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No es Usain Bolt, es Alcaraz y ya está en los cuartos de Wimbledon

El murciano se impone a Humbert tras sortear un enredo final y firmar una cabalgada extraordinaria: 6-3, 6-4, 1-6 y 7-5. Se medirá con Bautista o Paul

Carlos Alcaraz, este domingo durante el partido contra Humbert en la central de Wimbledon.
Carlos Alcaraz, este domingo durante el partido contra Humbert en la central de Wimbledon.Paul Childs (REUTERS)
Alejandro Ciriza
Wimbledon - octavos -
Carlos Alcaraz
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Ugo Humbert
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Se le pregunta a Carlos Alcaraz una y otra vez el porqué, la necesidad de esos giros que él mismo trata de enmendar, pero que se repiten. Y el murciano hace autocrítica: efectivamente, las desconexiones están ahí, al parecer inevitables, pero, zorro él, le da la vuelta al planteamiento. ¿Y ahora quién puede conmigo, si aun entrando en la boca del lobo me mantengo de nuevo en pie? No desde luego Ugo Humbert, francés y zurdo, 26 años y 16º del mundo. Es bueno. Loable el arrojo y ese querer debatir hasta el final, insurgente, pero también rendido el francés, como cuatro días antes Aleksandar Vukic y dos atrás Frances Tiafoe. Lo intentaron, que no es poco: 6-3, 6-4, 1-6 y 7-5 (en 2h 58m). El vencedor, por tanto, abraza ya los cuartos de final de este Wimbledon, en los que se topará el martes con el ganador del pulso pendiente entre Roberto Bautista y Tommy Paul. Advertido está quien quiera (o pueda) ponerse enfrente. El campeón sigue agrandándose.

Y se explica, alcanzada por séptima vez consecutiva la cota de la antepenúltima ronda de un grande; pleno, por tanto, desde que se coronase en el US Open de 2022. “Jugar contra zurdos siempre es un poco complicado. En Queen’s jugué mi primer partido contra uno [sobre hierba, Jack Draper, ese día verdugo] y aprendí un poco de esos cortados que pueden hacer. Me he sentido genial hoy, creo que he jugado a un gran nivel, he intentado no pensar que era zurdo e imponer mi propio estilo”, contesta a pie de pista, refiriéndose de inmediato al clímax de la tarde. Un Ferrari a todo gas ha centelleado para sellar el segundo set. Bocas abiertas. “He intentado pelear cada punto en todos los sitios en los que estaba de la pista. Darme todas las oportunidades para estar ahí y mostrarle al rival que da igual que haga, que voy a estar ahí. Ese soy yo. A veces gano y a veces pierdo, pero siempre voy a pelearlo”.

Pese al despiste, mantiene Alcaraz el tono de los últimos tiempos, desde que empezara a coger carrerilla en París, y compitiendo así, de esa manera, incluso con esos desvíos que viene teniendo, a muchos aficionados les da por imaginar que no será nada fácil que alguien pueda hacerle morder el polvo. Avanzan los días, descuenta estaciones y sabe escapar de los túneles que entra de vez en cuando; tema pendiente, poderosa virtud a la vez. Al chute de adrenalina del viernes contra Tiafoe le sigue otro sube y baja con Humbert, valiente y pulcro el francés, pero igualmente inclinado. Puede jugar mejor o peor, pero sabe resolver los enredos y eso vale oro. La idea, pues, se expande y gana fuerza; podrá estar más o menos fino, pero se impone a las bravas. Decía el otro día: “Intento que no quieran jugar contra mí, meter miedo”. Y el rival observa, brazos en jarra tras la primera sacudida, y resopla: la que está cayendo por aquí.

