El bocadillo
Yo creo que algo sí se va avanzando en la mal llamada lucha de clases (digo mal llamada porque no hay tal lucha, ya que siempre ganan los mismos, o sea, los Oriol). Pero la historia camina a la patacoja con un.paso adelante y cuarenta años atrás. No sé si alguna vez tendremos unos sindicatos libres, pero de momento ya tenemos quince minutos para el bocadillo.Por el real decreto acaba de regularse el descanso de no menos de quince minutos en la jornada continuada de trabajo. Es la famosa media hora de comerse el bocadillo, o sea, el taco, que decíamos en mi oficina. (Yo, antes de vivir del oro de Moscú, vivía de la calderilla de una oficina.)
Así que no hay que impacientarse ni sacar pancartas ni pedir readmisión de los despedidos ni sindicatos libres ni nada. No hay que denunciar todavía el convenio, que nunca se sabe lo que puede pasar y a lo mejor hasta vuelve Girón a Trabajo, y perdonen si exagero. Las cosas de palacio van con despacio y pian pianito, yo creo que acabaremos haciendo la revolución social, o al menos firmaremos otro convenio.
Porque el bocadillo de media mañana era una conquista natural del pueblo, unavictoria implícita y gastronómica de las masas trabajadoras, una dictadura del proletariado que duraba un cuarto de hora. Bueno, pues ahora, tras un siglo de luchas sociales, nos han reconocido lo del bocadillo por real decreto. Parece que fue en el Manchester industrial y engeliano del siglo pasado donde un obrero sacó flor primera vez un bocadillo, como si sacase un arma, envuelto en una hoja del Manchester Guardian, y se puso a comerlo tan tranquilo, parando por unos minutos la aceleración histórica del capitalismo industrial moderno y la marcha de la historia europea hacia las hegemonías liberales y victorianas.
Engels, que había ido a la fábri ca a buscar a una novia obrera que tenía, cogió el teléfono de manivela llamó a Marx:
-Carlos, a lo mejor es una chorrada, pero merecería la pena que te vinieses a verlo. Aquí hay un tipo que en mitad del tajo se está comiendo un bocadillo.
Marx se limitó a preguntarle a Engels de qué era el bocadillo, pero no se movió de su casa, sino que acto seguido puso manos a la obra y empezo a redactar el Manifiesto Comunista y El Capital, mientras tarareaba a Wagner y Beethoven, que eran pasacalles de la época.
La dialéctica hegeliana de la historia y la lucha de clases habían comenzado, pero aquí, como siempre vamos con el retraso horario que nos marca el reloj de sol, no nos hemos enterado hasta casi un siglo más tarde, y ayer como quien dice es cuando el «Boletín Oficial» ha sacado el real decreto legalizando el bocadillo, aquel mismo bocadillo wagneriano, beethoveniano, manchesteriano y engeliano.
Pero no saben nuestros gobernantes lo que hacen, porque ese cuarto de hora de la mortadela es el resquicio por donde se cuela luego toda la tromba de la historia y la dictadura del proletariado. La mortadela o la tortilla de patata con mucha patata, como diría el poeta José María Alvarez (lo decía cuando era poeta social, que ahora también los poetas han cambiado mucho), no eran sino la coartada gastronómica para reunirse quince minutos, echar una meada (clase obrera española nunca mea sola) y pasarse consignas, periódicos clandestinos, panfletos, folletos, cartas de Camacho y postales de Carrillo.
La revolución aquí en España hemos tenido que hacerla así: a cuartos de hora. Hoy que florecen en la calle letras entrelazadas como flores, siglas socialistas y sindicalistas viejas y nuevas, pensemos que todo este movimiento obrero, tan cuajado y ancho, se ha montado en lo que dura un bocadillo.
Y ya se sabe que los bocadillos de los pobres duran poco.
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