Todo lo que sé sobre los penaltis
El fútbol moderno ha traído consigo un buen número de falsas certezas, también sobre los penaltis, que han pasado en muy poco tiempo del desprecio más absoluto al delirio alternativo
Todo lo que sé sobre los penaltis —que no es mucho ni poco, acaso lo justo para afirmar que algo sé— lo aprendí en un cuento de Osvaldo Soriano titulado El penal más largo del mundo, donde el Estrella Polar, un equipo de salón de billares y mesas de cartas, llegó a disputarle un campeonato del valle al todopoderoso Deportivo Belgrano: las grandes verdades de la vida, incluidas aquellas que afectan al fútbol, suelen brotar al abrigo de alguna ficción.
El partido decisivo se jugó en casa de los segundos, que aspiraban a repetir el 0-7 de la primera vuelta y terminar con el sueño del Estrella Polar. El estadio, los balcones, los tejados… Todo se llenó para ver a David hincando la rodilla frente a Goliat pero, sorprendentemente, los visitantes lograban ponerse por delante a pocos minutos del final con un tiro libre que hizo saltar todas las alarmas del poder. El árbitro, “un epiléptico que vendía rifas para el club local”, prolongó el descuento hasta que un jugador de Belgrano logró internarse en el área y cayó sin mediar contacto: penalti. A Herminio Silva, que así se llamaba el trencilla, lo durmió a golpes un defensa del Estrella, comenzando una pelea que terminó con la autoridad competente suspendiendo el partido. El tribunal de la liga, reunido entre semana, decidía que el juego se reanudara una semana después con el lanzamiento del penalti —más 20 segundos de alargue—, así que todos los sueños del Estrella Polar reposaban en los guantes del Gato Díaz, su veterano portero.
—Constante los tira a la derecha.
—Siempre, dijo el presidente del club.
—Pero él sabe que yo sé.
—Entonces estamos jodidos.
—Sí, pero yo sé que él sabe, dijo el Gato.
El fútbol moderno ha traído consigo un buen número de falsas certezas, también sobre los penaltis, que han pasado en muy poco tiempo del desprecio más absoluto —”son una lotería”— al delirio alternativo —”son una ciencia”—. No es de extrañar, por tanto, que las zonas oscuras del juego, esas que requieren de ingenio para encontrarles explicación, se hayan vaciado de bardos, charlatanes y curanderos para dejar sitio a los matemáticos, los ingenieros, los físicos e incluso algún que otro químico. De un tiempo a esta parte, los campos de entrenamiento se han visto invadidos por drones, petos mágicos, pantallas táctiles gigantes, polígrafos y altavoces que simulan los cánticos de las hinchadas más hostiles para desgracia de los utileros, que ya no saben dónde guardar tanto cachivache.
La selección inglesa, por ejemplo, entrena los lanzamientos de penalti con la ayuda de una red inteligente. Y digo yo que tan inteligente no será si todavía no la utilizamos los españoles para esquilmar el Gran Sol y vengar así lo ocurrido en la Eurocopa de 1996, también en los penaltis. Hoy, al igual que entonces, una legión de analistas aseguran que ambas derrotas se podrían haber evitado mediante el estudio detallado del rival y la insistencia en el ensayo.
¿Pero cómo saber quién sabe? O quién sabe que el otro sabe, como sospechaba el Gato Díaz. Por saber, yo solo sé que Bono, el portero marroquí, le comió la moral a los nuestros con una imitación impecable de Silvester Stallone en Evasión o victoria, seguramente porque todavía no existe el arte, ciencia o tecnología aplicada al fútbol más fiable que el cine, acaso la literatura. Buscar palabras no resulta tan difícil como encontrar espacios en una defensa cerrada, por eso abundan hoy los editoriales incendiarios, las acusaciones, los falsos remedios y alguna que otra excusa. “Hace más de un año avisé a los jugadores de que llegasen con más de 1.000 penaltis tirados al Mundial”, dijo el propio Luis Enrique. Tanta dependencia de la tecnología y al final se resume todo en el famoso perro que tantas veces se comió nuestros deberes.
Suscríbete aquí a nuestra newsletter especial sobre el Mundial de Qatar
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.