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Política y utopía

La moral -—moral social—.tarea central en la reflexión del intelectual, es, lo vimos ya, esencialmente crítica pero no menos esencialmente utópica. Mas ¿y la política? ¿Puede ser, ha de ser utópica también?

Hemos de distinguir entre lo que nunca debiera ser separado: la teoría y la praxis política. Yo diría, sin mucho temor de ser injusto, que nuestros políticos de hoy, salvo Tierno, se mueven exclusivamente en el terreno de la praxis. Su política, forzadamente a corto plazo, se propone la tarea posible —aunque bastante más difícil de lo que quisiéramos— de liquidar el régimen franquista. Y. por el otro lado, los continuistas y reformistas se proponen la tarea —igualmente posible de mantener la legalidad anterior intacta o, lo que parece más hacedero ligeramente cambiada, para que todo siga igual. Las encontradas estrategias de una y otra fuerza nos brindan el curioso espectáculo al que asistimos.

¿Cuál es la estrategia del Gobierno en medio de esta pugna de la «legitimidad democrática» con la «legitimidad franquista»? A medida que, tras las sorpresas iniciales va enseñando sus cartas nos damos cuenta de que su estratagema, más que estrategia, consiste en decir una cosa y hacer otra: en dar buenas palabras a la oposición, hasta el punto de hablar casi como ella, y darle también largas, hasta, por lo menos a una parte de ella hacerle pasar por el aro de un referéndum y unas elecciones presididos por el reformismo y ganados por él.

Tarea manipuladora perfectamente posible, ni que decir tiene. Se ve facilitada por la realidad que las gentes de izquierda quieren olvidar -de la existencia de la base sociológica del franquismo, que subsiste y que, mucho mas que por franquistas militantes, está formada por una masa despolitizada, totalmente privada de moral democrática en el sentido de nuestro último artículo y cuya única aspiración política es el mantenimiento del «orden» establecido y el alejamiento del fantasma comunista. Facilitada también por la presión de los poderes extranjeros el de Estados Unidos en primer término, los de Alemania y Francia también que probablemente no quieren más o quieren poco más, para el Estado español que la edificación de una fachada democrático-formal. Durante estos meses, desde la muerte del general Franco, vivimos la ilusión de tener o ir a tener una política interior. Mas la verdad es que ésta es como les ocurre siempre a los países satélites, decidida por la exterior. Donde no hay política internacional no puede haber tampoco una auténtica política nacional. Los hilos de ésta son movidos desde aquélla.

Por paradójico que parezca, estamos viviendo ahora los meses felices de la democracia., los de su víspera Cuando llegue, nos llegará bajo la forma asimismo posibilista — de la pseudo democracia reformista o, en el mejor de los casos, bajo la forma asimismo posibilista de un Gobierno constituido por demócratas cristianos —y otro día examinaremos el escollo insalvable de su conservadurismo en cuanto a la moral recibida. en el que habrán de encallar,, frente a toda «revolución cultural»: por viejos liberales que para rejuvenecerse se denominan socialdemócratas: por socialdemócratas que, para lo mismo, se llaman socialistas: por socialistas de la preguerra que, con el fin de guardar el halo mítico del comunismo) -éste, en España sigue funcionando miticamente, lo mismo mito fascinante para la izquierda, que mito aterrorizador, para la derecha, se definen como (euro) comunistas.

Así son nuestros políticos, así su política. Política de lo posible. ¿Cabe otra? A largo plazo y con tal de que la praxis se alimente de la teoría y ésta se formule y contraste al hilo de aquélla, ciertamente que sí. Y aquí, en este punto del discurso, es donde se inserta el de José Ángel Valente, al que me referí el último día. El discurso del poeta y el discurso del intelectual entienden ambos la política como «arte de lo no posible», es decir, arte de lo utópico. Justamente por sentirlo —débilmente, deficientemente— así, hay socialdemócratas que, al revés del cuento, se disfrazan con piel de socialistas, socialistas que se recubren con la piel del lobo y cristianos que, desgastado su «mito» propio, militan «por el socialismo».

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Sí, hoy todo el mundo se dice (pseudo) utópicamente socialista y en realidad, casi nadie se arriesga a decirlo del todo y a serlo de veras hasta el final. Mas los poetas socialistas o no, tienen que ser utópicos. Los jóvenes de la extrema izquierda no comunista son poetas sin saberlo ni quererlo. Y yo agregaría que, aun cuando malos poetas, también los que claman por una Falange irreal, imposible, mítica, lo son. Más todavía: si no fuese por su excesivo «paralelismo» con un cuerpo tan poco utópico como el de la policía, hasta la juvenil extrema derecha podría considerarse a sí misma pasadistamente poetizante.

Pero el intelectual, además de utópico, ha de ser crítico. Y aunar estas dos características, tan aparentemente inconciliables, es sumamente difícil. Yo sólo sé de uno que, sin renunciar a la utopía, supo ejercer la crítica sobre ella —la crítica del «socialismo utópico», poner la utopía en su sitio (¿utópico por desgracia?) y al dotar de conciencia de su explotación al proletariado y movilizarlo para la acción, desencadenando y encauzando así potentes fuerzas político-sociales, aunar la teoría y la praxis; ser político a más de intelectual. Fue, ya se sabe. Karl Marx. Le faltó, sin embargo, pasar el último test, tener el Poder. Fue político, sí, pero nunca en el Poder, siempre en la oposición.

La utopía es el «espíritu » de toda política que no se conforma con ser mera política. La utopía española de 1976 es la democracia, ideal alcanzable y nunca alcanzado, marcha de la democracia y democracia en marcha, esfuerzo conjunto por la plena democratización.

Por eso, aun cuando los políticos profesionales no lo entiendan, se han inventado las utopías. Por eso mismo algunos de nosotros nunca seremos políticos profesionales.

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