Uf, dice París
Los franceses respiran aliviados tras el éxito de la ceremonia inaugural. En el Café de la Mairie, se habla de la vida y de política: la ciudad vuelve a la normalidad
Sentado en el Café de la Mairie, el peatón caza conversaciones al vuelo:
—... y con la Guardia Republicana.
Una pareja de veinteañeros pasa frente a la terraza y adivinamos que él le está hablando a ella de la ceremonia inaugural, la noche anterior, y la actuación de Aya Nakumara con la banda militar de la Gendarmería.
Otro hombre, sentado frente al ventanal que da a la plaza de San Sulpicio, le aconseja a la mujer que le acompaña:
—Deja de flagelarte...
Lo colectivo y lo personal; lo político y lo íntimo. Después de días de nerviosa expectación por la ceremonia inaugural, París vuelve a ser París. Los garçons y las filles hablan de política y de la vida, que en Francia son lo mismo, y, una vez retiradas las vallas y los controles policiales para la ceremonia, todo vuelve a la normalidad.
Existe un París que, si no nos dijesen que hace unas horas hubo una fiesta grandiosa a cuatro pasos de aquí, y si en esta misma plaza de San Sulpicio no hubiesen instalado una pantalla gigante para seguir las competiciones, no se habría enterado de que acaban de empezar los Juegos y de que durante 15 días los ojos del mundo estarán fijos en la ciudad.
El peatón, con un café allongé en la mesa y un librito que este sábado le servirá de inspiración, anota en la libreta: “Pasa una furgoneta del servicio postal. Por la acera, un hombre con camiseta azul a juego con un cubo azul y, en la mano, una fregona. Un perro. Dos bicicletas. Un taxi. Una mujer hace footing”.
El librito en la mesa se titula Tentativa de agotar un lugar parisino, y lo escribió Georges Perec, autor al que le gustaba imponerse dificultades a la hora de escribir y por ejemplo escribió una novela sin ninguna palabra con la letra e. En octubre de 1974, Perec se sentó en el mismo café y se propuso describir lo siguiente: “Aquello que en general no anotamos, lo que no vemos, lo que no tiene importancia: lo que ocurre cuando no ocurre nada, si no es el tiempo, la gente, los coches, las nubes.”
El peatón está de acuerdo en que es esto lo que de verdad puede explicar el secreto de una ciudad, y no lo otro: los millones de turistas que se esperan estos días, los 45.000 policías y gendarmes, los más de 10.000 atletas y los miles de voluntarios, y las escenas que parecen exóticas en París, como la pareja de mormones que vio el otro día en la línea 8 del metro, camisa blanca y corbata, o la predisposición general a la sonrisa y a la conversación con los extraños.
Sentado en el Café de la Mairie, el peatón sigue anotando: “Un cubo de basura desbordado. Se pone a llover y hace fresco, los peatones sacan el paraguas.” Y piensa que, después de la ceremonia, París ha vuelto a ser París, pero es un París, desde hace unas horas, algo más amable, relajado. Como si se hubiese sacado un peso de encima tras una ceremonia inaugural con lluvia, pero sin los temidos atentados. Una descabellada celebración de la Francia abierta y universal. Una inyección de autoestima para un país en permanente depresión. “Impresionante”, titula Le Parisien. L’Équipe: “Más allá de las nubes”. Y Le Monde: “¡Mágico!”.
Todo podía salir mal y todo salió bien: Francia lo necesitaba y ahora parece que se escuche, en la plaza de San Sulpicio y en toda la ciudad, un expresivo y sonoro “¡uf!” colectivo. En francés, la palabra se escribe ouf, y tiene doble significado. La interjección de alivio. Y, en argot, una locura.
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