Partidos, poder y pesetas
Es el momento de recordar una pequeña contraprofecía que oí decir a Rafael Calvo Serer en los tiempos del Madrid, hace menos de un decenio. Hay que recordar el texto en que ni siquiera se podía mencionar la palabra «partido» en un artículo, atrevimiento que desataba todas las iras del olimpo informativoturístico. El antifatalismo de Rafael Calvo se expresaba, entonces, en el dicho de que «asegurar que no va a haber nunca partidos,políticos en España es como decir que no va a haber nunca televisión en color». Pues buen, ya tenemos las dos cosas en nuestra querida patria, y lo que es doblemente paradójico, mandando más o menos los mismos que no querían oír hablar antaño de los partidos y habiendo tenido que pasar Rafael Calvo por la cárcel. Pero no se piense que, con tales perifrásticas, vaya a hacer yo el artículo nostálgico-resentido. Hay que continuar explorando la veta antifatalista, imaginando con mayor detalle lo que nos va a traer el futuro, lo que ya se desgrana en el presente.Lo primero que hay que suponer es que la democracia es cara (como la televisión en color, para seguir comparando). Este es su principal defecto; bienvenido sea. Quiero decir que las actividades de los partidos y las elecciones, todo eso hay que pagarlo. Dos fórmulas iniciales y más cómodas conviene destacar de antemano: las subvenciones desde el exterior y el pago con fondos públicos. El primer sistema sólo es aceptable en determinadas condiciones de clandestinidad, como hasta ahora han sido; con él se prima a los partidos que tienen una «internacional» en que guarecerse o a los que son apoyados por los intereses de los grandes Estados ceatrales (USA y URSS). La segunda fórmula sólo podría aceptarse previa una reforma fiscal por la que la gran masa de los impuestos se recaudara de los que cuentan con más saneados ingresos. No es razonable esperar las calendas grecas de tal encomiable condición para empezar a hacer gimnasias electorales. Téngase en cuenta que ya en este momento los contribuyentes (es decir, básicamente los trabajadores, para qué vamos a engañarnos) aparecen sufragando generosamente las actividades de algunos grupos políticos (los que se asientan en el poder y en sus aledaños), puesto que la TV sólo les concede a ellos espacios informativos. Esta es una generosa e injusta prima que alguna vez habrá que discutir a los herederos del franquismo. Por exclusión, el sistema más apto para financiar las actividades de los partidos es tan sencillo como el que resulta de recoger las cuotas y ayudas de sus miembros y simpatizantes. Como nada hay perfecto, preciso es reconocer que tal fórmula beneficia los partidos: más numerosos y disciplinarios, y también (¡ay!) a los que son apoyados por la oligarquía económica. Pero los inconvenientes de cualquier otro sistema son aún mayores. En cualquier caso, la vida democrática, despojada de su aura de clandestinidad, es tambiér. una prosaica relación de intereses -de pesetas, para entendernos- que de alguna manera conviene airear, regular, tener en cuenta. Empieza el baile de los votos y de los millones.
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