Simone Biles lidera a EE UU en la conquista de la medalla de oro olímpica por equipos
La gimnasta estadounidense buscó la seguridad y la solidaridad para no arriesgar en su regreso a lo más alto del podio tras la ‘ausencia’ de los Juegos de Tokio por delante de una impactante Italia y Brasil
¡Yu-es ei! ¡yu es ei! ¡yu es ei! ¡yu es ei!, grita atronadora la grada de París en referencia a Estados Unidos que se cubre de oro.
La pirámide de Bercy se viene abajo. ¿Qué es esto? ¿Saint Paul, Minnesota? ¿Houston, Texas? ¿Quizás, Reno, Nevada?
No, es Simone Biles en París, conquistadora.
Y con ella, líder solidaria una tarde en la que buscó la seguridad sin riesgos pensando en el equipo, su amiguísima cómplice Jordan Chiles, la pálida Jade Carey, la campeona olímpica de Tokio, Sunisa Lee, y la quinta mujer, la adolescente reserva Hezly Rivera. Estados Unidos recupera el oro por equipos que Rusia se llevó hace tres años en Tokio, cuando Biles se perdió en el aire. Por eso ella misma, sus rasgos más definidos, su mirada más profunda, la misma espectacularidad en sus saltos y piruetas, definió los de París como los Juegos de su redención. Lo que gozó en Río la Biles adolescente de 19 años que ganó cuatro medallas de oro y una de bronce y se perdió en Tokio la Biles de 24 años en crisis de identidad bajo la pandemia lo recuperó en la capital del Sena la Biles madura y líder. Y después de abrochar la tarde parisina con su combinación Taylor Swift-Beyoncé-mortales planchados, piruetas y botes estratosféricos sobre el suelo, y danza afro-jazz, bajo la mirada admirada de Serena Williams en la grada, se empapó de arriba abajo en las exclamaciones de la afición rendida que aclamaba a su reina amada.
En el podio instalado rápidamente sobre el tapiz elástico del suelo —muelles, tablas, spirofoam— Estados Unidos compartió espacio con, a su derecha, de plata la Italia de la mágica Manila Esposito, 17 años, la campeona de Europa, la estrella que llega. Esposito, napolitana criada en Roma que compite con Xelska, un club de Palma de Mallorca, en la Liga española, lideró a la gimnasia femenina italiana a su primera medalla olímpica por equipos desde 1928. Y, a su izquierda, de bronce, la felicidad absoluta de Rebeca Andrade y su amiguísima Flavia Saraiva, diminuta y explosiva, una bomba de cejas doradas, que llevaron al equipo de Brasil a un podio olímpico por primera vez en su historia.
Rebeca Andrade, la mejor gimnasta del mundo que no se llama Simone Biles, anunció además su intención de pelear duro el jueves con la adorada norteamericana por el título individual en el concurso completo. Lo hizo con un salto de potro, un cheng (rondada más medio giro para entrar de frente a la plataforma y mortal en plancha con pirueta y media), valorado con 15,100, puntos, la nota más alta de la noche, dos décimas más que los 14,9 con que puntuó al cheng con el que abrió la noche Biles, que no quiso arriesgar con su epónimo doble mortal en carpa, tan difícil que solo ella es capaz de hacer entre las mujeres. Para Brasil, esa nota de Andrade supuso la diferencia entre una medalla y un cuarto puesto tras las británicas. Para Estados Unidos, el comienzo seguro de Biles en el mismo aparato, en la misma situación (el primero en la final) en la que su cabeza explotó en Tokio, supuso el inicio de una ruta sin sobresaltos hacia el oro.
Mandaba el equipo, que no podía contar con una Jade Carey al cien por cien (y no fue alineada en el suelo, su mejor aparato, después de que en la calificación sufriera un episodio de twisties, de pérdida de conciencia aeroespacial) y en el que Lee, tras un periodo duro, y dos operaciones renales, tras su coronación en Tokio, aseguró lo justo.
La puntuación individual de Biles, siendo inferior a la del domingo en la calificación, fue la mejor de la tarde, y la de Andrade, mejor que hace dos días, la segunda, más cerca. La afición desea que el jueves salten chispas entre ambas, más brillantes aún que las que despedía la combinación del equipo americano, cuatro barras y muchas estrellas. La realidad dice que no habrá partido. Biles volverá probablemente a ser campeona olímpica del concurso completo, como en Río 2016. Se cerrará definitivamente la ausencia de Tokio.
Antes de empezar la competición, con las gradas ya hasta arriba, la organización mostró a dos danzantes, una mujer con tutú, leotardos y puntas, y un hombre a lo Michael Jackson. Quizás inadvertidamente personificaron en ambos, y más cuando la bailarina se marcó un rock and roll en puntas y el acompañante se deslizaba sobre el suelo hacia ella, lo que es la Simone Biles madura y feliz en el gimnasio, energía que desborda su cuerpo de 1,42 metros de altura, y a veces suavidad. Y también, más difícil, control. La madurez significa hacer cosas más seguras, pero no menos impresionantes, y siempre de dificultad máxima, lo que le permite que los errores no la maten.
Toda la noche pudo concentrarse en la barra de equilibrio, el suelo con angustia. Un tablón de 10 centímetros de anchura sobre el que se puede bailar y contonearse y hacer mortales y del que hay que salir volando botando duro sobre los 10 centímetros con los dos pies, que ni caben. Biles, superó desequilibrios y tembleques. Sus pies descalzos, y su vendaje discreto en la dolorida pantorrilla izquierda, la impulsaron firmemente. Redimida. Líder. El equilibrio total.
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