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Sindicatos y partidos políticos / y 2

Más allá del sindicato, en cuanto a institucionalización del movimiento obrero, resulta de interés hacer alguna breve referencia a la mentalidad o posición del trabajador en cuanto tal, respecto a los partidos políticos. Como afirma Dogan, desde el punto de vista político pueden distinguirse seis tipos de actitudes:- El trabajador revolucionario, con una conciencia de clases muy desarrollada y que está persuadido de que su condición social cambiará por la revolución y no por las lentas reformas. Su adhesión a partidos de inspiración marxista es más afectiva que racional y por encima de todo valora la solidaridad obrera. Normalmente hoy el revolucionario no se identifica con el partidario de la acción armada, sino del cambio total y rápido. En este grupo, prima cada vez más el trabajador intelectual, el titulado que con fuerte politización se ha incorporado con fuerza al nuevo movimiento obrero.

- El contestatario, que vota por el Partido Comunista, pero que no adopta la ideología marxista. Acepta la etiqueta pero rechaza el contenido de la doctrina. Su voto comunista es un voto de protesta. Vota «contra». Es el obrero que no tiene reservas económicas, que vive en la inseguridad, que se siente expoliado, engañado y frustrado.

- El obrero reformista. Es partidario más de las reformas que de las revoluciones. Se interesa, sobre todo, por las reformas sociales a corto y breve plazo, y normalmente vota socialista o comunista.

- El confesional. Normalmente católico, con una orientación política que tiene un fundamento moral no ligado necesariamente al estatuto socio-económico. En nuestro país, la evolución de la Iglesia y de movimientos obreros católicos, como la HOAC y la JOC, que han derivado fundamentalmente a CC OO, hace que el confesionalismo no tenga la pureza de otros países y que se difumine el tipo en el revolucionario.

- El conservador, que se autoidentifica con la pequeña burguesía y que procura la conservación y mejora del status conseguido. En número, es importante, pero de poca fuerza de arrastre.

- El indiferente. Es el que no tiene opinión política ni preferencias y no se interesa por la acción sindical ni los movimientos huelguísticos. Sin ilusiones sobre la acción colectiva, vive replegado en su familia y de algún modo, por su amplitud, puede ser un elemento decisivo para el triunfo de los partidos que atraigan su voto.

Todo ello enlaza con la cuestión más genérica de la apoliticidad o no del movimiento obrero. Yo pienso que el sindicato no debe ocupar ni una posición ancilar ni de mando sobre los partidos políticos, pero que debe de estar imbuido de preocupaciones políticas. En otras, y más simples palabras, el sindicato no debe encuadrarse en un partido político, pero debe tenerse objetivos políticos. Las razones son de bastante evidencia. La unión «servil» puede terminar difuminando o destruyendo las aspiraciones del trabajador como tal, que tienen más de esencial que de coyuntural. Y la política versus partido suele operar más sobre la coyuntura que sobre lo permanente. Pero, además, tal «servilismo» genera fácilmente una burocracia sindical-política realmente peligrosa para los propios trabajadores.

André Gorz, de un modo radical, afirma que «debe rechazarse con toda energía la subordinación de los sindicatos a los partidos, con objeto de limitar o disciplinar su autonomía reivindicativa o someter su acción a criterios tales como la coyuntura económica, la evolución de la productividad, etcétera. Y esa defensa intransigente de la autonomía reivindicativa -termina- debe ser incondicional y permanente, cualquiera que sea la tendencia política del Gobierno o el tipo y objetivos de la planificación económica».

Aun adhiriéndome a tal tesis, la realidad española de hoy nos demuestra que los partidos políticos que no tengan en estos difíciles momentos una versión sindical es muy posible que carezcan de eficacia.

En España nuestra historia sindical está marcada, como afirma Jutglar, por la radicalización de posturas que, junto con la. intransigencia y cerrazón de la clase dominante, hicieron posible el dolorosísimo estallido de la guerra civil. Nuestra historia está Jalonada más por las disensiones que por los entendimientos.

Tras muchos años de hermetismo sindical y de simbiosis del «sindicalismo» con el Estado, resurgen los sindicatos tradicionales -que en estos años de clandestinidad han luchado por mantener la llama viva- y nacen movimientos confusos desde el punto de vista sindical.

No puede olvidarse que la «oposición sindical» -surgida y desarrollada en muy duras condiciones fue más política que laboral. De ahí la mezcla de ambos elementos y la radicalización de los programas (más que de sus líderes). Programas que contienen un contraproyecto político global frente al existente. La necesaria clarificación sindical traerá, sin duda, una diversificación de los temas políticos y de los profesionales, teniendo presente que el trabajador no vota del mismo modo en el plano sindical que en el político. En esto habrá sorpresas.

Quizá haya sido Comisiones Obreras el movimiento más afectado por aquella ligazón y aunque dentro del mismo haya tendencias dispares representadas fundamentalmente por el Partido Comunista, la Organización Revolucionaria del Trabajo (ORT) y Partido del Trabajo (PT) e independientes. Comisiones Obreras, con toda la incertidumbre organizativa -sindical que lleva consigo, es hoy el movimiento de más fuerza cuantitativa en España, sin olvidar la fuerza que va tomando CNT. En su futuro sería muy deseable que, lo mismo que las demás centrales sindicales, fueran por la vía de la opción, más que por la de la adhesión. En otras palabras, por la aceptada pluralidad frente a la obligada unicidad. Y obligada bajo fórmulas coercitivas o autoritarias que, en el fondo, llevan a igual meta: el deterioro de la libertad.

UGT y USO, dos sindicatos del más alto valor cualitativo para el futuro sindical de nuestro país, contienen en sus programas los puntos básicos de la doctrina socialista y pueden constituirse en otro bloque definido de sindicalismo imbuido de objetivos políticos, además de los laborales.

Por el momento, yo no veo más que balbuceos de otros sindicatos alejados de concretos movimientos políticos, pero, sin duda, que se constituirá ese tercer bloque, sin la fuerza de los anteriores, pero con indudable presencia en el mundo obrero.

Con esta simplificación no intento marginar otros sindicatos, sobre todo catalanes, vascos y gallegos, que existen en España. Todo lo contrario. Pero el riesgo de la atomización es evidente.

Lo que importa es la implantación de la libertad sindical, para evitar la peligrosísima senda actual en la que el hecho y el derecho caminan en flagrante contradicción. Implantada la libertad, se podrá llegar a la claridad, y en especial sobre este espinoso tema de sindicatos y partidos políticos.

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