperfecta comprensión de los principios básicos de la teoría económica y de los resultados de la investigación histórica. El sofisma principal radica en afirmar que la «entrega» de los recursos nacionales a «nuestros rivales históricos» truncó la revolución industrial del país. Afirmaciones de este tipo se hacen a menudo en España, y en muchos otros países. Su alto potencial emocional, el atractivo demagógico de sus connotaciones xenofóbicas, no deben ocultarnos los errores o medias verdades en que se basan.
Para empezar, está por demostrar que el capital extranjero sea sin más perjudicial al desarrollo económico de un país, ni hay razón para sostener que los principios de racionalidad a los que ajuste su conducta un banquero o un empresario minero, por ejemplo, vayan a variar según su origen nacional. De esto se deduce que para sostener convincentemente que la entrada de capital o capitalistas extranjeros en un país perjudicó a su desarrollo no basta con mostrar que tal entrada tuvo lugar. Es necesario señalar además en qué fue diferente la conducta de los extranjeros de la de los nacionales y demostrar que esta diferencia fue nociva al progreso. El señor Fernández de la Mora no hace tal cosa: se limita a suponer que los empresarios el capitalistas extranjeros habían de perjudicar a España, por el mero hecho de ser extranjeros. Digamos que es un error extendido el suponer que cuando una mina o un banco en territorio español son propiedad extranjera el resultado es la expoliación del patrimonio nacional, y que esto no ocurre cuando los propietarios son españoles. Sin embargo, por ejemplo, no fueron las compañías mineras inglesas las únicas que exportaron el mineral de hierro español a Inglaterra en los años de la Restauración. Las españolas hacían lo mismo. Era la conducta económica racional. Por cierto que también se exportó a Inglaterra el mineral sueco y esto no impidió, sino que favoreció, la industrialización de Suecia en esos mismos años. A éste respecto llama la atención esta actitud esquizoide pero frecuente que, cuando se trata de una mina en España propiedad de una compañía inglesa, pongo por caso, denuncia la «expoliación», mientras que si es una compañía española la que beneficia fosfatos en BuCraá o hierro en el Rif (es un suponer) ve en esto una contribución al desarrollo de la región o del país en que están enclavadas las minas.
Naturalmente, la cuestión del capital extranjero es muy compleja. Pero es bien sabido que casi todos los países hoy industrializados han recurrido masivamente al apoyo del capital extranjero durante su revolución industrial, incluida la Inglaterra del siglo XVIII, que recibió capital sobre todo holandés, y Estados Unidos durante el siglo XIX, que importó gran cantidad de capital (y de material ferroviario) sobre todo inglés. Algo parecido ocurrió en Bélgica, Francia, Alemania, etcétera. España no ha sido menos: el espectacular crecimiento de los años posteriores al Plan de Estabilización de 1959 vino' acompañado de un cuantioso influjo de capital, empresarios y técnica extranjeros. En vista de todo esto resulta insatisfactorio atribuir al capital extranjero el retraso de nuestra revolución industrial. Cuando menos, hace falta explicar por qué un factor que en . muchos casos ha sido favorable al desarrollo, actuó en nuestro siglo XIX corto retardatorio.
La confusión aumenta además cuando se habla de la «cesión de dos recursos básicos a Francia e Inglaterra» o de «la explotación de España por nuestros rivales históricos», frases de alto contenido emotivo pero de significado ambiguo. ¿Se habla aquí de gobiernos o de negociantes privados? El matiz es importante. Emplean do expresiones ambiguas se da la impresión al lector de que los Gobiernos. españoles del siglo XIX estaban entregando el país a trozos a Gobiernos extranjeros cuando en realidad lo que ocurría era algo muy distinto. Un sistema fiscal anticuado, rígido y regresivo colocaba al Estado español en situación de déficit crónico. El pago incompleto e ' impuntual de la deuda pública hacía que los capitalistas tanto nacionales como extranjeros se resistiesen a prestar al Gobierno en ausencia de fuertes garantías o enormes intereses; de ahí resultaba la necesidad periódica de recurrir a los grandes banqueros internacionales, únicos capaces de allegar rápidamente los fondos necesarios, a cambio de concesiones mineras, bancarias, o de otra índole. El error del señor Fernández de la Mora, está en tomar las consecuencias por causas. El problema no estribaba en que los prestamistas fuesen extranjeros, sino en. el caos administrativo y presupuestario de los Gobiernos isabelinos, mucho más a menudo «moderados» que «progresistas», que hacía que estos préstamos se concertasen con pésima capacidad negociadora.
También pueden mencionarse errores concretos de hecho. Decir que los «tecnócratas de Fernando VII superaron el gravísimo deterioro producido por la invasión napoleónica» resulta en contradicción flagrante con los resultados de la investigación reciente, entre la que destaca la obra de J. Fontana. Es engañoso decir que Espartero y Serrano gozaban de simpatía en «las cancillerías extranjeras». Es bien sabido que, en general, la embajada francesa en Madrid simpatizaba con el Partido Moderado, y la inglesa con el Progresista, por lo que igualmente podría enunciarse la verdad a Medias de que Narváez o Bravo Murillo contaban con tal simpatía. Algo parecido se aplica a los casos dé Primo de Rivera y de Franco. Este último, en con creto, no anduvo falto de apoyo por parte de «las cancillerías extranjeras» de Hitler y Mussolini, entre otros. Por lo tocante a las compañías extranjeras, Río Tinto y Tharsis, grandes expoliadoras según el señor Fernández de la Mora, muestran claramente sus simpatías por la causa franquista o «nacional» desde el comienzo de la guerra civil española. No creo que su actitud fuera excepcional.
No son estos, ni mucho menos, todos los puntos que me parecen equivocados o discutibles en el artículo citado. Me dejo algunos muy importantes en el tintero. Sin ir más lejos, acerca de la cronología de la revolución industrial española. y su atribución a Primo de Rivera y Franco, habría mucho que precisar. Pero no se trata ahora de entrar en discusiones académicas, sino simplemente de dejar bien sentado que mis investigaciones no pueden, creo yo, servir de apoyo a las tesis del señor Fernández de la Mora: más bien todo lo contrario.
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