Messi pide hora a Modric
Argentina, colgada de su capitán, supera en los penaltis a Países Bajos, que igualó un 0-2 en el último parpadeo de un partido muy bronco, y se medirá con Croacia en semifinales
De un partido tremendo, bronco y angustioso para todos salió la Argentina de Messi rumbo a la semifinal contra Croacia. Lo hizo justo después de que Brasil, su rival más clásico, se fuera de Qatar por la gatera. Eso sí, Argentina estuvo en vilo hasta el final. ¡Y qué final! Países Bajos, equipo tibio hasta entonces, le igualó un 0-2 en el último pestañeo del partido. Werghorst, que apenas salía en los cromos holandeses, hizo los dos milagros. Con la nuez anudada, Argentina, colgada de Emiliano Dibu Martínez, que paró dos penaltis en la rueda, superó a un rival al que el cuajo le llegó tarde. Como en Brasil 2014, Argentina condenó a Holanda en los penaltis.
Esta Albiceleste es una hermandad en torno a Messi, al que se ve tan afilado como enchufado. Países Bajos, fría casi toda la noche, demasiado cartesiana, soló subió de marcha al final, cuando se iluminó Weghorst.
En el imponente estadio de Lusail desfilaron dos selecciones sintonizadas del mismo modo. La contranatural Países Bajos del muy peculiar Van Gaal con su 3-4-1-2, nada que ver con la refrescante Holanda que cultivaba los extremos y no miraba tanto por el retrovisor. Esta selección de Van Gaal no es nada exploradora. A falta de los talentos de otras épocas, eficacia. La Holanda de Cruyff y Van Basten es hoy la Países Bajos de Van Dijk, un gran defensa, pero un defensa.
Enfrente, una Argentina con la misma simetría. Sin Di María de inicio, lastimado, Scaloni reclutó a un tercer central, Lisandro. Así que parejas por todo el campo. Por fuera, un cambio de agujas entre laterales; por el embudo, en el campo base, a las órdenes de Messi y Frenkie de Jong, dos balizas.
Hasta que Messi sacó el violín, el partido no era nada cosmético. Mucho fregado en las zonas intermedias, donde todos se dejaban el pellejo, y sin avisos en las áreas, como si tuvieran pirañas.
A su manera, Messi iba escaneando el encuentro. Como allí no pasaba nada, todos complacidos, salvo el rosarino. A los 35 años, aún se basta para ser el mejor catalizador en medio campo y el de pie más clínico cerca del rancho ajeno.
Tampoco le faltaba destreza al expansivo De Jong, siempre con panorámica, siempre de frente a la portería argentina. De forma inopinada, a Messi le salió un garabato más que un disparo en la única ocasión sudamericana antes del emboque de Molina, al que nadie esperaba en el gol, suerte en la que es un forastero. Al remate de Messi respondió Bergwijn con un golpeo con un juanete.
Al choque le faltaba volumen, alguna gracia. Ni holandeses ni argentinos se concedían la más mínima alegría. El partido no admitía paladines. Salvo a Messi, claro. Poco después de la media hora, surcó desde medio campo hacia la portería de Noppert. Como el tipo tiene mil ojos en la bota izquierda —es asombroso que con esa zurda tenga otra pierna—, adivinó, intuyó, o vaya usted a saber cómo, pero dio cita a Molina, que llegaba lanzado a su derecha, con el gol. El colchonero, contagiado por la onda de Messi, capaz de ilustrar al más inesperado, estuvo hábil ante Noppert.
Con el 0-1, a la espera de otra chistera del rosarino, al equipo de Scaloni le tocaba afanarse. De remangue va sobrado. Máxime en la bombonera en la que su monumental hinchada convirtió el estadio de Lusail.
De Países Bajos se esperaba algún tipo de arrebato. No lo tuvo hasta que se vio en el abismo. Es una selección demasiado rígida, le cuesta fluir si no ataja De Jong, el único que le da chispa. Gakpo, florecido en este torneo, tiene más gol que juego y de Memphis no hubo pisadas. Van Gaal intervino hacia la hora. Dio bola al otro De Jong, Luuk, y retiró a Blind para cerrar solo con cuatro zagueros, con Aké de lateral zurdo.
De Jong, Luuk, es un ariete nada raso, hay que ponerlo en vuelo. A Holanda le faltan extremos puros para ello, no lo son Gakpo y Memphis. La vivificante Argentina no concedió ni media hasta que llegó el milagro de Weghorst.
Argentina se exprimía mientras esperaba su momento. O lo que es lo mismo, a Messi. Hasta entonces, se conjuraba para manejar sin sobresaltos la contienda. Al del PSG se le fue una falta por una pulgada. Eso sí, esta vez no pasó de verdugo a víctima con un penalti a sus pies.
Acuña llegó como un tiro por la izquierda, puso el freno y Dumfries descarriló y se lo llevó por delante. Messi fue terminal ante Noppert. Como lo sería Weghorst ante el Dibu Martínez, al que batió con un cabezazo. De inmediato, el partido se torció marrullero, con una gresca tras otra, incluido un balonazo argentino al banquillo de Van Gaal. Con todo el personal irritado y Mateu Lahoz por el medio, tarjeta va, tarjeta viene (hasta 16 amarillas y una roja por doble amonestación tras 48 faltas), a los del campo y los de los banquillos. Y 10 minutos de alargue. Angustia albiceleste, ahí sí ya un toque de corneta de la selección naranja. El partido había entrado en combustión y se calentó la gélida escuadra de Van Gaal. El partido estaba a un parpadeo de sellar el infinito tiempo añadido cuando Mateu señaló una falta al borde del área de Martínez. Llegó la hora feliz de dos modestos. Koopmeiners, del Atalanta, con solo un año de internacional, engañó a todos menos a Van Gaal y Weghorst. Tiró una falta ingeniosa, en cortito, a espaldas de la barrera argentina, donde estaba su camarada. Weghorst, de 30 años, cedido por el descendido Burnley en el Besiktas, improvisó la gloria y mandó el partido a la prórroga una milésima antes del final. Argentina se quería tragar a Mateu.
En la prórroga, el cerco albiceleste no tuvo premio. Lautaro, Enzo —con un tiro al poste derecho de Noppert— y Di María —con un córner directo— tuvieron el bingo. Sin remedio. Sí lo tuvo Martínez, agudo en los penaltis ante Van Dijk y Berghuis. Explotó de júbilo Messi, reventó Argentina.
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