Desde Saint Moritz se ve París: así se entrenan Marta García y Moha Attaoui en las montañas suizas
La vida de monjes y soldados de los dos atletas españoles del equipo OAC concentrados a 1.800m de altitud busca la mejor preparación y el éxito en los Juegos Olímpicos
“Aquí a las ocho de la mañana te despiertas, desayunas, y si es un día fácil, a las nueve y media quedamos todos, salimos de casa, rodamos alrededor del lago, volvemos de rodar y vamos al gimnasio. Estamos ahí una hora, están con nosotros los fisios, y después, haces la compra en el súper de enfrente del apartamento, vuelves con tu compañero de piso a casa, uno de los apartamentos en los que viven en invierno los trabajadores de la estación de esquí, haces la comida y comes, que aquí se come muy pronto, a las 12. Cada uno cocina lo suyo. Yo tengo una dieta y me gusta seguirla: arroz, pollo, ensalada, legumbres; para desayunar, avena, leche, tostadas, y para merendar otra vez avena, leche, tostadas, y para cenar arroz y pollo. Después, yo, que cuando estoy en casa no soy de dormir, suelo dormir una hora, una hora y media de siesta. Despertar y segunda sesión, que suele ser un rodaje, casi todas las tardes, porque cuando tenemos sesión fuerte vamos por la mañana. Rodar, volver, ducharte y ponerte a hacer la cena”. Así vive Moha Attaoui, atleta de Torrelavega que tiene un sueño. “Mi objetivo y mis sueños son lo mismo. Llegar a la final de los Juegos Olímpicos”.
Ser atleta profesional es someterse a una vida de monja o monje bajo un régimen militar, aunque sea primavera y el cuartel se sitúe en un lugar alpino llamado Saint Moritz, en el valle hermoso de Engadina, a 1.800 metros de altitud, y el aire está limpio y es fresco cuando los atletas salen a entrenarse por los caminos que rodean algunos de los lagos del valle, y para hacer series descienden a Chiavenna, en Italia, a través del puerto de Maloja, una carretera estrecha como una escalera de caracol, y tan empinada, y donde nunca luce el sol, tan profundo es el cañón y tan extraño, y a nadie le extraña que las figuras de Alberto Giacometti, de Stampa, al pie del puerto, sean personajes que se estiran, que se estiran, como esperando llegar al sol.
La poesía y la mística de los atletas se la dejan a otros, al ocioso veraneante que pasea por los senderos o a la oficina de turismo correspondiente, porque cuando su coche se detiene ante la pista de Chiavenna, lo único que sienten es mareo. “Tardamos un cuarto de hora en recuperarnos del viaje, que es descender a 300m por una carretera revirada, llena de curvas. Solemos acabar a las doce y media, y vuelta a casa. A veces nos hemos quedado, aprovechamos el día para hacer una comida libre, una pizza, después de una sesión”, explica Moha Attaoui, y describe así, con una carcajada, pues la risa nunca le abandona, uno de los mejores momentos que le da su vida de atleta profesional. “Bueno, hay cosas duras, pero somos unos privilegiados. Es más duro estar en otra profesión. Nosotros, al final, solo tenemos que correr”.
Como Marta García, de 26 años, que batió el récord de España de 5.000m (14m 44,04s) para ganar la medalla de bronce en los Europeos de Roma, Attaoui, de 23 años, forma parte del club OAC, financiado por Olivier Bernhard, el fundador-mecenas de la compañía de zapatillas On, quien de niño veraneaba y esquiaba en Saint Moritz y al que un cierto sentido paternal y práctico, la sede de On está en la vecina Zúrich, le ha llevado a fijar allí la base logística de su equipo. La docena de atletas de todo el mundo que forma el grupo suele pasar temporadas de cuatro semanas allí, dos semanas en su casa, y vuelta a la montaña. “Aunque no me estuviese yendo bien no me habría arrepentido de haberme unido a este grupo. Me está yendo todo genial, estoy supercontento”, contaba Attaoui a principios de mayo, cuando On invitó a EL PAÍS y otros medios a visitar Saint Moritz. Un mes después ganó la medalla de plata en los Europeos de Roma y dos más tarde, el 12 de julio, corrió los 800m en 1m 42,04s, la novena mejor marca mundial de la historia, la marca más importante lograda nunca por un atleta español en la pista. “Es un grupo de entrenamiento de la leche, un entrenador de la leche, instalaciones, fisios, todo, psicólogo, charlas… Siempre me ha gustado entrenar en altura y vivir. Es donde más enfocado estoy, menos distracciones tengo y más descanso. Cuando estoy en casa, en Torrelavega, suelo entrenar bien, pero suelo descansar muy mal”.
