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Tribuna:Reunión en Madrid del Club de Roma
Tribuna
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La humanidad ante sus alternativas

El línea con su propósito de estimular nuevos debates generales en tomo al futuro de la humanidad, el Club de Roma se dispone a celebrar en Madrid estos días una reunión bajo el lema «La humanidad ante sus alternativas», reunión en la que se discutirá entre otros un nuevo estudio elaborado por su encargo sobre «la situación del planeta ».El Club de Roma fue creado a comienzos de 1968 por iniciativa de un reducido número de personalidades con diverso bagaje cultural, experiencias y convicciones, unidas sin embargo en su inquietud ante la complejidad e interrelación de los muchos problemas que afectan al mundo y que ya no se dominan o resuelven ni a través de la actividad política normal ni por las instituciones especializadas. Su composición está limitada a un máximo de cien miembros que incluye humanistas, científicos, educadores, funcionarios públicos y empresarios procedentes de más de treinta países. El Club de Roma es una organización no lucrativa, con sede oficial en Ginebra, cuyos objetivos son profundizar en la naturaleza y dinámica de los problemas mundiales por medio de investigaciones y debates, así como estimular la consecuente acción política a fin de influir positivamente en la solución de los problemas mundiales con una orientación racional y humana. En esa línea se inscribe la reunión que se celebró en 1974 en Salzburgo, en la que participaron diez hombres de Estado procedentes de las diversas regiones del mundo.

A principios de 1972 se publicó el primer estudio patrocinado por el Club de Roma a saber, «Los límites del crecimiento» elaborado por el MIT bajo la dirección de Meadows, que fue traducido a más de veinte lenguas y del que se han vendido más de dos millones de ejemplares. En ese trabajo abundan los rnaximalismos catastrofistas. Después de esa primera aproximación, el Club de Roma ha auspiciado una «segunda generación» de estudios en los que se perfila una trayectoria de enriquecimientos de puntos de vista y se reconoce una mayor relevancia a los aspectos económicos y políticos. Entre estos estudios destaca el modelo de Mesarovic y Pestel titulado «La humanidad en la encrucijada» y se incluye el ensayo elaborado por Gabor y Colombo con «Orientaciones para la ciencia y la tecnología» en una línea optimista sobre la técnica. A esta serie corresponden también los trabajos que dirige Tinbergen («Hacia un orden internacional») y «El estado del planeta» elaborado, bajo la dirección de Alexander King.

La que puede llamarse «tercera generación» de los trabajos del Club de Roma atiende cada vez más a la visión de un destino común de la humanidad subrayando los aspectos sociológicos, culturales, éticos, políticos y morales.

Los trabajos que promueve o patrocina el Club han conseguido despertar una preocupación general hacia los aspectos más críticos del futuro del mundo. Cabe añadir que esos trabajos, junto a la reflexión intelectual y la nada desdeñable controversia que vienen suscitando, empiezan a tener una concreta repercusión práctica, ya que entrañan una apelación a los políticos y a las instituciones sociales para la toma de decisiones urgentes y previsoras. Esta creciente atención a los trabajos del Club de Roma permite albergar renovadas esperanzas sobre el puesto que siempre puede y debe desempeñar el espíritu creador y el esfuerzo intelectual, particularmente en esta época de crisis en que se debate la civilización. Quizás su resultado más actual y positivo sea poner de relieve la creciente y, en todo caso, necesaria interdependencia universal, que constituye un presupuesto de viabilidad para cualquier alternativa en pro de una paz justa entre los pueblos, que salvaguarde la libertad y la dignidad de los hombres, objetivos que van más allá de la superación de la crisis económica internacional.

Efectivamente, es un error considerar que las dificultades económicas -por graves que sean-constituyen las únicas o principales causas del clima de inseguridad y zozobra que padece el mundo. La crisis económica es sólo un aspecto y, al propio tiempo, una consecuencia de problemas más hondos. En realidad se trata de una crisis global, no sectorial ni localizable geográficamente, sino de alcance universal.

La prolongada recesión está provocando graves desajustes sociales, aumento de los precios, desempleo, inflación y tensiones políticas, pero en buena parte es a su vez el resultado de la insolidaridad entre los hombres y los países y del enfrentamiento de intereses socioeconómicos contrapuestos. De ahí que el logro de un «nuevo orden económico internacional» que inspire y regule unas relaciones más equitativas entre las naciones -planteamiento por el que ahora abogan los Gobiernos desde la Asamblea General de las Naciones Unidas- deba necesariamente comenzar por una apelación al espíritu de colaboración entre los pueblos, por el efectivo reconocimiento de la interdependencia de todos ellos y por definir fórmulas de cooperación, superadoras de injustas desigualdades y de enfrentamientos entre bloques de poder o de intereses.

En tal sentido alcanza a las sociedades industrializadas la responsabilidad de eliminar las pautas de una explotación ciega e indiscriminada de las riquezas naturales, las cuales no pueden continuar, como hasta ahora, siendo objeto de despilfarro ni de imprevisora destrucción. Por su parte, la comunidad occidental, por su ingente capacidad de progreso científico y técnico y por los valores que han sido su norte declarado, está obligada y en condiciones de contribuir a la superación de la profunda crisis que atraviesa el mundo. Sin embargo, ese esfuerzo no dará resultados positivos y duraderos sino en la medida en que las aspiraciones individuales y sociales se reconduzcan deliberadamente a una nueva dimensión ética y moral, dentro de un ámbito de sobriedad que es donde mejor pueden desenvolverse la creatividad y la generosidad humanas.

Cada vez resulta más evidente que no hay futuro para una «sociedad de consumo», dominada por el afán de disfrutar del máximo bienestar económico en un mundo que continúa debatiéndose en la escasez, la ignorancia y la violencia, y que tenemos que renovarnos individual y colectivamente. Pero una sociedad renovada, superadora del desafío a que se enfrenta en todos los ámbitos de su posible desenvolvimiento, sólo puede surgir de la propia capacidad de renovación de los individuos y de las instituciones, sustentándose en la potencialidad no de los recursos materiales, sino de los recursos del espíritu y de la cultura. Es por eso alentador comprobar que el Club de Roma empieza a orientarse en tomo a estos temas que son los fundamentos indispensables de un futuro digno y esperanzador para todos los hombres.

La gran lección de las crisis económicas consiste justamente en recordarnos que el afán natural por la felicidad no se alcanza con la obtención de cada vez mayor bienestar material. Por el contrario, se pone de manifiesto que resultan insuficientes las respuestas centradas en los aspectos técnicos y económicos de la civilización y hay que ir mucho más allá de la preservación o recuperación de las condiciones naturales del medio ambiente. Para que las diferencias entre los países se atenúen y se establezca un orden fundado en la libertad y en la paz, en el que se viva con dignidad y altura de miras, es preciso recordar el equilibrio espiritual y el espíritu de sacrificio y abnegación en beneficio de los demás. Sólo así enfocando las grandes cuestiones en sus aspectos éticos y morales se puede dilucidar el porvenir del hombre que supere los enfrentamientos estériles que engendra el egoísmo.

Y esa respuesta hay que buscarla o provocarla en «cada hombre y en todos los hombres». El propio presidente del Club de Roma, Aurelio Peccei, dice que «el objetivo, el problema y la esperanza es el propio hombre».

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