La lección de las elecciones, suecas
DESPUES DE cuarenta y cinco años en el poder,el Partido Socialdemócrata Sueco acaba de ser desalojado por la oposición, llamada burguesa tras unas elecciones. El señor Olof Palme, líder del partido derrotado, se apresuró a presentar la dimisión al presidente del Parlamento. Estos dos hechos, simples y, a la vez, contundentes, hablan por sí solos de la naturaleza profunda del sistema democrático. Un partido, un sector ideológico que durante más de cuatro décadas tuvo en sus manos las riendas de un Estado, se retira sin más, cuando la voluntad popular se lo indica, sin. crisis ni conciliábulos. Más aún: sin que a nadie se le ocurra que eso puede ser motivo de crisis o de conciliábulos, como no sean los que requiere la formación de un nuevo Gobierno, que dentro de unos años deberá someterse, a su vez, al dictamen de las urnas.Por razones obvias, estas circunstancias inerecen en España y en las demás naciones que en algún momento de su historia han reclama Í do o reclaman la paternidad de democracias originales, o de evoluciones hacia la democracia, una atención especial. Se está hablando aquí mucho del sentido que tiene para Europa la caída de la social democracia sueca, calificada de obrera, o el advenimiento
del liberalismo conservador. Eso está bien porque, efectivamente, el acontecimiento puede ser significativo, especialmente. si el próximo 3 -de octubre, por ejemplo, los electores alemanes deciden seguir los pasos.de los suecos.
Pero. aquí, en España, resulta más sustantivo -y justo-. prescindir un momento de esas caídas y ascensiones, y abrir, en cambio, los ojos ante la simplicidad ejemplafizadora de lo ocurrido en Suecia. El denominado modelo sueco sólo ha sido modelo, fórmula de socialismo o, si se quiere, una determinada estructura administrativa; pero nadie puede hablar de democracia sueca.
Por lo demás, hay otros dos elementos aprovechables en las elecciones de Suecia. Ciertos sectores afirman hoy que la'derrota de la socialdemocracia en Suecia facilitará las relaciones del actual Gobierno español con Estocolmo, y que suavizará, sobre todo, la actitud intransigente que el Gobierno sueco sustenta respecto de la incorporación de España a la Comunidad Europea. Nada más lejos de la realidad. El partido del señor Palme se califica de obrero, y los liberales centristas y moderados se presentan como burgueses. Pero unos y otros son, ante todo, partidos democráticos. Los que ahora van a sustituir a Palme son, en ese terreno, los continuadores de Palme. Decir que burgueses demócratas van. a darle la mano, por ser burgueses, a burgueses antidemócratas, equivale a decir que la socialdemocracia sueca le va a retirar su simpatía al socialismo español porque éste se opone a la instalación de centrales'nucleares, defendidas con entusiasmo por el señor Pal.rne durante la última campaña electoral.
Queda, por último, otro factor a considerar. Los resultados de los comicios suecos sugieren, quizá, un viraje hacia la derecha de la voluntad noreuropea. Pero ese fenómeno sólo se comprenderá en España si se tiene en cuenta lo siguiente: por un lado, en Suecia no se ha votado por uno Ú otro.,sistema o ideología, sino por más o menos impuestos, y por más.o menos cogestión obrera. Por el otro, cuando una mayoría decide retirarle su confianza a un partido que gobernó durante cuarenta y cinco años por deseo de otra mayoriá, parece lógico pensar que lo que la mayoría actual quiere es, sencillamente, un cambio de Gobierno. Debe dar que pensar esta situación perogrullesca, en la que en gran medida es detectable un deseo general del electorado de cambiar de dirigentes. Ya se ha. visto lo que daba de sí medio siglo de socialdemocracia. Ahora vamos a ver lo que da de sí en el poder la oposición tradicional. En este caso, la oposición burguesa.
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