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Los partidos confesionales, reductos de poder político de una Iglesia preconciliar

«Modestamente opino que los partidos confesionales son reductos del poder político de una Iglesia preconciliar. La experiencia europea creo que apoya mi tesis. Ahora se acude al señuelo, no exento de arrogancia, de partidos de inspiración cristiana, como si con esto consiguieran ya desconfiscar al Evangelio», dijo el padre Martín Patino -colaborador directo del cardenal Tarancón- en la conferencia que sobre La razón pastoral de la desconfesionalización del Estado pronunció ayer tarde en el Club Siglo XXI.

«La Iglesia tiene que responder a la acusación de oportunismo político, lanzada contra ella desde bandos opuestos, los unos para restarle credibilidad y los otros para hacerla retroceder a unas fidelidades históricas que, siendo respetables, no pueden hoy desfigurar su verdadero cometido religioso», afirmó más adelante.Comenzó por justificar su presencia, centrar el tema de la disertación y analizar la credibilidad democrática de la Iglesia española. «No parece lógico -dijo- que moleste a la izquierda democrática española la presencia en nuestra sociedad de un pensamiento democrático y católico. En todo caso parece que se trata de restarle credibilidad desde plataformas marxistas que, por lo menos entre nosotros, tampoco debieran presumir demasiado de credenciales democráticas. Lo importante -añadió- no es averiguar quiénes fueron demócratas en el pasado, sino quiénes están dispuestos a serlo de veras ahora y en el futuro.»

Después de legitimar el pluralismo político entre los católicos afirmó que «quizá no resulte exagerado comparar esta tarea de relativizar la ideología política desde el Evangelio y no reducir el Evangelio desde la ideología, al cambio que impuso el sistema copernicano. Del Evangelio no se puede deducir directamente un sistema político. La nueva astronomía heliocéntrica ayudó a demostrar, entre otras cosas, que la Biblia no enseñaba nada sobre el movimiento de los astros. Y estas estrellas históricamente fugaces que son las ideologías -prosiguió- tienen que recibir ciertamente todas ellas la luz perenne del Evangelio y reflejarla con el posible rigor, pero no adueñarse de la misma, constituyéndose en centro de las otras o incluso pretendiendo servir de norma para la interpretación de la palabra revelada.»

«La doctrina de la Iglesia -dijo en otro momento- no puede servir para dogmatizar un sistema o programa político como tal. De lo contrario, corremos el riesgo de hacer imposible la misma democracia, sobre todo en países como el nuestro donde el dogmatismo religioso ha llegado no pocas veces a confundirse con el espíritu nacional.»

«No me parece justo identificar el catolicismo nacional, con el nacional-catolicismo», afirmó dentro del análisis histórico de los últimos años, tanto de la Iglesia como de los católicos españoles. «La prueba máxima a que se han visto sometidos estos nacional-católicos es la del escándalo de un clero infiel y desagradecido al régimen que salvó y financió a la Iglesia.»

Abordó a continuación el fenómeno de cambio operado en los años sesenta, que debe encuadrarse -según el conferenciante- un contexto regido fundamentalmente por el Concilio Vaticano II. «Durante esta década de los sesenta -dijo- la Iglesia de España no dejó de amar a su patria. Aunque sí sufrió la prueba de que la patria católica y tradicional intentara exigirle el sacrificio incoherente y absurdo de vaciaría de catolicidad y de sentido evangélico, es decir de desconfesionalizarla para poder mantener una aparente y anacrónica confesionalidad de la sociedad política.»

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«Ciertamente -continuó- hay algo misterioso, como un inexplicable salto en el vacio de la Iglesia española en los años sesenta. Diríase que cruje su cúpula y como que amenaza con desplomarse sobre sí misma. Pero es una Iglesia que cree y que apuesta por un plus de libertad y de lucidez, una apuesta que es obediencia a aquel que le asiste y le da vida. »

«En no pocos archivos eclesiásticos se guardan oficios por los cuales se comunican a los clérigos multas administrativas con la razón liberal de haber denigrado el santo sacrificio de la misa. Y, por supuesto, -dijo- no voy a disculpar el exceso de éste o aquel clérigo. Voy al intento de manejar el aparato del poder para trazar una línea de fuego generalizada en vez de aislar los casos de clericalismo político. Porque, al mismo tiempo que se bombardeaba a una parte representativa de la Iglesia. desde un dogmatismo político, se prodigaban las declaraciones y los gestos oficiales como propaganda de las supuestas excelentes relaciones con el Vaticano.»

Analizó el viejo dilema de la unión-separación entre Iglesia y Estado para calificarlo como superado por la doctrina del Vaticano II, a través de las mutuas autonomías y sana colaboración. Para el conferenciante la colaboración ideal sería aquélla en que ambas potestades sirvan a los hombres sin que la Iglesia dogmatice al Estado, ni el Estado desconfesionalice a la Iglesia.

Habló, finalmente, de la colaboración posible en tres campos: escuela, matrimonio y compromiso sociopolítico de la comunidad cristiana.

Nada debe impedir que se socialice la escuela -dijo- siempre que no se pretenda con ello socializar las ideas.

Los cristianos -afirmó- deben defender siempre la indisolubilidad del matrimonio, pero esto no significa que la Iglesia pretenda extender a todos los ciudadanos sus leyes canónicas.

Aseguró luego que el magisterio de la Iglesia no debe confundir la política o interés de la polis, con la policracia que es la técnica programatista de la adquisición y de la administración. del poder.

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