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IDA y VUELTA
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

¿Para qué sirve ser campeones?

Para que este triunfo sea beneficioso, importaría que los argentinos nos preguntáramos qué queremos, qué puede unirnos como el fútbol

Leo Messi, en su cama con un mate y la copa del Mundo en una imagen compartida por él mismo.
Leo Messi, en su cama con un mate y la copa del Mundo en una imagen compartida por él mismo.- (AFP)
Martín Caparrós

Somos campeones, somos los mejores. El júbilo desborda las calles argentinas: millones –de verdad millones– de personas salieron a festejar que, tras tantos intentos, la patria había logrado algo. Ese algo era enorme y chiquitito: 26 futbolistas argentinos habían ganado el campeonato más importante del deporte más masivo del planeta. Mil quinientos millones de personas, uno de cada cuatro adultos en el mundo, lo habían visto. Y, sobre todo, 40 millones de argentinos lo habían deseado como hacía mucho no deseaban nada y lo habían conseguido –o visto conseguir–. En esas calles y plazas y rutas y camiones festejaban su parte del triunfo: que eran argentinos. Era un festejo tan excepcional.

Mientras tanto en sus declaraciones, en sus redes, varios jugadores exaltaron la unión y la perseverancia, el sentido de equipo, de colaboración y ayuda mutua. Leo Messi posteó que con este triunfo “demostramos una vez más que los argentinos cuando luchamos juntos y unidos somos capaces de conseguir lo que nos propongamos” y ya lleva 64 millones de likes en Instagram: el post más celebrado de la historia. Cuando luchamos juntos y unidos, dijo el Gran Capitán.

El fútbol ofrece esa apariencia de unidad: sirve para eso. Todos los habitantes de un país pueden creer –e incluso sentir– que su selección les pertenece, que es una síntesis del mérito común, que lo hace por y para todos. Se puede discutir tal o cual jugador, tal o cual táctica, pero todos saben que la meta está clara: jugar mejor que los demás, ganar todo lo que se pueda, concretar. Gracias a eso hoy somos campeones; por falta de eso la mitad de los argentinos siguen viviendo peor que lo que deberían.

En el juego social, en los cruces que nos mejoran o empeoran la vida, nunca hay un solo equipo. Hay varios, unos más poderosos y otros menos. Por eso, es obvio, el fútbol nos ofrece una oportunidad de unidad y voluntad común que la dinámica social no puede dar. Por eso la metáfora de la selección –ese espacio donde todos podemos “luchar juntos y unidos”– es difícil de replicar en los asuntos de la vida.

(Y más cuando sabemos que muchos de los que ahora celebran y celebran la unidad son personas que, en sus definiciones de sí mismas –la magia de las redes–, se presentan como “profundamente antiX”, “antiY rabioso” y no consiguen decir siquiera de qué están a favor. Y más aún cuando la situación es tan enredada que ocho de las 24 provincias argentinas rechazaron el festivo que declaró ayer la presidencia nacional, y que los festejados no fueron a la Casa Rosada, donde los distintos presidentes siempre recibieron a los campeones de regreso, para que no pareciera que politiqueaban: un acto institucional se vuelve sospechoso cuando las instituciones lo son).

Pero sería una pena dejar que estos días, esta intensidad, esta alegría se disuelvan en el aire sin dejar más rastros que un recuerdo. ¿Puede el Mundial y todo lo que se ha dicho alrededor pensarse como un corte, el principio de algo? Hace tanto que no conseguimos nada de lo que nos proponemos. Pese a los intentos, la Argentina va de mal en peor, de inflación en miseria, de corruptelas en desesperanza. Necesitamos recuperar esa ilusión –que dio la selección, que ofreció Messi– de que si lo intentamos podremos, eventualmente, conseguirlo.

Para que este triunfo sirva para algo, importaría que los argentinos nos preguntáramos qué queremos, qué puede unirnos como el fútbol. Empezar por conversarlo, debatirlo, y elegir algún fin claro y concreto. ¿Conseguir, de verdad, que nadie pase hambre en un país donde sobra comida? ¿Ponernos a trabajar en serio, tan en serio como nos pusimos a seguir a nuestra selección, y más allá de sectores y pertenencias y los fracasos conocidos, para encontrar la forma de que eso no suceda? ¿Quién lo podría canalizar, catalizar? ¿Quién sería el Messi de esta historia?

Digo el hambre –quizá lo más urgente– como podrían ser otras cosas: recomponer la salud pública para que nadie se quede sin su atención y sus remedios, completar las redes cloacales para que la mugre no siga matando, armar un plan en serio para crear empleos verdaderos y que nadie tenga que vivir de la beneficencia; fines que solo pueden, si acaso, perjudicar un poco a pocos y beneficiar mucho a muchísimos. Unirnos alrededor de un objetivo claro, dedicar los esfuerzos reunidos a lograrlo.

Digo: buscar las metas, decidirse, juntar fuerzas para conseguirlas. ¿Será posible? ¿Nos dejarán? ¿Querremos?

¿O solo podemos unirnos cuando no tenemos que ponernos en juego, cuando toda nuestra intervención consiste en revolear una bandera, gritarle a una pantalla y agarrarnos si acaso el huevo izquierdo?

Si no es así, si queremos aprender de estos días, si decidimos hacer cosas juntos, entonces estos goles habrán servido para algo. Si no, si seguimos igual, serán papel picado, el velo de un bellísimo recuerdo.

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