Europa sigue siendo la esperanza de Gran Bretaña
Hoy se cumple un año de la celebración del referéndum en virtud del cual el pueblo británico decidió permanecer en la Comunidad Económica Europea. Acaso para celebrarlo, la libra esterlina siguió ayer recuperándose modestamente frente a las otras monedas del Mercado Común y, sobre todo, frente al dólar.
El primer aniversario del referéndum encuentra a Gran Bretaña en un estado tan incierto como el que mostraba el 5 de junio del año pasado. Entonces, este país ya llevaba dos años en la CEE. Había entrado de la mano del Gobierno conservador de Edward Heath, el 1 de enero de 1973. Los laboristas, que estaban en la oposición, juraron que lo primero que harían al volver al poder sería arrancar a Gran Bretaña del Mercado Común. Esas fueron en aquel momento las palabras de James Callaghan, que luego sería el principal propagandista de Europa, en los días preparatorios del referéndum, y que finalmente se convertiría en el sucesor de Harold Wilson como primer ministro del actual Gobierno.La idea del referéndum le sirvió a Wilson, que era un hombre «más de la Commonwealth que del Mercado Común», para salvar las salvajes diferencias que había en el seno de su partido acerca de la idea de integración definitiva en Europa.
En efecto, el referéndum le dio la razón a Wilson, que había recomendado el sí, y rechazó las opiniones de elementos conservadores y laboristas, contrarios al Mercado Común.
Estos creían, fundamentalmente, que la dependencia de Europa significaría la pérdida de la fortaleza parlamentaria británica.
Ahora mismo, más que la composición y las características del futuro Parlamento Europeo, lo que le preocupa al Ministerio de Asuntos Exteriores inglés es la renegociación con la CEE en los límites de sus aguas jurisdiccionales. Inglaterra pudo haber adoptado una postura de líder, sobre todo después del referéndum, cuyo resultado no dejó ningún lugar a dudas sobre la europeización de su pueblo. Pero este país, según sus críticos, ha preferido jugar el papel de la Italia del canal de la Mancha.
En cuanto al tema de las elecciones para componer el Parlamento Europeo, sí hay cierta preocupación por el hecho de que una vez elegido, las decisiones que se tomen en el palacio de Westminster (la sede de los Comunes británicos) van a tener escasa efectividad.
Nacionalismo económico
Los «anti-Mercado Común» señalan que Gran Bretaña está convirtiéndose cada día más en un territorio dependiente de Europa. Para remediar lo inevitable, los economistas que apoyan ese criterio contrario a la CEE proclaman la necesidad de instaurar una especie de nacionalismo económico que comience por la imposición de controles sobre lo que se importa. Ellos dicen que los perjuicios que el Mercado Común ha causado a Gran Bretaña ya son obvios. Afirman que la comida cuesta más, que la balanza comercial se ha desnivelado negativamente y que ya resulta imposible pensar que los británicos puedan autogobernarse de nuevo alguna vez.
Por el contrario, los «pro-Mercado Común» señalan que «desde que estamos en la CEE hemos recibido 930 millones de libras en préstamos y 300 al año en subsidios para los productos de primera necesidad». Por otro lado, los conservadores habían estimado, al unirse al Mercado Común, que durante los tres primeros años se iban a perder 550 millones de libras en la balanza de pagos. La realidad muestra que sólo se han perdido hasta la fecha 58 millones.
En efecto, Gran Bretaña ha conseguido más de la Comunidad Europea que lo que en un principio se temía que iba a alcanzar. Políticamente, la situación es desastrosa. Edward Heath dijo hace tres semanas que la dejadez del actual Gobierno laborista británico con respecto a los grandes, asuntos de Europa está poniendo en peligro el propio Mercado Común. Un laborista que defiende la integración dijo ayer, sin embargo, que el defecto no es sólo de Londres. «Los Gobiernos, del continente no parecen tampoco demasiado dispuestos todavía a unirse y a tomar conjuntamente las decisiones que la Comunidad precisa poner en práctica para poder sobrevivir.»
A un año del referéndum, Europa sigue siendo la controvertida esperanza de una Gran Bretaña que dejó de ser, hace treinta años, el centro de uno de los imperios más poderosos que ha habido en la historia de la humanidad.
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