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Tribuna:TRIBUNA LIBRE
Tribuna
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La necesidad de la alianza del centro

Duque de MauraDiplomático. Presidente del Partido Liberal de Baleares y miembro del Ejecutivo Nacional del Partido Liberal.

El modelo político occidental que estamos tratando de asimilar a través del actual proceso democratizador, sin precedentes en nuestra historia, basa su estabilidad en la principal consecuencia de la madurez política de las naciones que lo mantienen: la moderación de las actitudes públicas de la mayoría de los ciudadanos.

En España, tal madurez política es, ahora mismo, una esperanza sólidamente avalada por el buen tino que demuestra el país en ese delicado trayecto que va de la rígida autocracia a la libertad. Sin embargo, por el momento, es irreal suponer que a corto plazo se van a trasponer aquí dentro las ideologías de aquellos países y en semejante grado de radicalismo. Existen aquí y en la actualidad una serie de factores heredados que distorsionan nuestra inmediatez y que, básicamente, pueden sintetizarse en la pervivencia de rescoldos antiguos de la dictadura: de una parte, la innegable realidad del mal llamado «franquismo sociológico» que no es otra cosa que la tendencia, sin ideología concreta, hacia una relativa continuidad, más o menos matizada, que permita a quienes gozaron de priM legiado status en el pasado, mantener su protagonismo, aun a riesgo de ser encuadrados justo en los mismos bordes del abanico democrático. Y de otra, los residuos de la exacerbación ideológica que tuvo que producir la dictadura en quienes tuvieron que resignarse a la clandestinidad y a la represión. Y si a todo ello unimos la impericia política del país, es evidente que la gama de partidos será aquí más dispersa y más amplia que en las democracias occidentales, como ya ocurriera en Portugal, salvando en todo caso las notables diferencias circunstanciales y de contexto. Y piénsese que en Portugal concurrieron a los primeros comicios sólo diecinueve partidos, cifra irrisoria si se la compara con la nuestra.

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En tales condiciones y a corto plazo al menos, puede detectarse tres núcleos bien diferenciados: una izquierda radicalizada, marxista y numéricamente limitada por causa de su rotundidad; una derecha neofranquista cuya dimensión es difícil determinar ahora mismo, pero sobre la que puede afirmarse que dependerá de la habilidad del centro para politizar a su favor a un país en el que la inercia inmovilista puede hacer todavía estragos, y un centro en el que no cabrá establecer demasiados matices, puesto que éstos quedarán difusos ante la distancia real que habrá de separarle de sus respectivos, extremos.

La estabilidad política del próximo futuro habrá que buscarla, entonces, en la presencia moderadora de un amplio centro que anule la peligrosa polarización que podría producirse de predominar el neofranquismo, cuya primera iniciativa sería intentar arrasar a la izquierda, enconando aún más las postutas y conduciendo al país a una efervescencia ya no sólo política sino también social que podría derivar en alguna convulsión o, en el mejor de los casos, en una quiebra económica de gravísimo alcance. Tal situación sugiere, en la conocida expresión de Revel, una caída de los vacilantes extremos en el pecado de la «tentación totalitaria» y, desde luego, el Parlamento quedaría reducido a inoperante campo de batalla.

Es obvio, como argumentan algunos, que una normalidad constitucional a largo plazo hay que plantearla sobre una dialéctica de poder entre una derecha y una izquierda moderadas y no sobre el diálogo centro-extremos. Tal es, efectivamente, el caso de las democracias europeas, y ese mismo ha de ser nuestro objetivo último. Sin embargo, hay que tomar conciencia de la peculiaridad de nuestro punto de partida y de que las primeras Cámaras que se elijan habrán de tener como principal función, previa a una labor legislativa «normal » y a un eficaz control del ejecutivo, la de afrontar el proceso constituyente. Y en este empeño primario todos los grupos a los que, al menos de forma relativa y por comparación, cabe denominar de «centro» -socialdemócratas, liberales, demócratacristianos y afines- tienen intereses muy próximos si no superponibles.

Ante tal perspectiva podría ser un suicidio político el sacrificar, por mero purismo ideológico, la coalición de fuerzas moderada la exacta identidad de cada grupo. Sería caer en una imperdonable ingenuidad -de la que cabria a la historia pedir cuentas luego el no imitar al neofranquismo en su táctica aliancista, para la que ha tenido que hacer piruetas mucho más estrepitosas quejas que le serán necesarias al centro para llegar a yn programa básico común que permita la coalición electoral.

Es probable que, la alergia a los pactos que hoy rezuma de este desolador panorama de fragmentación no sea tanto una cuestión política sino sicológica, fruto de restos de mentalidad autoritaria en las vocaciones políticas. Pienso que, por puro patriotismo, se impone un serio esfuerzo, de razón y de voluntad en aras a anular los afanes de notoriedad que obstaculizan los acercamientos. Y si tal patriotismo no fuera móvil suficiente, recúrrase al menos al raciocinio: si al pueblo español se le plantea esta montaña abrumadora de alternativas, nuestra democracia parlamentaria, minada por un elevado abstencionismo, quedará en precario y con un pie sobre el abismo.

Este país, llegado a trancas y barrancas a la hora de la cordura, no merece tal incongruencia de quienes albergan el propósito de dirigirlo.

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