Domenico Rinaldi y Arturo Miranda, el equipo de saltos más competitivo de la historia de España: “¡A París hay que ir a ganar medallas!”
Los dos saltadores, plata en el último Europeo y ganadores en Doha, en febrero, de un bronce que fue el primer premio logrado por España en un Mundial de la especialidad, buscan el éxito en París
La vibración de las tablas de los trampolines, el estruendo del choque contra los muelles, los cuerpos que caen al agua y un continuo repique de gotas se amplifican bajo la cúpula de madera y cristal de la poza de saltos del Mundial 86, en Madrid. Pum, pum, pum. Brom, brom, brom. Chas, chus, chas, chus. Una y otra vez, todos los días desde las nueve de la mañana hasta las cuatro de la tarde, la cadena regular de chicos que suben y se arrojan de la torre a la piscina tiene un efecto estético e hipnótico. De pie en el bordillo, Domenico Rinaldi y su brazo derecho Arturo Miranda monitorizan el discurso de los cuerpos sometidos a la tiranía de la geometría. Los mortales, los tirabuzones, las carpas, los hombres como agujas que se clavan sin cesar, nunca son suficientes.
“El movimiento es imperfecto siempre”, dice Rinaldi. “Todo aprendizaje es fallar y aprender. Por eso lo repetimos mil veces. Porque casi siempre trabajamos sobre un fallo. Los saltos son muy psicológicos porque la gente trabaja todos los días, todos los movimientos, sobre un fallo. Y a veces es inevitable que te sientas decepcionado. Dices: ‘¿Siempre fallo?’. No. Siempre estamos cayendo y aprendemos a caminar rectos. Los Juegos Olímpicos se ganan con una puntuación media de 8, 8,5. Los que hacen los saltos más difíciles reciben una puntuación de 9. Nunca de 10. Algo ha fallado”.
Fichado en 2022 para desarrollar un programa de saltos nacional con base en Madrid, el italiano Domenico Rinaldi, veterano entrenador y saltador olímpico, ha construido en un tiempo récord el equipo más competitivo que ha presentado España en unos Juegos. Camino de París acuden los mejores: Ana Carvajal, Valeria Antolín, y la pareja de saltos sincronizados de trampolín de 3 metros que conforman Adrián Abadía y Nicolás García Boissier, plata en el último Europeo y ganadores en Doha, en febrero, de un bronce que constituye el primer premio que obtiene España en un Mundial de la especialidad.
“No se parecen en nada”, dice Rinaldi. “¡En nada!”, confirma Miranda, encogido de hombros. Que dos personas sean capaces de empatizar para sincronizarse en el trampolín y así poder reproducir exactamente el mismo impulso y la misma acrobacia en un vuelo que dura menos de dos segundos, obedece a repeticiones exhaustivas y a una rara coincidencia que nadie atina a explicar. “Lo llevamos con tranquilidad”, dice Adrián, con el timbre nasal y los ojos entrecerrados de quien está a punto de dormirse bajo el sol en la playa.
“Dentro de la piscina dependemos el uno del otro”, observa Nicolás. “El trabajo de agua lo hacemos a la par, pero cuando terminamos él va por un lado y yo por el mío. La clave es que no interferimos. Vivimos en la misma casa, pero nunca vamos al supermercado juntos. Cada uno tiene sus rutinas. Somos parecidos en los cuatro saltos que hacemos. El resto es completamente diferente”.
Nicolás tiene 29 años y es un experto. Vive el crepúsculo de su carrera deportiva. Está a punto de obtener el título de ingeniero naval, es de paladar austero y le encanta el silencio. Adrián, de 22 años, quiere estudiar enfermería, lucha a brazo partido contra la tendencia a ganar peso y es un melómano alborotador. Si en algo se sincronizan es en el desinterés común por pasarle la aspiradora a su piso. “Llegamos muy cansados”, explica el ingeniero.
En París seguirán el mismo plan que en el Mundial de Doha: evitar gestos poco familiares, ser regulares desde la simplicidad y la exactitud, y esperar que los mejicanos, los ingleses y los italianos se estrellen en su lucha por la plata y el bronce, por detrás de los inaccesibles voladores de China. “Lo difícil”, dice Nicolás, “es aprender a saber estar en el aire. Cuando hacemos un salto nuevo tienes lo que llamamos ‘miedo a perderte en el aire’. No saber dónde estás y abrirte cuando no debes y tirarte contra el agua a ciegas. Cuando lo haces una vez tu cuerpo lo identifica y lo demás es repetir. Hay que intentar quitar el miedo al golpe. Es agua. Duele, pero a los diez minutos estás otra vez ahí. En gimnasia si caes mal te puedes fracturar. Aquí se te queda la piel roja y ya está”.
Reprimir el miedo es la clave. Los chinos dominan el método más eficiente. “China”, señala Rinaldi, “acapara prácticamente todos los oros por una cuestión social. Porque contra lo que se piensa, para un niño de 30 kilos es mucho más fácil volar desde una plataforma de diez metros que de un trampolín de tres, en donde necesitas potencia muscular. Con 13 años los chinos ganan Juegos en plataforma porque llevan entrenando desde los siete. ¿Qué ocurre? Que los padres europeos no mandan a sus hijos a hacer saltos de plataforma de 10 metros por miedo. Mientras tanto, los chinos del equipo nacional viven juntos desde que entran a la escuela primaria. Están internos y únicamente descansan el domingo por la tarde. ¿Es bueno para ganar la medalla olímpica? Sí. ¿Es bueno socialmente? No lo sé. En China estos saltadores se hacen ricos y el Estado se ocupa de sus familias al completo”.
Rinaldi y Miranda coinciden: las infraestructuras son lo de menos. Los buenos entrenadores hacen la diferencia. Italia, Cuba o Canadá, son ejemplos de aprovechamiento máximo de recursos. Crear un espíritu de equipo y una disciplina competitiva es la parte más difícil, sobre todo en países sin tradición como España, con apenas 88 licencias. “Lo más importante”, concluye el director técnico, “es acostumbrarse a ganar medallas. ¡Hay que ir a ganar medallas! Esto es como el Real Madrid: no entra para jugar, entra para ganar. ¿Se puede perder? Sí. Pero la mentalidad debe ser la de jugar el partido para ganar”.
España era el desierto de los saltos desde que se retiró Javier Illana, hace diez años. En París, el equipo luchará por consolidar una pequeña revolución.
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