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Niko Sherazadishvili, una “dolorosa lección” que aprender

El yudoca, que se planteó dejarlo tras el fiasco de Tokio, apela a su “superioridad mental” para buscar la medalla olímpica tras subir de peso y romperse el cruzado

Niko Sherazadishvili
Niko Sherazadishvili, en el gimnasio de Brunete donde entrena.Álvaro García
Lorenzo Calonge

“Un clavo no saca otro clavo”, avisa el yudoca Niko Sherazadishvili. Un hipotético éxito en París no le haría olvidar “la dolorosa lección” de Tokio, donde se quedó sin medalla cuando todos le habían adjudicado el oro antes de tiempo. También él. “Era casi imposible perder por la diferencia con el resto”, admite todavía hoy, cargando una mochila que asegura que nunca desaparecerá. Pero lo impensable ocurrió. Derrotado, se marchó con su familia a Georgia, de donde es originario (nació en Tiflis hace 28 años), y durante un mes rumió si le merecía la pena seguir. “Me planteé dejarlo, me sentía mal conmigo mismo”, confiesa. No compartió con nadie esas cavilaciones, todo se lo comió él, hasta que concluyó que, pese al gran fiasco, el yudo era parte de su vida. “Fue conectar con lo sencillo: lo practico porque me gusta”, afirma. Así de básico.

Ese fue el kilómetro cero del ciclo olímpico de Niko, el rostro más conocido del yudo español de los últimos años, ahora en competencia con Fran Garrigós. Pinchito sacó con su bronce a este deporte del desierto de 24 años sin medallas olímpicas y el jueves, a partir de las 10.00, es la hora de este yudoca de cuerpo hercúleo, la segunda gran baza de entre los nueve clasificados [este lunes, Salva Cases (-73 kilos) cayó en octavos]. Esta vez, el oro ya no es una obligación para él porque su dominio no es el previo a Japón, aunque continúa en la lista de grandes aspirantes a metal. En el Campo de Marte de París, a Shera podría valerle cualquiera, del color que sea.

Tras Tokio, me planteé dejar el judo; me sentía mal conmigo mismo

Mientras hacía la digestión de Tokio, tuvo que adaptarse al cambio de peso (de -90 a -100 kilos), y sufrió una de las peores lesiones: una rotura del cruzado en la rodilla derecha que le tuvo fuera entre diciembre de 2022 y septiembre de 2023. “Pero eso no fue duro. Lo peor es perder, me mata”, puntualiza. “Te caes siete veces y te levantas ocho. Con esta mentalidad, voy un paso por delante del resto”, destaca sobre este ciclo.

Decidido por fin a continuar tras su tiempo de introspección en Georgia, de entrada encontró un alivio: se acabó pasar hambre. “Ahora como todo lo que le entra al cuerpo, aunque siempre cosas sanas”, matiza. Su pelea ha sido ganar kilos hasta llegar a su objetivo de los 104-105. “Cuando ya no me admite más comida, me meto batidos de harina de avena con frutos secos, por ejemplo. Beber es más sencillo que comer”, explica.

Bajar cinco kilos en una semana no es nada para nosotros

Esos 105 kilos son su día a día, salvo cuando pasa por la báscula antes de competir. Entonces, como todos, hace el acordeón: bajar rápido a 100 (en su caso) para volver aún más rápidamente al peso de partida. “La semana previa, cortamos un poco la cena y en los últimos dos días, el agua. Y si lo necesitamos, en el último momento nos metemos en la sauna o corremos con plásticos para sudar. Bajar cinco kilos en una semana no es nada para nosotros. Pero en el momento que damos el peso, tenemos 14-16 horas [hasta el combate] para subir de nuevo a nuestro nivel. Es tiempo suficiente para ganar cinco kilos, por ejemplo, con la comida, isotónicos o suplementación. En competición, un kilo puede ser mucho”, apunta Sherazadishvili sobre un proceso rutinario para ellos.

Doble campeón del mundo en -90 (2018 y 2021), el salto a -100 le alivió delante del mantel pero también implicó un peaje inevitable de adaptación sobre el tatami a los nuevos rivales. “La gente sabe de lo que soy capaz, pero no estoy tan en el punto de mira. Mi diferencia con el resto en -90 era otra cosa”, valora este corpachón criado en el gimnasio de Quino Ruiz, en la paz de Brunete (Madrid), el mismo de donde salió el metal de Garrigós.

Hace 20 años ibas al psicólogo y la gente pensaba que estabas loco. Ahora es al revés

Pese a lo vivido en Tokio, la cabeza, cree, es una de sus grandes ventajas. “Siento que ahí soy superior. Sé dónde fallan mis rivales, algunos tienen miedo, se rinden cuando llegan al cansancio extremo”, desarrolla Niko, que dice que a veces ha perdido por “exceso de confianza”. Ahora, además, ha aprendido a disfrutar más. “Si consigo un bronce, perfecto. Antes era tan perfeccionista que ganaba y no salía contento. Lo quería dominar todo”, cuenta.

Un camino mental que, contra la corriente actual, ha hecho sin psicólogo. “Hace 20 años decías que ibas a un psicólogo y pensaban que estabas loco. Ahora es al revés. Me lo recomiendan casi todos, menos mis amigos y entrenador. Yo los tengo a ellos. A veces, las cosas son más sencillas de lo que parecen. No sé si sería capaz de confesarme con un psicólogo”, explica.

A los 28 años, París coloca de nuevo a Niko Sherazadishvili ante otra oportunidad.

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