Niko Sherazadishvili, el niño que no quería ver sus combates y que hoy lidera el yudo mundial
El primer oro español masculino en la historia de este deporte busca repetir título en Japón. “Es un mago, siempre está creando. Yo creo que va a ser una leyenda”, dice su técnico
“¿Aquí se entrena todos los días? ¿Puedo entrenar aquí…?”, preguntó chapurreando castellano un canijo de 12 años a Quino Ruiz, seleccionador nacional de yudo, allá por 2009. El "canijo", como lo llama Ruiz era Niko Sherazadishvili. “Sí, aquí se entrena todos los días’, le contesté. Apenas hablaba castellano. Entre nosotros hubo un flechazo”, cuenta el técnico que ha forjado a Niko. No había cumplido todavía los 13 años y acababa de llegar a Brunete. Hoy tiene 23 años y el jueves en Tokio buscará repetir el oro mundial que cosechó el año pasado; el primero en la historia del yudo masculino español.
Son las 9 de la noche del lunes 19 de agosto y Niko chorrea sudor después del entrenamiento en el polideportivo de Brunete, donde creció a las órdenes de Ruiz, su maestro, mentor y segundo padre. ¿Se siente la presión por tener que repetir ese oro? “La medalla del año pasado fue histórica, pero yo me siento igual como persona. Hay presión, sí, porque aparte de ser campeón del mundo sigo siendo número uno del ranking mundial [en -90 kg] y la gente que lo ve piensa que tengo que ganar. Yo no noto esa presión, voy al Mundial con ganas de ganar, pero sin sentir que es una obligación”, contesta Niko que llegó a España con 12 años –sus padres, georgianos, vinieron por motivos laborales- y se nacionalizó hace cuatro.
No hay rastro de acento extranjero en su castellano. Mira a los ojos cuando habla, desde su 1,91m de altura, con esa mirada límpida de chico bueno que le vale el apodo de “ángel” con el que le conocen todos sus compañeros de entrenamiento. Su padre, que falleció a los 47 años en 2017, fue también yudoca de buen nivel e inculcó a Niko la pasión por este deporte. “Con mi hermano no hubo manera porque desde pequeño dormía con una pelota de fútbol. Ni hizo falta que le preguntara qué deporte quería hacer… A mí me llevó a probar: ‘Si te gusta y te apetece…”, recuerda ahora. Y le gustó.
Aceptar la realidad, el consejo de su padre
“Mi padre tuvo que dejar el deporte por trabajo y por la familia: se casó muy joven, con 19 años. Era su sueño seguir con el yudo y no pudo. Esas ganas, ese deseo, me lo trasladó a mí”, añade. Falleció sin poder ver el oro mundial de su hijo al que obligaba, cuando era un crío, a sentarse a ver sus combates repetidos. “Y no quería, porque cuando eres un niño no quieres ver de nuevo las imágenes de una derrota, estás demasiado cabreado. Pero mi padre me enseñó a aceptar la realidad cuando pierdes: ver tus fallos para poder cambiarlos con la cabeza fría”, recuerda ahora.
“Es muy inteligente”, destaca Quino al mismo tiempo que asegura que encontró en Niko una motivación para seguir dando clases. “Fue el que me recuperó la ilusión por seguir entrenando y sacar buenos yudocas. Yo estaba un poco apagadillo y cuando vi cómo era él me dije: ‘Joder, no puedo estar aquí así”, confiesa el técnico. Excampeón de Europa y subcampeón del mundo, tiene hoy 60 años. Empezó dando clases en el sótano de un chalé, luego en una guardería – “de donde saqué un campeón del mundo júnior, David Alarza”- en el local del cura que lo llamaban, donde se reunían los chavales a tocar la guitarra y a cantar. “Tenía que llevar yo leña desde casa para calentarlo porque era horrible el frío que hacía”, detalla.
Antes de que inauguraran el polideportivo de Brunete (2002) también llegó a dar clases en local de la Cruz Roja. Se le ilumina la cara cada vez que habla de su pupilo. “Es muy constante, riguroso, se exige mucho a él mismo, es un yudoca excepcional, yo creo que va a ser una leyenda”, explica.
Ajedrez con forma física
¿Cómo detecta si alguien va a llegar lejos? “Por la constancia, espíritu de sacrificio, inteligencia… porque este es un deporte, que aunque sea de lucha, es jugar al ajedrez con forma física. Estás constantemente viendo cómo se mueve el rival, estás luchando permanentemente con una persona que piensa, que te la quiere liar, que te quiere tirar, que sabe igual que tú. Y Niko tenía todo esto”, responde. “Desde el primer día que apareció no ha faltado a un entrenamiento. Es todo constancia, sacrificio, tesón. Es muy riguroso, se exige mucho a él mismo”, prosigue el técnico.
¿Qué han tratado de mejorar desde el oro mundial de 2018? “Hemos mejorado las cosas que le faltaban. Cambiar de estrategia, hacer otro tipo de movimientos con unos agarres diferentes. Este es un deporte en el que todos se estudian aunque a Niko es muy complicado estudiarle porque es un mago en el tatami, él crea porque le sobran recursos. Hasta a mí, que le entreno, me cuesta estudiarle. Es una de sus grandezas”, contesta Ruiz después de la sesión de fotos.
Niko sigue empapado, se queda a hacer estiramientos y se marcha a casa casi a las diez de la noche. Vive al lado. Con su madre. El hermano va y viene de Georgia, donde se quedaron sus dos hermanas (una soprano y la otra arquitecta). Su otra gran familia es el polideportivo de Brunete, donde encontró a su segundo padre, Quino Ruiz. “Conocerle ha sido lo mejor que me ha pasado en la vida, todo lo que he aprendido ha sido aquí”, concluye Niko con la mirada puesta en el Mundial y en los Juegos de Tokio del año que viene.
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