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Severas medidas para "controlar" la instalación de trabajadores extranjeros

La suspensión de la emigración hacia Francia, decidida hace dos años, será mantenida a rajatabla, declaró ayer el secretario de estado responsable, Paul Dijoud. Por el contrario, para humanizar la estancia de los trabajadores extranjeros, será facilitada la entrada de sus familias, aseguró también el señor Dijoud.

A lo dicho, se añade la expulsión de un inmigrado, sin razón explicable. Todo ello actualiza los diversos problemas que caracterizan la vida, en Francia, de los casi cuatro millones de extranjeros.Por lo que concierne a los obreros, la autoridades se manifiestan decididas a mantener la prohibición de nuevos inmigrados, porque lo contrario sería tanto como importar parados. Hasta la fecha, según los responsables, la entrada de la esposa e hijos de los trabajadores se hacía de manera anárquica. Toda una serie de normas van a entrar en vigor, destinadas a corregir la anarquía y a humanizar la vida cotidiana de los obreros que, los fines de semana, se convierten en clientela angustiada de las mujeres de petite vertu que rondan varias calles reputadas de París, como las de Saint Denis y Saint Martin, especializadas en la mano de obra del exterior.

Para que un trabajador pueda importar su familia, tendrá que probar una estancia normal, en Francia, desde hace un año por lo menos. Tal normalidad se demostrará con un sueldo estable y lo bastante elevado para mentener a los suyos, un alojamiento suficiente y, por su parte, los nuevos inmigrados, es decir, la mujer y los hijos, tendrán que someterse a un control médico que dé resultados positivos.

Las razones que incitan a los responsables al control y humanización del mundo de la inmigración son económicas y sociales: actualmente ya existen 80.000 inmigrados sin empleo. Y, por otra parte, la curva demográfica de los trabajadores extranjeros, si continúa aumentando al ritmo actual, «dentro de 20 años conoceremos los mismo problemas raciales que en USA». La solución que consistiría en integrar realmente a los extranjeros en la sociedad francesa, no parece fácil.

Las expulsiones, otro aspecto de la inmigración, inquietan a los trabajadores. Hace ya algunas semanas, 16 obreros fueron despertados por la policía, a primera hora de la madrugada, y manu militari, se les condujo al avión que los devolvió a sus países de origen. A pesar de las explicaciones oficiales, en los medios sindicales y políticos progresistas se atribuyó la conducta de las autoridades, al militantismo sindical de los expulsados.

Estos días, un obrero de Malí, Mussa Konate, se ha convertido en nuevo símbolo de la política racista del Gobierno, según calificación de los sindicatos CGT, comunista, y CFDT, socialista autogestionario. La razón, se asegura, es la misma: Konate está sindicado en la CGT. Una comisión de las dos centrales aludidas, ayer, acompañó al obrero en cuestión, que fue recibido por el presidente de la Asamblea nacional, señor Faure, que, además, es el presidente de la comisión especial.

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