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Reportaje:

El paro, ¿un problema pasajero?

Dos de los tres grandes problemas que tiene en estos momentos planteados la economía española, la inflación y el déficit exterior, son objeto de un diagnóstico casi unánime en cuanto a su carácter, aunque existan diferencias sensibles entre los economistas en cuanto a sus causas más inmediatas y a sus posibles remedios. Se consideran problemas estructurales, esto es, derivados del modo de producción de la economía española durante las últimas décadas.Y sus causas últimas se centran en la baja competitividad de la industria, en la inadecuación de la agricultura para satisfacer las necesidades interiores, en la deficiente estructura financiera de las empresas, en el proteccionismo e intervencionismo corporativista del Estado, en el raquitismo desequilibrado del sector público...

Sin embargo, el otro gran problema, el paro, es objeto de interpretaciones con frecuencia contradictorias, algunas de las cuales responden a un análisis, a mi parecer, incorrecto del sistema productivo español y que, por tanto, conducen a proponer soluciones que en nada ayudan a atajar el problema y que, en muchos casos, pueden agudizarlo.

En efecto, se ha convertido casi en un lugar común decir que el elevado nivel de paro que presenta la economía española en estos momentos constituye un problema muy importante, pero coyuntural, derivado de la crisis económica por la que atraviesa el Estado español. El razonamiento que se esconde tras este diagnóstico puede resumirse en pocas palabras: la inflación y el déficit exterior han estado presentes durante todo el proceso de crecimiento de la década de los años sesenta, pero nunca han existido problemas graves de empleo, manteniéndose el paro a niveles no superiores al 1 % de la población activa española. El paro ha comenzado a representar un problema grave sólo a partir de la segunda mitad de 1974, cuando la crisis productiva era ya intensa y, por tanto, cuando la economía se reactive, el problema del paro desaparecerá. La conclusión es inmediata: puesto que los altos porcentajes de paro tienen un carácter coyuntural, será suficiente para eliminarlos reactivar la producción y, mientras tanto, bastará para paliar sus efectos con arbitrar ayudas temporales y parciales a los trabajadores parados.

Esta es la idea que querría combatir en las líneas que siguen, porque, me parece, que al partir de un diagnóstico erróneo, proponen un remedio inadecuado a medio plazo que puede conducir a graves errores en materia de política económica.

Ochocientos cincuenta mil parados

Según los datos del Instituto Nacional de Estadística, el paro se encontraba situado alrededor del 3,5% en 1973 y primer semestre de 1974, sobrepasó el 4% en los siguientes doce meses, superó la cota del 5% en la segunda mitad de 1975, y cabe suponer con certeza que la frontera del 6% en 1976. Una rápida progresión, que sitúa el volumen de paro en torno a los 850.000 trabajadores sin empleo. Pero con ser el dato absoluto importante, lo son aún más algunas características con que se ha presentado, entre las que cabe destacar:

a) Una distribución geográfica que presenta niveles de paro claramente superiores a la media nacional en el extremo SO de la Península, delimitado por la línea Cáceres-Toledo-Albacete-Murcia. Una bolsa de paro con estructura típicamente mezzogiórnica.

b) Una distribución sectorial que afecta más acentuadamente a la industria y, sobre todo, a la construcción, actividad típicamente absorbente de los obreros no cualificados en el tránsito agricultura-industria y campo-ciudad.

c) Una disminución de la tasa de actividad de la población activa, indicadora de un elevado componente de paro estructural en las cifras antes comentadas; y

d) Una tendencia creciente en los niveles absolutos y relativos de paro.

Estos datos deberían bastar, al menos, para hacer sospechar que la cuantía y características actuales del paro en la economía española no responden tan solo a problemas coyunturales derivados de la baja tasa de crecimiento, sino más bien a problemas relacionados con el modo en que este crecimiento tiene y ha tenido lugar.

El proceso del desarrollo

El proceso de acumulación y crecimiento de la economía española desde comienzos de los anos sesenta se basó en un esquema muy simple: unas abundantes disponibilidades de mano de obra empleable a bajo coste que permitieron forzar el ritmo de acumulación; la posibilidad de importar tecnología y materiales extranjeros que posibilitaron espectaculares aumentos de la eficacia productiva; una válvula de seguridad basada en la emigración de parte de los excedentes de mano de obra al extranjero, y una financiación exterior apoyada en las remesas de emigrantes, el turismo y la importación de capital extranjero.

