Los humoristas
Hay que ir al Palace, que les dan paletas y almanaques a los humoristas. Hay que ir a una librería a presentar a un humorista marginal, exiliado, retornado, prisionero y paralelo: Vázquez de Sola. Hay que hablar de los humoristas.Los humoristas gráficos, claro. Ese noventa y ocho del humor que tenemos hoy en España, una generación compacta y gamberra que se inicia con el magisterio surreal y reumático de Chumy, cuando empieza a firmarse Chúmez y le mete morbo político a sus chistes, «señor, la horda», anuncia el mayordomo cuando la revolución está a la puerta. O Mingote.
Chumy Chúmez, que me manda postales vistosas desde el Tercer Mundo, la cuarta dimensión y el séptimo cielo, sometido a acupunturas en San Francisco, sometido a masajes eróticos en Shangay. Preguntaba un día, desde sus rutas exóticas, en una carta, una cosa que se veía que no le interesaba nada: «¿Y qué habrá dicho Arias por Ia tele?». Chumy Chúmez va y viene secundado por una francesa de minifarda (hay que decir minifarda, como Escobar) o una inglesa de plexiglás, que le están haciendo una tesis. Y luego está Manolo Summers.
Manolo Summers, con algo de chico que todavía lleva las canicas en el bolsillo y en cualquier momento puede ponerse a jugar a las canicas sobre la moqueta mundana de Oliver, con horror de Jorge Fiestas. Manolo Summers, tan ramoniano y tan niño, tan niño de clase media que se hace amigo de los barquilleros más golfos del Retiro. O Gila, el fresador de Zamora que envía desde Buenos Aires unos dibujos reciclados, colegiales y eficacicísimos. O Máximo, que en este mismo periódico (por fin ha encontrado su periódico) -y esto habría que subrayarlo con comillas, si yo no odiase las comillas, ejerce un humor serio, sajón, borgiano, y lineal de caricaturista del Times, humor que tenía ya cuando era el primero de la clase (perdona otra vez el negro colegio de postguerra que compartimos, Máximo) y pasaba entre la gallofa de rodillas sucias como un principito con asco de la greña, no precisamente jacobina, y escepticismo por las flores a María que organizaba la escuela.
Ops, adolescente cruel, niño kafkiano que ha llenado a Magritte de sangre fascista y culpable, chico que se acuesta temprano, siempre entre la timidez y la ética, con gafas de sacar nota y palabra de surrealista implacable. Perich, forjado duramente en el tebeo catalán, los monos de Bruguera y la revolución, con la gracia precisa, puntualísima, y un bolso de colgar donde lleva rotuladores y papel para sacarle al Régimen el retrato de frente y de perfil en dos minutos. Antonio Fraguas, Forges; neoarniches con úlcera y bondad, inventor y manitas, el más literario de todos, aunque emboscado de perito electricista de la Escuela Radio Maymó.
Y el viejo Cesc, maestro melancólico del dibujo genial y la protesta lírica -que se pierde ya por las últimas tapias. Y Vallés, Martínmorales o Romeu, la Pompeia, la nueva promoción catalana. Sabios vendrán un día que estructuren en generación y sistema este noventayocho del humor, esta florescencia de ironía que dan todas las dictaduras. ¿Nace el humor de la represión, nace de la libertad? De donde no nace el humor, desde luego, es de la alegría.
Y Peridis, todavía, un postrimero cuando el parto parecía colmado. El cómic político escueto y eficaz. Los peanuts del Sistema con Arias de Charlie Brown. Y Vázquez de Sola, a quien he presentado en una librería. Vázquez de Sola, exiliado en París, prisionero en Africa, expositor hoy en Madrid, que ha hecho el tebeo y la historieta del Régimen en libros que cuentan la triste vida de unos españoles tristes.
Los humoristas, irreductible turba que ha dicho en cuarenta años las pocas verdades que se han dicho.
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