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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Un doble triunfo

LAS ELECCIONES italianas, realizadas con una participación muy alta y un orden respetuoso, representan en la actual hora de Europa un hito y un ejemplo. Pese a los negros augurios de algunos y la violencia pre electoral, los comicios del domingo y lunes pasados han demostrado una vez más la madurez del pueblo italiano y su fino sentido de la historia.Con los resultados en la mano cabe hablar, sin paradojas, de un doble triunfo, por antagónicas que parezcan las fuerzas victoriosas. Triunfo, en primer lugar, de la Democracia Cristiana que, pese a ciertas previsiones pesimistas, ha superado en el Senado e igualado en la Cámara los porcentajes de 1972. La victoria democristiana prueba que el Partido y la Iglesia de Roma siguen teniendo influencia notoria en el electorado y que este electorado ha preferido la seguridad de un orden conocido a la incógnita de un nuevo equilibrio.

Debe hablarse también -y con toda claridad- del triunfo comunista. Y no sólo porque los seguidores de Berlinguer hayan conseguido porcentajes considerablemente más altos que en otras elecciones, sino también porque han acreditado, interior y exteriormente, una imagen civilizada, nacional y progresista de su planteamiento. En un país como Italia, habituado al maniqueísmo mediterráneo, esta actitud resulta una contribución a la convivencia.

De ahora en adelante, la Democracia Cristiana, que a través de una complicada trama de alianzas y aperturas había conseguido mantenerse en el poder desde el final de la guerra mundial, no podrá gobernar de espaldas a los doce millones y medio de votantes comunistas. Estos, por su parte, en el supuesto caso de que intentaran la aventura de crear un bloque popular -cosa más que improbable-, se verían paralizados por la oposición de los democristianos, que al fin y al cabo siguen siendo el primer partido de Italia. Llámese compromiso histórico, acuerdo nación al, pacto interclasista o como sea, el caso es que en la Italia de mañana nadie podrá gobernar en solitario. El tiempo de las hegemonías parece haberse cancelado el lunes.

Para algunos comentaristas «ltalia se ha partido en dos» porque los pequeños partidos han obtenido pocas adhesiones. Pero la polarización de las fuerzas políticas no significa, en clara ortodoxia democrática, la guerra civil. Bastantes países han evolucionado desde el multipartidismo al bipartidismo sin que sus instituciones representativas sufrieran o hubiera que echar mano de los cuchillos.

Las naciones desarrolladas muestran una tendencia cada vez más acusada a esta bipolarización en la alternativa del poder. Los Estados Unidos, Alemania Federal, el Reino Unido, Francia, Italia ahora, son ejemplos de países que asisten a este fenómeno como elemento de equilibrio político y no como fórmula de enfrentamiento civil. La gran novedad de la experiencia italiana es ver a un partido comunista convertido en factor de oposición estable y constitucional dentro de un régimen parlanientario y capitalista. De cómo resulte depende, en buena parte, el futuro de Europa.

Por eso, en el frente internacional se extraerán tambén algunas consecuencias: Italia ha votado de algún modo por su independencia como nación. Más de un tercio del electorado ha dado sus votos al mayor partido de la izquierda: una gran formación empeñada en demostrar -frente al simplismo interesado de algunos antagonistas,- su condición de partido no obediente al exterior.

Del mismo modo, los partidos que simbolizaban el gran mundo económico transnacional han cedido muchos votos a favor del gran bloque moderado italiano, la DC, cuya vitalidad y capacidad de recuperación han sido, hay que decirlo, superiores a todas las previsiones.

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