Alcaraz, sobre el césped en la acción del punto del partido.
Alcaraz, sobre el césped en la acción del punto del partido.Paul Childs (REUTERS)

El aguacero que descargan los nubarrones del suroeste de Londres impacta con fuerza contra la cubierta de metacrilato de La Catedral, donde por momentos cuesta oír la voz del juez de silla. Literal. En cambio, se percibe perfectamente el murmullo creciente que se genera en el graderío cuando la derecha de Alcaraz cobra inspiración y despide esos pelotazos fulminantes, tan marca de la casa. Deliciosa la mecánica, violenta la ejecución. Ya tiene la rotura en el bolsillo el murciano y a continuación, el 0-30 en contra queda reducido a la nada con una ráfaga de servicios reparadora, tajante, al estilo de aquellas que los viejos especialistas —contados actores modernos— proponían para apagar los fuegos. Pam-pam-pam; abierto, a la T, al cuerpo. “¡Más madera, que es la guerra!”, decía Groucho. Y a otra cosa. El margen de progresión con el saque es generoso, pero a sus 21 años, la interpretación y las direcciones que dibuja se deben tener ya en cuenta.

“Increíble, supongo...”

Después de una hora, aprieta Humbert a la desesperada, con buen criterio pero sabiendo que la huida está abocada a un único camino: al todo o nada. Y se lanza el francés, valiente y resiliente, pero a cada arremetida encuentra una negación, portazo, portazo, portazo y portazo; cuatro opciones de break salva Alcaraz en el segundo set, jerárquico él, y a esa derecha cruzada que parecía definitiva reacciona con un pasante de revés extraordinario, piernas y raqueta firme, torsión académica y la pelota afeitando el interior de la cal durante la trayectoria. Por si alguien se había quedado sin el postre. Fresas y champán, y palmas y ooohhhs larguísimos en Londres, donde el chico de El Palmar se transforma de repente en un relámpago que aparece por aquí y por allá, piernas para todo, exuberante en la cabalgada. ¿Llega? No llega, imposible; no puede ser, demasiado difícil. Pero él cree. Carlitos, todo fe. “Unvelievable, I guess”. Increíble, supone. Y esa sola carrera ya vale la entrada, las 150 libras de rigor para disfrutar del cartel de hoy.

Ilustra Wimbledon en las redes: “Alcaraz ganó este punto”. Y el fotograma retrata al tenista vencido, sobre el césped, antes de que Humbert abra a continuación hacia el ángulo contrario y de que el cohete se reincorpore y también llegue, y de que mantenga el esprint para cazar la volea acto seguido y devolverla otra vez; abrumado, el francés termina devolviéndola larga. No puede ser, se dice. ¿Cómo demonios lo ha hecho? Pero esa movilidad es hoy única. Es tenista, pero seguramente no sería mal atleta. Pinta de fábula la historia, hasta que llega otro de esos volantazos y entra en ese sinuoso territorio que acostumbra a visitar; quizá el horario, quizá la siesta. Y el de enfrente, orgulloso, tiene calidad, toca bien la bola y se crece. Le arrebata cuatro veces seguidas el saque y cierra el tercero con un revés paralelo que cae a plomo sobre la línea. Y ahí, en ese instante de confusión, pero sobradamente conocido, Alcaraz mira a su box, grita primero y después niega: no, así no.

Y puede ser mucho peor la cosa porque Humbert, 4-3 por encima, llega a disponer de un 0-40. Sucede que ese mensaje que propaga Alcaraz de que resulta harto complicado derribarle ya ha calado en el ánimo del galo, al final desarticulado. Sonrisilla, ahora sí. La mejor de las medicinas. No entra ese primer pasante de derecha, pero calibra mejor y tira con más rosca y más altura el siguiente, fantásticamente dibujado; arenga con rabia a la muchedumbre de la central, que aplaude el intercambio de bofetadas y reconoce la hegemonía del español, sin poder quitarse todavía de la cabeza el formidable punto intermedio: no es Usain Bolt, sino que viene de Murcia. Y Carlos se llama.

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Sobre la firma

Alejandro Ciriza
Cubre la información de tenis desde 2015. Melbourne, París, Londres y Nueva York, su ruta anual. Escala en los Juegos Olímpicos de Tokio. Se incorporó a EL PAÍS en 2007 y previamente trabajó en Localia (deportes), Telecinco (informativos) y As (fútbol). Licenciado en Comunicación Audiovisual por la Universidad de Navarra. Autor de ‘¡Vamos, Rafa!’.
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