Pero, ¿qué es el centro?
Economista, profesor de la Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad Complutense de Madrid y miembro de la Mont-Pelerin Society, Julio Pascual está adscrito a Unión Editorial, entidad que aglutina a medio centenar de economistas de talante liberal.
En este período de confusión política que se vive en el país, la falta de transparencia ideológica de una buena parte de las formaciones políticas existentes es total. Las excepciones son pocas: el Partido Comunista, desde luego, y algunas otras formaciones socialistas; algún grupo genuinamente liberal, como es, en mi opinión la Federación de Partidos Demócratas y Liberales, y, finalmente, los que gustan llamarse «albaceas de Franco». En todos estos casos, las ideologías están claras.La mayoría de los grupos políticos -en número de grupos, que no necesariamente en número de votos potenciales juega, sin embargo, a la confusión. Todos los autocalificados como socialdemócratas, varios de los que se autocalifican como liberales, los democristianos, los restantes conservadores democráticos, e incluso la mayoría de los conservadores no democráticos pretenden vender su imagen, en el mercado político, como los verdaderos representantes del centro. Pero, ¿qué es el centro?.
En política, como en todo, las categorías, cuanto más elementales, mayor garantía de perdurar adquieren. Eso les ocurre a las fáciles tonadillas de izquierda y derecha. En el fondo de ese binomio subyace la dimensión más elemental: la recta. Y en la línea recta pretenden inscribirse las ideologías todas. De la mitad a la izquierda, los socialistas; de la mitad a la derecha, los conservadores; a los liberales, como -claro- no son conservadores, ni tampoco -desde luego- socialistas-, pues... al centro. Luego viene el divertido juego de la propaganda política y complica aún más las cosas. Como el ¿entro gs signo de equilibrio, de serenidad, de virtud en definitiva, es lugar muy codiciado para socialistas tibios y para conservadores realistas -democráticos o no-. En este marco, comienza la partida de ping-pong, con los liberales como pelota: los que sienten ser la izquierda -pero menos- dicen que son el centro, y los liberales su derecha; los que se sienten la derecha se apropian ellos del centro, y los liberales... al limbo.
El mapa político no admite, sin embargo, tanta simplificación. Es verdad que en nuestro mundo de hoy todas las fuerzas políticas -nombres y voluntad democrática aparte- sólo son una de estas tres cosas: socialistas, liberales o conservadores. Lo qué ocurre es que la elemental línea recta no permite su perfecta ubicación. La inscripción adecuada sólo se hace, posible en un triángulo, cada uno de cuyos tres vértices representa uno de los tipos citados. Dos vértices tienen contenido ideológico sustantivo: el liberal y el socialista. El tercero -el conservador-, carece de ideología propia y, correlativamente con esta circunstancia y con su afición por estar en el machito, asume -con intensidad variable- posiciones ideológicas liberales o socialistas, según pinten. Es como si el triángulo fuera, en realidad, dos caballos y un carro. El carro conservador que sólo avanza por la trracción de los caballos, y éstos que tiran en direcciones divergentes: los socialistas, en busca de la primacía de lo colectivo; los liberales, en pro de su querencia por salvar a la persona concreta de la asfixia compulsiva de los entes abstractos.
Es por todo ello por lo que el centro como fuerza política no existe. Todas las fuerzas políticas, todas y cada una, están en uno de los tres vértices del triángulo. Y de esta conclusión no se salvan ni los partidos que dicen ser pragmáticos y carecer de ideología. Los partidos responden siempre a una ideología y no son, de intención, pragmáticos.
Las que son pragmáticas son las sociedades maduras. Por eso, en ellas, la política es centrista; pero, no en virtud de existir un fuerza política centrista que ostente la hegemonía, sino porque el centro político real, con arreglo al cual se gobiernan esas sociedades es, como el circuncentro de un triángulo equilátero, la resultante práctica de fuerzas políticas en las tres direcciones que, gracias a la madurez de la ciudadanía, producen en conjunto, con sus recíprocas influencias, un centro de gravedad.
Un buen ejemplo de cuanto llevamos dicho lo constituye la República Federal Alemana. Allí se gobierna de centro, pero no por otra razón que porque las tres fuerzas políticas actuantes -socialista, liberal y democristiana o conservadora- se influyen reciprocamente, impelidas desde abajo por un sociedad que se ha acostumbrado -ella, no la voluntad de los partidos- a ser eminentemente pragmática.
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