La posibilidad de acceder a técnicas productivas de otros países, caracterizados precisamente por tener problemas de escasez de mano de obra, la rígida legislación laboral y el hecho de que el núcleo principal del proceso de crecimiento económico se concentrara en industrias que, como la química, la metálica y la energética, exigen de fuertes inversiones por puesto de trabajo, son algunas de las principales razones a que cabe achacar el hecho, cuantitativamente demostrado (1), de que en el período 1962-1970 la expansión de la industria se caracterizó, desde el punto de vista de la tecnología empleada, por una redacción en las necesidades de trabajo y un paralelo aumento en las necesidades de capital del sistema productivo español, doble proceso que dio como resultante un fabuloso incremento de la productividad del trabajo. Este doble proceso de ahorro de trabajo e intensificación capitalista se vio, además, reforzado por dos factores adicionales al cambio tecnológico. Por una parte, la estructura de la demanda interior fue presionando de forma progresiva sobre aquellos bienes y servicios más ahorradores de trabajo en términos relativos. Por otra parte, la composición de las exportaciones españolas se fue concentrando en aquellos bienes con mayores exigencias de capital por unidad de producción.

Capitalización frente a empleo

El resultado final de este proceso es claro: tanto las técnicas empleadas como el cambio de la estructura de la demanda final y de las exportaciones favorecieron la progresiva sobrecapitalización de la estructura productiva española y la disminución de su capacidad de creación depuestos de trabajo. Por tanto, la inversión se ha concentrado y concentra fundamentalmente en aquellos sectores en que es más caro crear un puesto de trabajo y que, además, tienen un menor efecto generador de empleo tanto directa como indirectamente (2). Añádase que de todo esto se deriva que los pocos y costosos puestos de trabajo que la economía española puede crear en estos momentos requieren mano de obra cualificada, lo que unido al hecho de que el paro afecta, de forma muy sensible, a los niveles de menor cualificación de la población activa, proporciona un cuadro sintético de cómo el modo de producción de los años sesenta ha afectado a los problemas del empleo.

Visión de futuro

Todo lo dicho hasta aquí conduce a una conclusión: la economía española, debido al modo de producción que las autoridades económicas fomentaron, presenta una fuerte incompatibilidad entre la expansión del empleo y el crecimiento de la renta. Un mero ejercicio aritmético permite cuantificar la gravedad de la situación: para reducir tan solo al 5 % el paro durante 1977, sería preciso crecer a un ritmo superior al de la década de los años sesenta, lo que significaría un déficit corriente exterior superior en un tercio al del año 1976 (que constituyó un grave récord), y una elevación de precios incalculable. Todo esto debería hacer evidente que, incluso a medio plazo, la economía española nunca volverá a niveles de paro semejantes a los de los años sesenta, por la forma en que entonces creció, y que va a ser normal encontrarse con tasas de paro en torno al 3% (350-400.000 parados). Un problema imposible de calificar como coyuntural o pasajero.

Si lo anterior es cierto, será preciso arbitrar soluciones y medidas con un amplio horizonte temporal. Dos puntos aparecen como totalmente imprescindibles para ello: primero, definir inequívocamente las preferencias de la sociedad española en el tema empleo frente a crecimiento y, segundo, programar, de acuerdo con aquéllas, tanto una política a medio y largo plazo de creación de puestos de trabajo (con su correspondiente contrapartida educativa), como una profunda reestructuración sectorial del sistema productivo que preste mayor atención a las actividades con mayor capacidad generadora de empleo. Además, a plazo ya inmediato, y puesto que los niveles de paro van a seguir alcanzando cotas significativas en el futuro, es imprescindible plantearse como obligaciones permanentes del sector público un seguro de desempleo que afecte a todos los parados, que sea duradero y alcance al 100% de las remuneraciones realmente percibidas por los ocupados, así como el arbitrar instrumentos que permitan rotar ese paro y elevar la cualificación de la fuerza de trabajo.

Todo esto es, no conviene olvidarlo, caro, y el coste habrá de soportarlo por la vía fiscal toda la sociedad española, pero más intensamente, por motivos de justicia y de eficacia, quienes más se han beneficiado del crecimiento acéfalo e insano de los años sesenta. Suponer que el paro es un mal coyuntural y pasajero no deja, pues, de ser, en el mejor de los casos, un error, cuando no la manifestación encubierta del deseo de no hacer frente a las responsabilidades sociales en que algunos han incurrido durante los últimos quince años.

(1) O. Fanjul, F. Maravall, J. M. Pérez Prim y J. Segura: Cambios en la estructura interindustrial de la economía española 1962-70. Madrid, 1975.

(2) Véase O. Fanjul: Crecimiento y generación del empleo. Madrid, 1976.

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