Los Juegos de la equidad y la normalidad
El deporte hoy exige a las mujeres tanto como a los hombres y si las expectativas son altas y los resultados no acompañan, la decepción es grande. Y la crítica no perdona. Bienvenida sea la normalidad
Las uñas de gel, largas o cortas, almendradas o cuadradas. Todas perfectas. Inevitable verlas en un combate de esgrima, donde a Olga Kharlan –oro por equipos, bronce en individual– apenas se le ven las manos, la bandera ucrania en la manicura cuidada, en esos minutos tensos que dura la competición. Manicura francesa, en este caso, con un cristal incrustado, como los de sus maillots, en las uñas de una Simone Biles espléndida, que luce preciosa y se atusa el pelo, a ver si los haters al fin se fijan más en su Yurchenko y menos en su aspecto, aunque, por si las moscas, se retoca los labios antes de deslumbrar en el tapiz. Se cuelga tres oros y una plata. Rojas, clásicas, convencidas, como ella, las uñas de Carolina Marín, que las luce sin quererlo cuando se derrumba en pleno partido y llora sin consuelo. A gritos. Se ha vuelto a romper. Y no es capaz de vislumbrar el futuro.
Manicura impoluta, trenzas y lazos en el pelo, carmín en los labios y rimmel. No solo en el tapiz, donde hace años rigen los códigos de la buena presencia, o en la piscina, donde impresionan las mujeres de la natación artística por las piruetas, pero también por la puesta en escena. La coquetería, además de la potencia, el talento o la ambición, está presente en La Défense y en el Stade de France, en Saint-Denis y Roland Garros.
Pocas imágenes más potentes para desmontar dichos guasones e insultantes. De otros tiempos ya. Cuando los señoros ni siquiera sabían que eran señoros. Y se llenaban la boca diciendo aquello de que el deporte femenino no es deporte ni es femenino. Resulta que el deporte solo es deporte. Sin coletilla. De ahí que vibráramos y nos sonriéramos viendo esa carrera en la que María Pérez y Álvaro Martín se colgaron, juntos, el oro. “Tú, aquí”, le decía ella al cruzar la meta y hacer un cristiano.
El deporte hoy acoge con los brazos abiertos a mujeres que se maquillan porque quieren y a otras que boxean porque les da la gana.
El aficionado al deporte hoy exige a las mujeres tanto como a los hombres. Y si las expectativas son altas y los resultados no acompañan, la decepción es grande. Y la crítica no perdona.
Se llama normalidad. Y ya tocaba.
Si habíamos convertido a Ana Peleteiro en mujer de portada de revista, tan segura de sí misma, de su poderío y capacidad para vivir como una influencer, era porque creíamos que volvería de París con el oro, especialmente después de que Yulimar Rojas saliera de la ecuación en triple salto. Y al verla incapaz de pelear siquiera por las medallas nos llevamos un chasco grande.
Si veíamos a Carolina Marín ya en la final de bádminton y el crujir de su rodilla nos dolió un poquito también a nosotros, si sus lágrimas nos conmovieron, y su resentimiento nos tocó, es porque siempre esperamos lo máximo de deportistas como ella.
Si nos sorprendió no ver a la selección española de fútbol en la final de los Juegos porque asumíamos que el mejor equipo del mundo no puede sino llegar a París para sellar directamente un billete que le lleve hasta la final, si debatimos por qué Alexia y por qué no Mariona ahora que partimos con la ventaja de saber que aquel penalti en el 99 no nos dio el aliento que necesitábamos, es porque las creemos capaces de todo. Incluso de redondear con una medalla olímpica un año tremendo en el que no solo ganaron el Mundial y la Nations League, sino que también se ganaron el derecho a ser escuchadas y comprendidas. Al fin.
Sus desencantos y tropiezos los hemos digerido mejor gracias al éxito de otras como Rebeca Andrade, capaz por fin de ganar a Biles (y en suelo, ojo), la primera que le hizo una reverencia. Como María Pérez, una plata y un oro después (casi nada). Como Imane Khelif (hola haters), mujer, oro en boxeo en categoría reina. Como Sifan Hassan, la todoterreno de París; le da lo mismo correr cinco kilómetros que un maratón; ella puede con todo. Como las waterpolistas de España, de las históricas Maica García o Pili Peña a la paratorpedos Martina Terré, que no se bajan del podio ni con cincuenta aguadillas.
Les exigimos todo. Algunas nos decepcionan. Otras nos dan alegrías. Es el deporte. Sin condescendencia. Sin paternalismo. Es París y los Juegos de la equidad. Y más allá de los números: foco, visibilidad, normalidad.
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