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Primeros intentos de un "Teatro Nacional"

Una de las aspiraciones máximas de los escritores y gentes de teatro más preparados y responsables durante el período republicano. fue el conseguir la creación de un Teatro Nacional. Como botón de muestra basta leer las páginas culturales del vespertino socialista Claridad, portavoz político de la corriente largocaballerista del PSOE, en donde tuvo lugar un interesante debate en torno al tema en los primeros meses de 1936. Allí expusieron sus opiniones Max Aub, Jacinto Grau y Carmona Nanclares, entre otros, defendiendo la necesidad de que surgiera un teatro culturalmente valioso.Las referencias inmediatas de aquel debate no eran otras que la existencia del teatro Nacional Popular, dirigido en Paris por Firmin Gémier e inspirado en los ideales humanistas y republicanos desarrollados por Romain Rolland en su «Teatro del Pueblo», a comienzos de siglo. Aparte de eso, ciertas referencias episódicas a espectáculos alemanes o soviéticos de aliento renovador y fuerte incidencia social, no proporcionaban apenas información respecto a los cambios en los sistemas productivos y al nuevo tipo de relación sociocultural surgida en esta transformación.

Basta leer las críticas de Diez Canedo, Pérez de Ayala, Enrique de Mesa, Chabás y algún otro, para comprender la realidad de aquel teatro español. polvoriento y caduco. Un teatro sometido a empresarios rapaces y mostrencos, ajeno a la incorporación de las nuevas corrientes. dramatúrgicas, con locales sin dotación técnica mínimamente útil.

Algunos pocos casos de actores-empresarios que atesoraron fortunas, no debe crear el espejismo de una situación decente para los trabajadores del teatro. La vocación, la libre decisión para escoger un oficio tan necesario para una sociedad que desee que, funcionen sus centros vitales, las posibilidades de formación real, no existían. El actor, como el torero, emergía de las capas marginadas del subproletariado en una típica ilusión de ascenso de clase, o bien heredaba su profesión y las condiciones de vida inherentes de sus padres que lo habían hecho a su vez de sus abuelos. La prensa de la época relataba casos patéticos de compañías abandonadas en cualquier pueblo, intermediarios que se quedaban hasta con tres sueldos de los actores, vejaciones inicuas. El teatro en estas condiciones no tenían nada que ver con un instrumento cultural.

Falta de tradición

España ha carecido siempre de una tradición de teatros como institución y centro de trabajo. Piénsese simplemente en los años que tenían de existencia instituciones como «La Comedia Francesa», los teatros «Maly» y «Aleksandrisky», «El Teatro Real» de Estocolmo, los diferentes teatros alemanes, etcétera, cuando en nuestro país el teatro ofrecía el aspecto que hemos expuesto brevemente. La mayor parte de las instituciones enumeradas surgieron a impulsos del pensamiento ilustrado de las diferentes sociedades. El movimiento obrero al iniciar su período de protagonismo histórico, no hizo sino reconvertirlas y potenciarlas en muchos casos ampliando su dimensión.No puede extrañamos que los intelectuales progresistas ligados al teatro pugnaran en aquel año clave de 1936 por poner en pie un Teatro Nacional: expresión en es te campo de la revolución burguesa consolidada y con cierta dinámica de futuro representada por la clase obrera en ascenso.

La idea de un Teatro Nacional surgió como formulación de los intelectuales ligados a las capas medias ilustradas y republicanas y a los sectores populares. Representó la necesidad de producir el teatro de un modo distinto, de convertirlo en bien de cultura. Fue un proyecto de dignificación de la profesión teatral y de los hombres y mujeres a ella ligados. No pasó del papel en aquel momento. Lo impidió la guerra de que ustedes tendrán noticia.

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