Así reacciona un gran campeón como Alcaraz
A pesar del gran jugador que es, Zverev no logra controlar algunas situaciones, mientras que Carlos se rehízo sin perder su temple, ni su convicción ni su fe

Cumpliendo a la perfección con su rol de favorito en todos los foros, ayer por la tarde Carlos Alcaraz se proclamó campeón en París y alzó así su primer Grand Slam sobre tierra batida. Los otros dos que posee, el de Wimbledon sobre hierba y el de Estados Unidos sobre pista rápida dan buena muestra, por si alguien tenía dudas, de la gran calidad de su tenis. Es el tenista más joven en anotarse tres torneos de los grandes en diferentes superficies y, por supuesto, uno de los más laureados con tan solo 21 años. Todos estos datos y la suficiencia y gran calidad tenística que muestra en las citas más importantes no hace más que dejarnos intuir que en unos años se convertirá en uno de los mejores jugadores de todos los tiempos.
Este párrafo anterior fui escribiéndolo en mi portátil en la tarde de ayer, después de que Alcaraz se adjudicara el primer set, Zverev el segundo y de que nuestro jugador se adelantara por un claro 5-2 en el tercero, con la alegre intención de atajar algo la premura en que se escribe un texto para la edición del día siguiente. La victoria del tercer parcial parecía inminente y me parecía que, de confirmarse, muy difícilmente se le podría escapar el triunfo.
Y, sin embargo, y para sorpresa mía, Carlos bajó un poco la intensidad de su juego y fue perdiendo por momentos la concentración; con 5-4 y servicio para él hizo un cambio algo desacertado de estrategia, jugó precipitadamente y dejó de hacer lo que hasta ese momento le había estado dando tan buen resultado. Un magnífico Zverev se aprovechó de esa indecisión y, sumando un juego tras otro acabó adjudicándose, también, la tercera manga y a dejar en suspenso estas líneas que antes de lo debido yo había empezado a redactar.
No las borré, por suerte, y en poco tiempo vimos otra vez al auténtico Alcaraz. Pronto supo resarcirse de su error, aceleró el ritmo del juego, subió un peldaño su concentración, volvió a desplegarse con orden y a mandar con su golpe de derecha. De aquí hasta el fin del encuentro, ya no dio opción a su rival.
En el artículo previo escribí que una de las diferencias entre los dos finalistas de ayer era la competitividad de uno y otro jugador. Creo que este es el talón de Aquiles del alemán.
A mi modo de ver, él cometió un error decisivo. Después de anotarse el tercer set cabía por su parte, en los inicios del cuarto, un esfuerzo descomunal de concentración, luchar cada bola al cien por cien e intentar por todos los medios que Carlos no se le fuera en el marcador. Para que esto no sucediera no podía darse ningún momento de flaqueza y no dejar emerger una reacción que para mí fue muy demostrativa. En el segundo punto del primer juego, viniendo de la gran remontada del set anterior y después de adelantarse con 0-15 en el marcador, Alexander cometió un error insignificante y se giró airadamente a su box quejándose del mismo. Quince minutos más tarde, en un abrir y cerrar de ojos, el español ya mandaba 4-0 en esta significativa manga.
A pesar del magnífico jugador que es, y ciertamente lo siento por él —porque mantenemos una relación muy afable—, el hecho de que no logre controlar estas situaciones es lo que le ha impedido, seguramente, no haber logrado anotarse ningún torneo del Grand Slam. La otra cara de la moneda es el talante del flamante vencedor. Carlos encaró el cuarto set después de sufrir una dolorosa remontada sin perder su temple, ni su convicción ni su fe en la victoria. Algo sólo al alcance de los grandes campeones. Mi más sincera enhorabuena.
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