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Tribuna:LA LIDIA
Tribuna
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El cartel de la Prensa, un acierto

La corrida de la Prensa será un éxito económico. El artístico ya se verá. Constituyen la atracción máxima del festejo los toros de Victorino Martín, cuyo solo anuncio es suficiente para abarrotar la plaza. En San Isidro, con un cartel de toreros sin excesivo brillo, ocurrió así. El letrero de «no hay billetes» en las taquillas, una expectación enorme, el nombre de Victorino Martín corría de boca en boca. El ganadero de Galapagar, no se discuta, es una figura en el mundillo taurino; su divisa, la más cotizada en la plaza de Madrid.Luego los victorinos saldrán... como salgan. Por ahí no apostaría demasiado. Pueden ser como la brava y muy noble segunda parte de aquella corrida, o como la muy mansa y bronca de la primera, con toda probabilidad emocionantes y distintos. De ahí el éxito de este ganadero, que alcanzó la categoría de símbolo para la afición. Supo ser valiente en su momento y no añadiré que consecuente también, pues ahí está su borrón en la corrida-concurso de la feria, donde echó al ruedo una sardina, por confundir la primera plaza del mundo con una casquería. No se olvida, señor Victorino, y no se olvida porque ser figura y símbolo tiene sus responsabilidades.

Para la Prensa -sabemos- ha elegido de su ganadería lo mejor, y si no es así, palo llevará. La comisión organizadora del festejo, muchos ojos de águila reunidos, acertó en la contratación de los toros. Vino después la cuestión de los toreros.

Polémicos, no. ¿Se necesitan acaso? De acuerdo, hay valientes y nerviosos que serían capaces, les sobra casta para ello, de montarse encima de todo un victorino, el de más trapío del cercado, y cabalgallo sin brida ni silla, ni fusta, ni espuela. Pero no hacen falta. Son los valientes inútiles. En el rodeo americano no tendrían precio, les pagarían bien y por hacerlo bajo la carpa, pero lo que precisa la corrida de la Prensa y el toreo todo son, hoy más que nunca, aquellos de tanto valor que se atreven a citar medio de frente, adelantan la pierna cuando el toro llega a jurisdicción para derribarle en su recorrido (primer tiempo: parar), lo embarcan como si la cornamenta estuviese imantada a la pañosa (segundo tiempo: templar) y lo dejan próximo a la cadera, ahí, no tan cerca, que acose, no tan lejos que renuncie a volver a la muleta (tercer tiempo: mandar).

Ni más valor, ni menos valor. El valor del torero no puede ser escaso, no debe ser desmedido, jamás inducirá a desviaciones si no es a riesgo de desmentir la propia condición de torero. Como el de un Miguel Márquez, a quien no importa que su toro luzca la bravura y se lleve la ovación, de la que no es celoso; al que se arrimará después, más de lo habitual, porque ya en el ánimo de la gente está que ese toro es «güeno», y ha de superarle para que gane mérito la tarea. Como, Julio Robles, que no echa el paso atrás en las verónicas, sino adelante, que se recrea en los muletazos a los que imprime la suavidad de un pulso que no tiembla. Como Roberto Domínguez, ajeno a trallazos, próximo a una concepción del toreo en la que lance y pase son un parón del tiempo, cadencia, mayor riesgo ante el recorrido de los pitones porque prolonga la duración de la suerte.

Sí, la corrida de la Prensa es una gran corrida. Hará taquilla.

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