A Attaoui, que lleva ocho meses en el OAC, y a todos los demás les entrena un jovencito alemán, Thomas Dreissigacker, técnico de la escuela de la Universidad de Leipzig, la cuna de los científicos del deporte de Alemania del Este. También a Marta García, en su tercera temporada en el equipo. Aunque es muy familiar, Attaoui, que no tiene pareja, no echa nada de menos. La atleta castellanoleonesa, médica de formación y con pareja en Buitrago, en el valle del Lozoya, le da otro sentido a su vida como atleta profesional.
“Marta ahora es la primera vez que entrena como una atleta profesional. Porque antes de estudiar en España y en América, no tenía el apoyo que tiene ahora. Pero estaba preparada para dar el siguiente paso y entrenar más”, reflexiona su entrenador, Dreissigacker. “Ella lo describió un poco. No es fácil ser atleta profesional. No siempre es una vida fácil. Es dura. Tienes que quedarte aquí. No puedes quedarte siempre en casa. Tienes que estar por el mundo. Marta es ahora consistente y creo que esta consistencia viene un poco con la consistencia en el entrenamiento también”.
La atleta también aprecia el esfuerzo del técnico. “El entrenador es un pilar fundamental, muy importante. Para ser alemán es bastante cercano y da la sensación de que se preocupa por ti más allá de solo el rendimiento. Está bastante pendiente y es también muy científico. Le gustan mucho los datos, los números. Tengo conversaciones un poco de fisiología con él. Es una persona interesante”, dice. “Aunque no sea atleta comprende la mentalidad del atleta. Y hay que agradecerle que igual que para nosotros es difícil el estar fuera siempre de casa y tal, él también está haciendo un esfuerzo personal muy, muy grande. Incluso mayor del que nosotros hacemos, yo creo”.
La atleta aparcó la medicina y la obtención de un MIR para intentar la aventura de ser deportista de élite profesional, para dar un sentido al talento y la capacidad de trabajo que le dan los genes. “La gente está empujando todo lo fuerte que puede. Profesionalizándose al máximo. Dando la vida por ello. Y sinceramente creo que da resultado. Que cuando te dedicas en cuerpo y alma, los resultados son mejores. O eso o te vuelves loca, una de dos. Pero a veces la pasión raya en la obsesión. Algún compañero en el grupo decide no irse a casa nunca. Y está siempre, siempre de concentración. Y son sus padres los que a lo mejor le van a ver a una competición. Está dedicado en cuerpo y alma al descanso y al entrenamiento. Yo no soy para nada así. Yo no concibo, por ejemplo, esa vida. Para mí es muy importante ver a mi familia. A mi pareja. Seguir manteniendo una conexión con mis amigos. Hacer otras cosas fuera del deporte. No me entra en la cabeza basar tu vida en una sola cosa, y encima, una cosa como el deporte, que a veces es tan traicionera, que a veces no depende sólo del esfuerzo que tú le pongas”.
A Attaoui le motiva el haber sido elegido para un grupo en el que todo el mundo querría estar. Quiere demostrar que no se han equivocado con él. A Marta García le motiva su propio desarrollo. Acepta el sacrificio para llegar más lejos. “Sarna con gusto no pica”, resume. “Es un sacrificio, pero creo que, las cosas salgan como salgan, es algo que quería hacer y que no me podía quedar con las ganas y esa fue mi mentalidad cuando decidí tomar el camino de ser deportista profesional y apartar la medicina así que creo que nunca me voy a arrepentir de haber intentado llegar a lo máximo que mi cuerpo me permite”.
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