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Tribuna:LA LIDIA
Tribuna
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Con estos toreros, no habría crisis

El festival del domingo en Las Ventas fue importante no sólo por el merecido homenaje que se dedicó a Antonio Bienvenida, un maestro en su oficio, torero popular a todos los niveles; ni siquiera por la faena increíble que cuajó Andrés Vázquez, y que traerá cola, porque quizá mueva al propio torero a pensarse dos veces si debe permanecer en el retiro, viendo cómo otros que no le alcanzan ni a la suela de la zapatilla, se llevan los dineros y la fama, de feria en feria. Fue importante, también, porque durante toda la tarde los diestros estuvieron apuntando dónde está de verdad el toreo, y el público se solazaba con ello, verdaderamente arrebatado con los detalles, a veces fugaces detalles, que se producían en el ruedo.No son toreros de los años de Maricastaña. Son toreros de ayer mismo, diez años atrás tan solo, y algunos incluso menos, y entre cada uno de ellos y la inmensa mayoría de las figuras actuales no cabe ni siquiera la comparación. La técnica de Julio Aparicio, por ejemplo, no la tiene hoy ninguno. Fue una maravilla como paró al toro con un solo capotazo, rodilla en tierra, y cómo le mandaba en los derechazos; faena acoplada a las condiciones de la res, para exprimirle hasta el último pase de su picante embestida. Y así los demás.

Pero, sobre todas las cosas, lo que se vio en aquellos toreros fue personalidad. De los seis ya retirados que actuaron, ninguno se parecía entre si. Por el lado del toreo que pudiéramos llamar serio, había unas diferencias radicales entre Julio Aparicio, Manolo Vázquez, Diego Puerta, Andrés Vázquez. Los cuatro se ceñían a la ortodoxia, los cuatro están dentro de la línea clásica, a los cuatro ha hecho famosos la ejecución de las suertes fundamentales. Mas sus versiones eran distintas, cuatro concepciones diversas del toreo, interpretaciones personalísimas. Y si nos referimos a quienes propenden o propendían al tremendismo, caso de Litri y Chamaco, lo mismo; ningún parecido entre si. Todo lo cual choca con el adocenamiento que hoy se padece, toreros iguales, cortos de repertorio, incluso ínfimos en su repertorio; fabricantes de pases a docenas y a cientos, siempre el mismo pase; y todos con los mismos latiguillos, los mismos desplantes, la misma conexión con el público no por los alardes de valor, de arte o de técnica, sino por la baladronada, la apostura insincera y triunfalista; después de una tanda de mediocridades les vemos irse de la cara del toro con un aire como si se tratara de joselitos.

Con toreros como los del festival -tan buenos, tan malos- hoy no habría crisis. La crisis no existe porque los toreros sean buenos o malos sino porque no hay toreros. Lo que hay -salvo las excepciones por todos conocidas y reconocidas- es pegapases.

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